Desde que empecé mis
colaboraciones con Versión Original siempre he querido hablar de Star Wars. Soy
uno de tantos a los que aquellas películas de finales de los setenta y
principios de los ochenta han marcado de tal manera que creemos pertenecer a
una comunidad especial, a una tribu urbana de alcance planetario que nos
sentimos identificados por la misma pasión. El visionado de estas películas (o
de esta película, porque no dejan de ser episodios de una misma historia,
aunque estén dirigidos por distintos directores) es de casi obligado cumplimiento
al menos una vez al año, y en cada nueva proyección se encuentra algo nuevo, o
se aprende un nuevo diálogo que añadir al repertorio de frases míticas que
hacen reconocibles a los fans de esta saga (algo que nos acerca cada vez
más al tan temido calificativo de friki). Pero lo que en el fondo creo
que buscamos todos aquellos que vemos una y otra vez La guerra de las galaxias
es reencontrarnos con nuestra niñez, con aquellos momentos mágicos en los que
vimos por primera vez en el cine estas películas. El recuerdo del ritual de las
colas a la intemperie, el olor a vetusto de una gran sala, la mullida butaca en
la que nos esparcíamos por ser inmensa en comparación con nuestro pequeño
tamaño, la emoción del encuentro con lo inesperado al apagarse las luces… Todos
estos momentos han ganado con el tiempo porque a nosotros regresan con el valor
añadido de la nostalgia y la odiosa comparación con la asepsia de los actuales
multicines englobados en los centros comerciales, donde la tecnología digital
nos proporciona unas imágenes que dan miedo por su perfección, quedando en la
prehistoria aquellos entrañables fotogramas repletos de rayones, cortes y
pelos.
Así que algún día tenía que
saldar deudas con mis fantasmas. A la hora de elegir una película de la que
hablar en cada número de esta revista siempre pienso en si ese tema está
incluido en Star Wars. Y, aunque sea cogido por los pelos, de casi todo se
puede hablar con respecto a esta película. Por ejemplo, cuando se propuso el
tema de los teléfonos pensaba en cómo la tecnología de las comunicaciones de
estos filmes, con sus proyecciones holográficas que permiten interactuar a los
interlocutores, nos parece auténticamente futurista, aunque si alguien
nos llega a decir hace poco más de diez años que a día de hoy podríamos ver la
televisión en un teléfono que llevaríamos en el bolsillo de nuestro pantalón no
hubiésemos dudado en tacharlo de loco. Pero de otros contenidos sí que se
podrían encontrar referencias más que evidentes para crear un discurso
coherente y con contenido, como cuando se trató el tema de los piratas, donde
me imaginé hablando de los cruceros imperiales como navíos surcando un mar
interestelar, y el color de la indumentaria de Darth Vader me llevaba a
relacionarlo inevitablemente con Barbanegra; o como cuando llegó la hora
de hablar de samuráis, ya que la estética de los jedi y del ya mencionado Lord
Vader remite indefectiblemente al Japón feudal.
Pero, ¿cómo se podría relacionar
el tema de las estaciones (del año, se entiende) con Star Wars? Todo tiene que
ver con el concepto de lo relativo que domina en el universo creado por George
Lucas, y uno de los hechos más curiosos que podemos encontrar a este respecto
es el que se refiere a las edades de sus protagonistas. En cualquier planeta un
año es lo se que tarda en dar una vuelta completa alrededor del sol, por lo que
decir “Fulanito tiene tantos años” es lo mismo que decir “Fulanito ha dado
tantas vueltas alrededor del sol”. Pero en Star Wars sus protagonistas vienen
de planetas distintos, por lo que decir que Anakin Skywalker tiene diez años o
que Yoda tiene más de ochocientos no tiene ningún valor real si se piensa en
algo como que la órbita de Mercurio es de ochenta y ocho días terrestres,
mientras que la de Plutón equivale a doscientos cuarenta y ocho años en la
Tierra. Es evidente que los datos que nos da el creador de todo esto tienen que
ver con referencias reconocibles para el espectador, para hacernos comprender,
por ejemplo, las extraordinarias capacidades del niño Anakin para su edad o la
extremada sabiduría que a Yoda le ha dado vivir tantos años. Pero si todo esto
lo aislamos del hecho cinematográfico y lo tratamos como un hecho
antropológico, es decir, como algo a lo que el ser humano se tuviera que
enfrentar, obtendríamos que en el hipotético caso de tener que convivir con
seres de otros planetas tendríamos que cambiar todos nuestros conceptos
predeterminados, haciéndose el valor del tiempo, cuanto menos, relativo.
