jueves, 16 de mayo de 2013

LAS ESTACIONES DE LO RELATIVO


Desde que empecé mis colaboraciones con Versión Original siempre he querido hablar de Star Wars. Soy uno de tantos a los que aquellas películas de finales de los setenta y principios de los ochenta han marcado de tal manera que creemos pertenecer a una comunidad especial, a una tribu urbana de alcance planetario que nos sentimos identificados por la misma pasión. El visionado de estas películas (o de esta película, porque no dejan de ser episodios de una misma historia, aunque estén dirigidos por distintos directores) es de casi obligado cumplimiento al menos una vez al año, y en cada nueva proyección se encuentra algo nuevo, o se aprende un nuevo diálogo que añadir al repertorio de frases míticas que hacen reconocibles a los fans de esta saga (algo que nos acerca cada vez más al tan temido calificativo de friki). Pero lo que en el fondo creo que buscamos todos aquellos que vemos una y otra vez La guerra de las galaxias es reencontrarnos con nuestra niñez, con aquellos momentos mágicos en los que vimos por primera vez en el cine estas películas. El recuerdo del ritual de las colas a la intemperie, el olor a vetusto de una gran sala, la mullida butaca en la que nos esparcíamos por ser inmensa en comparación con nuestro pequeño tamaño, la emoción del encuentro con lo inesperado al apagarse las luces… Todos estos momentos han ganado con el tiempo porque a nosotros regresan con el valor añadido de la nostalgia y la odiosa comparación con la asepsia de los actuales multicines englobados en los centros comerciales, donde la tecnología digital nos proporciona unas imágenes que dan miedo por su perfección, quedando en la prehistoria aquellos entrañables fotogramas repletos de rayones, cortes y pelos.

Así que algún día tenía que saldar deudas con mis fantasmas. A la hora de elegir una película de la que hablar en cada número de esta revista siempre pienso en si ese tema está incluido en Star Wars. Y, aunque sea cogido por los pelos, de casi todo se puede hablar con respecto a esta película. Por ejemplo, cuando se propuso el tema de los teléfonos pensaba en cómo la tecnología de las comunicaciones de estos filmes, con sus proyecciones holográficas que permiten interactuar a los interlocutores,  nos parece auténticamente futurista, aunque si alguien nos llega a decir hace poco más de diez años que a día de hoy podríamos ver la televisión en un teléfono que llevaríamos en el bolsillo de nuestro pantalón no hubiésemos dudado en tacharlo de loco. Pero de otros contenidos sí que se podrían encontrar referencias más que evidentes para crear un discurso coherente y con contenido, como cuando se trató el tema de los piratas, donde me imaginé hablando de los cruceros imperiales como navíos surcando un mar interestelar, y el color de la indumentaria de Darth Vader me llevaba a relacionarlo inevitablemente con Barbanegra; o como cuando llegó la hora de hablar de samuráis, ya que la estética de los jedi y del ya mencionado Lord Vader remite indefectiblemente al Japón feudal.


Pero, ¿cómo se podría relacionar el tema de las estaciones (del año, se entiende) con Star Wars? Todo tiene que ver con el concepto de lo relativo que domina en el universo creado por George Lucas, y uno de los hechos más curiosos que podemos encontrar a este respecto es el que se refiere a las edades de sus protagonistas. En cualquier planeta un año es lo se que tarda en dar una vuelta completa alrededor del sol, por lo que decir “Fulanito tiene tantos años” es lo mismo que decir “Fulanito ha dado tantas vueltas alrededor del sol”. Pero en Star Wars sus protagonistas vienen de planetas distintos, por lo que decir que Anakin Skywalker tiene diez años o que Yoda tiene más de ochocientos no tiene ningún valor real si se piensa en algo como que la órbita de Mercurio es de ochenta y ocho días terrestres, mientras que la de Plutón equivale a doscientos cuarenta y ocho años en la Tierra. Es evidente que los datos que nos da el creador de todo esto tienen que ver con referencias reconocibles para el espectador, para hacernos comprender, por ejemplo, las extraordinarias capacidades del niño Anakin para su edad o la extremada sabiduría que a Yoda le ha dado vivir tantos años. Pero si todo esto lo aislamos del hecho cinematográfico y lo tratamos como un hecho antropológico, es decir, como algo a lo que el ser humano se tuviera que enfrentar, obtendríamos que en el hipotético caso de tener que convivir con seres de otros planetas tendríamos que cambiar todos nuestros conceptos predeterminados, haciéndose el valor del tiempo, cuanto menos, relativo.

