A pesar de que se pueda pensar lo
contrario, abordar el análisis de un gran clásico no es fácil. No me refiero en
la complejidad que pueda suponer el desglosar sus elementos, sino más bien en
abordar desde un punto de vista original, con argumentos frescos, algo de lo
que se ha podido hablar en exceso. Incluso así se puede dar el caso de, por
caminos propios, coincidir con algo dicho anteriormente sin saberlo, de la
misma manera que hombres de distintas partes del mundo inventaron el uso del
arco y las flechas sin entrar en contacto los unos con los otros. Psicosis (Psycho,
Alfred Hitchcock, 1960) no es ajena a ello.
Por otra parte también está el
hecho de que nuestro pensamiento, nuestras opiniones están formadas a su vez
por pensamientos y opiniones que oímos o leímos en su momento, que han
permanecido para aumentar nuestro bagaje intelectual, pero de las cuales no
podemos recordar sus fuentes originales para rendir tributo a sus creadores,
citándolos. Por ello, no queda más remedio que ser sinceros y citar una frase
genial del no menos genial Eugenio d’Ors: “Todo lo que no es copia, es plagio”.
Que el lector aventajado sepa discernir la originalidad que hay en cada
artículo. Y que el que no lo sea se limite a disfrutar.
- Un mundo a rayas.
Los títulos de crédito en las
películas de Hitchcock son de vital importancia para descubrir el rumbo de la
película. En ellos cualquier elemento, por minúsculo que nos pueda parecer,
resulta trascendental. En Psicosis una pantalla en negro se va cubriendo
de rayas, horizontales y verticales, creándose a partir de ellas las letras que
forman los títulos de crédito propiamente dichos. Fijándonos en el desarrollo
de la película, esta composición de líneas horizontales y verticales domina la
mayor parte de los fotogramas de la cinta, apareciendo en algunos casos de
forma más que evidente: las persianas de la habitación de los amantes, los
asientos del coche de Marion, el papel de las paredes de la habitación de la
madre de Norman, etc. Esta maraña ofrece una composición sin líneas de fuga, un
ambiente estático y opresivo que nos hace suponer cómo ve el mundo Norman
Bates. Sólo hay dos momentos en donde estas líneas desaparecen. En ambos casos
asistimos a una composición en los planos más difusa, más caótica en su
organización, que nos da una sensación de cómo es el interior de la mente de
Norman: en su oficina, cuando cena con Marion unos bocadillos y habla de sí y
de su mundo, de la relación con su padre y con su madre; y cuando la hermana de
Marion se acerca a la casa por la parte de atrás, entre arbustos y matorrales,
adentrándose en el misterio que aguarda en el interior de la mansión, que es lo
mismo que decir que adentrándose en la mente de Norman.
- El cuchillo secciona, las tijeras cortan: la teoría del montaje.
No nos hemos de quedar en una
mera referencia visual con lo dicho anteriormente sobre los títulos de crédito.
Hitchcock (a través de la genialidad de Saul Bass) hace toda una declaración de
principios con ellos. Es evidente que estas líneas son una referencia a los
posteriores cuchillazos que Norman asestará a Marion en la ducha. Pero así
mismo es una referencia a los tijeretazos del montaje, más concretamente
expresado en la susodicha escena de la ducha en la que aparece el elemento del
cuchillo. Es decir: Hitchcock, experimental toda su vida, había intentado
realizar con La soga (The rope, 1948) un film en el que el
montaje fuera interno, es decir, donde no hubiera ningún corte de plano (algo
así como lo que Tarkovski posteriormente llevaría a cabo con tanta maestría a
un punto extremo). Este experimento fue un fracaso, ya que la película no tuvo
gran repercusión a pesar de su complejidad técnica. Como antítesis surge Psicosis,
donde abundan los cortes (lo que convencionalmente conocemos como montaje
propiamente dicho), siendo su paroxismo la ya citada escena de la ducha, donde
en 2 minutos y 43 segundos logra meter 49 planos diferentes (en el climax del
asesinato llegan a representarse 34 planos en 13 segundos). Y es en ella donde
aparecen conjuntados los elementos relacionados: cuchillo-corte-montaje, al
igual que en los títulos de crédito. Al contrario de lo que pasó con La soga,
esta escena sí logró su cometido y ha pasado como una de las más famosas,
alabadas, mencionadas, interpretadas, comentadas y homenajeadas de la Historia
del cine.