Lejos de tener en cuenta estas diatribas a la hora de crear un producto, los directores y guionistas que se han dedicado al cine fantástico (dentro del subgénero de la ciencia ficción + cine de aventuras) han obviado, con buenos criterios, cualquier incongruencia científica para poder crear unos universos en lo que lo principal es lograr el mayor despliegue visual que haga que en la imaginación del espectador se instale eso que llamamos “magia” y que nos permite, como antes decíamos, volver a ser niños. Así, en Star Wars jamás nos llegamos a plantear por qué dentro de una nave espacial existe gravedad si estamos en mitad del vacío, donde también se oyen explosiones o los seres humanos pueden habitarlo con una simple mascarilla [1]. O también, y es el tema que nos ocupa en este número de Versión Original, por qué en todos los planetas domina la misma climatología en la totalidad de su basta superficie, donde parece que sus habitantes están instalados en una única estación del año a perpetuidad. Pero más allá de esta anécdota, que en sí misma podría parecer frívola y trivial, podemos encontrar que cada uno de estos planetas es un símbolo de algo, nos quiere decir algo en concreto dentro del argumento y por eso nos ofrece siempre el mismo aspecto, relacionando sus características condiciones a un concepto muy concreto.

DAGOBAH: SIEMPRE OTOÑO


Su aspecto de Naturaleza salvaje, caótica, llena de charcos, lodo y lagunas de aguas turbias en cuya superficie flota la niebla, parece estar en concordancia con su único morador, Yoda, quien vive austeramente en el otoño de su vida y en el ocaso de su poder, de todo lo que fue. A este respecto es importante ver las trilogías como han sido creadas, de la misma manera que han llegado hasta nosotros, porque siempre veremos los episodios I, II y III sin el lastre de esperar el simple devenir de los acontecimientos, con las dudas de cómo es posible que ese diminuto y arrugado ser, con tal poder (referente a sus símbolos: sentado en un sillón que ocupa el centro de un consejo de sabios guerreros, situado en lo más alto de una ciudad-planeta que es el centro político de la galaxia) ha llegado a tal estado de decadencia y de duras condiciones de vida [2], consumándose por todo ello la frase “las apariencias engañan”, ya que Luke no podía pensar que el gran guerrero que allí buscaba era, en realidad, un pequeño ser de aspecto frágil, arrastrándose por el barro igual que las serpientes con las que comparte su espacio vital.

Pero todos los momentos de los ciclos son importantes, y después del otoño y del invierno, donde parece que no hay esperanza, llega la primavera como fruto del reposo de la tierra, del fermento de las hojas que caen en otoño y que crean el abono para que crezca algo nuevo y más espléndido. Por eso es el paisaje donde Luke se enfrenta a sus miedos en la Cueva del Mal como método de aprendizaje para enfrentarse con lo siniestro, con ese Reverso Tenebroso más rápido y más fuerte de lo que es la Fuerza y que, debido a esa tarea titánica, de lo que allí surja nacerá algo que perdurará por más tiempo que el anterior periodo de reinado del terror.