- Sólo Janet Leigh podía morir en una ducha.
Justo después de los títulos de
crédito, la película continúa (digo bien, continúa, ya que en estos
títulos de crédito se contiene tanta información que creo que es parte integral
del film). Y lo hace de una forma curiosa: apelando al azar. La cámara hace un
zoom de aproximación mientras una serie de rótulos nos ponen en situación
(Phoenix, Arizona… Viernes, once de diciembre… Dos cuarenta y tres de la tarde)
y, de una forma completamente arbitraria, llegamos a una ventana de las muchas
que hay en los muchos edificios de la ciudad (podríamos decir que es el camino
inverso, aunque paralelo, al de La ventana indiscreta). Y, sin embargo,
al entrar en contacto (visual y emocional) c0n los protagonistas, comienza a
surgir una teoría completamente opuesta: la predeterminación. Janet Leigh
cumplía varios requisitos que la hacían imprescindible para participar en Psicosis:
el primero, evidentemente, era rubia, y ya sabemos de la afición de Hitchcock
por las mujeres con dicho color de cabello. El segundo: sus grandes pechos (no
por algo era llamada en Hollywood busto de acero). Este dato no es
frívolo: el asesino de la película, Norman Bates, sufre de un fuerte complejo
de Edipo que le lleva a un comportamiento homicida cuando está en presencia de
una mujer atractiva y cuando delante de él aparecen dos hermosos pechos
(referencia al primer y más tierno contacto de amor entre la madre y el hijo:
la lactancia). Por lo tanto, después de actuar como un verdadero voyeur
mirando por un agujero en la pared y ver la desnudez de Marion, aparece su
censora madre para reprimirle. Él la desea, pero, ya travestido, poseído por la
madre, sólo puede penetrarla con un cuchillo (símbolo fálico en la cultura
freudiana). Y lo hace bajo el agua de la ducha, como una premonición. Sí,
ya que, si nos fijamos en los detalles de producción, en la primera parte de la
película, en la oficina en la que trabaja hay dos cuadros, uno con un desierto
y otro con un gran río, y curiosamente cuando sale de su puesto de trabajo con
los 40.000 dólares que piensa robar pasa de estar debajo del cuadro del
desierto (la aridez de ser pobre, de no ser nadie, de no ver cumplidos sus
sueños) a estar debajo del que representa el río (la abundancia). También
resulta curioso que Marion llegue al Motel Bates en plena tormenta de lluvia y
que, una vez asesinada, termine en el pantano, sepultada bajo un agua negra y
viscosa, que más parece petróleo que líquido elemento (más connotaciones del
agua con la riqueza). Es decir, que Hitchcock establece un discurso con el agua
como elemento vertebrador de un discurso que podríamos denominar como moralizante:
el agua es riqueza, pero te puedes ahogar en ella, de la misma manera que el
dinero es riqueza y prosperidad, pero hay que ganarlo honradamente. No hay que
tentar la suerte cruzando a nado el río.
- Los pájaros: inocentes en su apariencia.
Justo al ocurrir el asesinato de
Marion en el cuarto de baño, ocurre un hecho singular: aparece Norman (ya como sí
mismo), se asusta, se apoya en la pared bruscamente y, por casualidad,
se cae un cuadro de la habitación. Éste cuadro representa la imagen de un
pájaro. El cristal roto proyecta cuchillos delante de esta imagen. La inocencia
se ha roto. Para Hitchcock, no hay nada que dé más terror que un ser
aparentemente inofensivo haciendo algo amenazador. Todos sus personajes son
así, y el máximo exponente es, cómo no, Los pájaros (The birds,
1963). A Norman le gustan los pájaros. Pero no le gustan tal y cómo son,
sino que le gusta que estén estáticos. Para ello los diseca o los encierra en
marcos. Como a su madre: no le gusta cómo es, cómo le trata, por eso la mata,
la diseca y luego la enmarca dentro de la casa. Pero él a su vez también
es un pájaro, ya que es inofensivo en apariencia, pero también puede ser
letal (igual que en Los pájaros, donde un solo pájaro poco puede hacer,
pero no así cuando son legión).