HOTH: SIEMPRE INVIERNO


Lo primero que llama la atención es que su nombre tenga tanta similitud con la palabra inglesa hot (calor), marcando con esta contrariedad esa filosofía de lo relativo y el juego del despiste con el que George Lucas siempre nos sorprende. La superficie helada de este planeta representa lo gélido del momento: el Imperio está ganando terreno, las frías máquinas amenazan el cálido reino de esos humanos de calientes cuerpos, que arden por dentro pletóricos de sentimientos como lo demuestra el hecho de que en este planeta es donde, paradójicamente, se comienza a atisbar la ardiente pasión que existe entre Han Solo y la princesa Leia, aunque por el momento prefieran permanecer por fuera tan fríos como la superficie helada de este planeta.

También se ofrece un contraste entre su blanca superficie y la negra figura de Darth Vader, que destaca así sobre la nieve, correspondiéndose con un momento de auge de su persona (recordar que en la anterior entrega no era más que un villano a las órdenes de un sádico hambriento de poder, Moff Tarkin).

NABOO: SIEMPRE PRIMAVERA


Este planeta es, desde el principio de la historia, el objeto de deseo por parte del mal. Toda la historia comienza con el bloqueo que la Federación de Comercio ejerce sobre él. Esto es debido a que, por comparación del resto de los sistemas políticos que vemos, es el planeta más espléndido y sofisticado, donde la cultura ha adquirido un nivel más elevado, donde la democracia es inherente y connatural a sus habitantes, quienes viven pacíficamente y en comunión con la Naturaleza. Sus ciudades parecen ser la cima de una civilización elevada en términos morales, con sus lujosos palacios de mármol y sus ambientes espaciosos creados para disfrute de su pueblo.

Es, además, el lugar mágico y misterioso por excelencia, donde afloran los bellos recuerdos de la infancia de Padmé (por lo que este planeta está ligado con el concepto de lo femenino, de la fecundidad, remarcado por el hecho de que su líder político siempre es una reina), quien se casa allí en secreto con Anakin y donde conciben a sus hijos. Es el eterno paraíso del amor que se pierde y anida para siempre en el recuerdo, lugar donde nunca se marchitan aquellas cosas hermosas.

TATOOINE: SIEMPRE VERANO


Este planeta es de suma importancia por ser la génesis de aquellos episodios que abren cada trilogía. Tanto en Una nueva esperanza (Ep. IV) como en La amenaza fantasma (Ep.I) los representantes del clan de los Skywalker son hallados allí casi por accidente por dos distintos maestros jedi [3]. A raíz de estos encuentros surge toda una sucesión de acontecimientos encadenados determinantes para el futuro de la galaxia. Y esto no es gratuito, ya que la filosofía desplegada en Star Wars se basa en la unión de conceptos aparentemente contradictorios, aquí representados por la circunstancia de que en un paisaje tan árido, agreste e inhóspito como es el desierto [4] tiene en su interior la semilla que germina la esperanza para aquellos que la encuentran.

El hecho de elegir este panorama para el origen de todo está también relacionado con el hecho de que el verano se define fundamentalmente por la abundancia de la luz, y éste es uno de los elementos que definen la dicotomía universal entre el bien y el mal (ya que aquí el polo negativo está representado por Darth Vader, una figura dominada por el color negro, es decir, por la negación de la luz, mientras que sus antagonistas, los gemelos Luke y Leia, se definen por sus indumentarias blancas, luminosas).

También este planeta determina las uniones amistosas y sentimentales, como los respectivos encuentros entre Padmé/ Amidala y Anakin y entre los tándem Luke/ Obi-Wan y Han Solo/ Chewaka.

Pero, como decíamos antes, en Tatooine domina un ambiente seco y estéril, y esto también tiene su efecto en lo que en él se genera. De la misma manera que Naboo [5] se relacionaba con lo femenino a través de la infancia de Padmé, este planeta se relaciona inevitablemente con lo masculino a través de la abrasadora presencia de sus dos soles (que determinan su geografía y su ecosistema) y por su relación con Anakin y su niñez, ya que al volver éste a su planeta de origen regresa a un entorno de recuerdos y presentes dolorosos, teniendo que soportar la visión del cuerpo agonizante de su madre, quien acabará muriendo en sus propios brazos, comenzando así una personal sequía interior (al agotarse la fuente femenina que para él representaba su progenitora) que le acabará llevando al Reverso Tenebroso.