- Una casa freudiana.
Aparte de los ya mencionados,
existe un personaje que está constantemente presente en la segunda parte de la
película: la casa. Tétrica y misteriosa, parece embalsamar en sí misma el
tiempo, después de haber visto la arquitectura urbana de Phoenix. Su silueta es
imponente, fundamentalmente porque está vista desde abajo al situarse en lo
alto de un pequeño promontorio. Y es que, como en el caso del artículo sobre El
imperio del odio del número anterior, también en Psicosis hay una
teoría sobre los conceptos de arriba y abajo. Lo primero ya lo
hemos mencionado: la casa está sobre un plano superior al del resto del motel,
por lo que ella y todo lo que contiene está cualitativamente por encima de las
habitaciones del propio motel y todo lo que contienen. Pero también en la propia
casa hay una jerarquía entre los pisos, sobre todo si utilizamos el
psicoanálisis formulado por Sigmund Freud: en el piso superior habita el super-yo,
es decir, el recuerdo que Norman tiene de su madre. Ella habla por su boca, o
mejor dicho, él dice las palabras que le gustaría haber oído de boca de su
madre. Para ello se trasviste, anulando su propio yo, actuando la personalidad
censora de la madre. En el piso bajo está el ego, el verdadero yo de
Norman, aquel que entra y sale de la casa sin problemas y que está en el mismo
plano que el Norman del motel y de la oficina, donde diseca sus pájaros y donde
abre su personalidad al mundo, donde surgen sus pulsiones (el voyeur) y
donde tiene que enmendar los asesinatos realizados por “su madre”. Y, por
último, en el sótano (descubierto muy al final de la película por la hermana de
Marion, dando una nueva dimensión al argumento), bajo tierra (al modo de una
cripta) está el ello, el cadáver momificado de su madre, que como ídolo
o tótem está presente para conducir sus instintos.
- Un film travestido.
Ya se ha comentado que Hitchcock
era un creador tremendamente experimental. En todos sus filmes investiga las
pasiones, las obsesiones y las enfermedades mentales, sobre todo las
relacionadas con la sexualidad y sus perversiones. También técnicamente era un
gran experimentador, como ya hemos dicho. Y en cuanto a la estructura del
guión, también transmutó las normas. Y Psicosis fue uno de sus aciertos
más grandes, ya que, ¿a quién sino a Hitchcock se le ocurriría matar a la
protagonista a mitad de película? Y no fue la única vez que lo hizo, ya que
anteriormente había repetido este mismo recurso en una de sus mejores
películas: Vértigo (Vertigo, 1958). Más allá de esto, que ha sido ya muy
comentado, diremos algo más original, ya que, como dice el epígrafe de este
capítulo y de este artículo, Psicosis es un filme travestido: pasamos de
una protagonista femenina, pero de comportamiento masculinizado para la época
(aparece ante su novio con el torso semidesnudo, roba a su empresa –el tema de
las ladronas también lo volverá a llevar a la pantalla en Marnie la ladrona
(Marnie, 1964)-, viaja sola, etc.) a un protagonista masculino, pero
feminizado (debido fundamentalmente a su complejo de Edipo). Y esto ocurre en
la famosa escena de la ducha, donde Norman aparece, precisamente, travestido.
Es como si la esencia del personaje de Marion pasara a Norman al matar éste a
aquélla. Por lo tanto, una vez más, podemos constatar cómo esta escena de la
ducha no es simplemente un fetiche en cuanto a la cinefilia se refiere,
sino que se convierte en un momento trascendental para la película en sí y para
la historia del cine en general. Todo el film (e, incluso, la propia
filmografía de Hitchcock) gira en torno a ella en un torbellino, que nos
arrastra por un desagüe para asomar por la mirada de un cadáver.
P.D.: al día siguiente de empezar
este artículo moría Janet Leigh. Casualidad o no (azar o predeterminación), que
sirva de homenaje a una actriz que dignificó el cine con interpretaciones en
películas como Sed de mal o Los vikingos, pero, fundamentalmente,
por ese grito de terror al mirar a la cara a ese maravilloso deforme… llamado
Alfred Hitchcock.
(artículo aparecido en el nº. 121
de Versión Original —noviembre de 2004— dedicado a
"Travestis")
No hay comentarios:
Publicar un comentario