Por esta relación que acabamos de plantear podríamos realizar más similitudes entre otros planetas, su aspecto formal en cuanto a su morfología y su climatología, y su situación dentro del argumento. Así, en los planetas de ambiente cálido, abrasador y de extrema aridez, como son Geonosis y Mustafar, se gesta o se consuma el mal; en Kamino, un planeta predominantemente acuático (algo ligado a la fertilidad), se crean los clones (aunque también aquí retorna la paradoja: cuando todos creen que ese ejército está al servicio de la República, en realidad es una estrategia para que el Reverso Tenebroso precipite su golpe de Estado, algo que sólo parece intuir Yoda, precisamente el máximo representante de eso que hemos venido en llamar “las apariencias engañan”); en Endor, una luna de clamorosa exhuberancia vegetal, se consuma el triunfo de los rebeldes; etc. O como la comparación que surge entre dos “planetas” cuya presencia se determina por lo artificial y lo manufacturado: Coruscant, cuya superficie se define por ser una gran y única ciudad, omnipresente en los episodios I, II y III, y que representa el concepto del bien (es sede del Consejo Jedi, del Senado Intergaláctico…); y la Estrella de la Muerte, protagonista de la trilogía original, y que se convierte en el reverso de aquel, siendo creada con la única pretensión de destruir e implantar con ello el terror en toda la galaxia. Todo ello representa un gran despliegue conceptual, una representación de valores que unas veces se corresponden con su apariencia y otras están en permanente conflicto, algo que puede parecer una contradicción, pero que expresa sin ningún género de dudas la extrema complejidad de todo aquello que nos rodea.

(artículo aparecido en el nº. 141 de Versión Original —septiembre de 2006— dedicado a "Las estaciones")


[1] Como en la escena de El Imperio contraataca (The Empire strikes back, Irwin Kerschner, 1980), donde el Halcón Milenario se oculta de sus perseguidores en el interior de un meteorito, saliendo sus ocupantes de la nave con la mencionada mascarilla cuando, evidentemente, no hay atmósfera y sus cuerpos deberían haber sentido los efectos del vacío al poco tiempo de haber penetrado en él (como en una de las escenas finales de Desafío totalTotal Recall, Paul Verhoeven, 1990-).

[2] Esta forma de relatar los acontecimientos es en algunos casos más atractiva que las formas narrativas convencionales si pensamos en ejemplos como Memento (Memento, Christopher Nolan, 2000), donde la sucesión cronológica normal (es decir, evolucionando los actos hacia el fututo, y no en el orden inverso que aquí se ha elegido para contar la historia) no tendría sentido, perdiendo toda su gracia.

[3] Generándose la siguiente curiosa relación: Anakin es encontrado por Qui-Gon Jinn, cuyo discípulo (o padowan) pasa a ser su maestro, al que matará con el paso del tiempo, siendo éste (Obi-Wan Kenobi) vengado por Luke, el hijo perdido de aquel, quien acabará precipitando la muerte de su propio padre (Anakin convertido en Darth Vader, el señor del mal): todo un culebrón digno de la más enrevesada epopeya griega.

[4] Cuyo cielo es azul a pesar de no tener el planeta ninguna porción de mar.

[5] Un planeta que parece ser su reverso total: aquí las condiciones de vida son duras, hay esclavos, no existe vegetación, los gobernantes son unos criminales, sus habitantes son granjeros y mineros acosados por los piratas tusken, unos indígenas violentos y asesinos… lo que parece relacionarlo con el paisaje fronterizo del western.

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