Lejos de tener en cuenta estas
diatribas a la hora de crear un producto, los directores y guionistas que se
han dedicado al cine fantástico (dentro del subgénero de la ciencia ficción +
cine de aventuras) han obviado, con buenos criterios, cualquier incongruencia
científica para poder crear unos universos en lo que lo principal es lograr el
mayor despliegue visual que haga que en la imaginación del espectador se
instale eso que llamamos “magia” y que nos permite, como antes decíamos, volver
a ser niños. Así, en Star Wars jamás nos llegamos a plantear por qué dentro de
una nave espacial existe gravedad si estamos en mitad del vacío, donde también
se oyen explosiones o los seres humanos pueden habitarlo con una simple
mascarilla [1]. O también, y es el tema que nos ocupa en este número de
Versión Original, por qué en todos los planetas domina la misma climatología en
la totalidad de su basta superficie, donde parece que sus habitantes están
instalados en una única estación del año a perpetuidad. Pero más allá de esta
anécdota, que en sí misma podría parecer frívola y trivial, podemos encontrar
que cada uno de estos planetas es un símbolo de algo, nos quiere decir algo en
concreto dentro del argumento y por eso nos ofrece siempre el mismo aspecto,
relacionando sus características condiciones a un concepto muy concreto.
DAGOBAH: SIEMPRE OTOÑO
Su aspecto de Naturaleza salvaje,
caótica, llena de charcos, lodo y lagunas de aguas turbias en cuya superficie
flota la niebla, parece estar en concordancia con su único morador, Yoda, quien
vive austeramente en el otoño de su vida y en el ocaso de su poder, de todo lo
que fue. A este respecto es importante ver las trilogías como han sido creadas,
de la misma manera que han llegado hasta nosotros, porque siempre veremos los
episodios I, II y III sin el lastre de esperar el simple devenir de los
acontecimientos, con las dudas de cómo es posible que ese diminuto y arrugado
ser, con tal poder (referente a sus símbolos: sentado en un sillón que ocupa el
centro de un consejo de sabios guerreros, situado en lo más alto de una
ciudad-planeta que es el centro político de la galaxia) ha llegado a tal estado
de decadencia y de duras condiciones de vida [2], consumándose por todo
ello la frase “las apariencias engañan”, ya que Luke no podía pensar que el
gran guerrero que allí buscaba era, en realidad, un pequeño ser de aspecto
frágil, arrastrándose por el barro igual que las serpientes con las que
comparte su espacio vital.
Pero todos los momentos de los
ciclos son importantes, y después del otoño y del invierno, donde parece que no
hay esperanza, llega la primavera como fruto del reposo de la tierra, del
fermento de las hojas que caen en otoño y que crean el abono para que crezca
algo nuevo y más espléndido. Por eso es el paisaje donde Luke se enfrenta a sus
miedos en la Cueva del Mal como método de aprendizaje para enfrentarse con lo
siniestro, con ese Reverso Tenebroso más rápido y más fuerte de lo que es la
Fuerza y que, debido a esa tarea titánica, de lo que allí surja nacerá algo que
perdurará por más tiempo que el anterior periodo de reinado del terror.
HOTH: SIEMPRE INVIERNO
Lo primero que llama la atención
es que su nombre tenga tanta similitud con la palabra inglesa hot
(calor), marcando con esta contrariedad esa filosofía de lo relativo y el juego
del despiste con el que George Lucas siempre nos sorprende. La superficie
helada de este planeta representa lo gélido del momento: el Imperio está
ganando terreno, las frías máquinas amenazan el cálido reino de esos humanos de
calientes cuerpos, que arden por dentro pletóricos de sentimientos como lo
demuestra el hecho de que en este planeta es donde, paradójicamente, se
comienza a atisbar la ardiente pasión que existe entre Han Solo y la princesa
Leia, aunque por el momento prefieran permanecer por fuera tan fríos como la
superficie helada de este planeta.
También se ofrece un contraste
entre su blanca superficie y la negra figura de Darth Vader, que destaca así
sobre la nieve, correspondiéndose con un momento de auge de su persona
(recordar que en la anterior entrega no era más que un villano a las órdenes de
un sádico hambriento de poder, Moff Tarkin).
NABOO: SIEMPRE PRIMAVERA
Este planeta es, desde el
principio de la historia, el objeto de deseo por parte del mal. Toda la
historia comienza con el bloqueo que la Federación de Comercio ejerce sobre él.
Esto es debido a que, por comparación del resto de los sistemas políticos que
vemos, es el planeta más espléndido y sofisticado, donde la cultura ha
adquirido un nivel más elevado, donde la democracia es inherente y connatural a
sus habitantes, quienes viven pacíficamente y en comunión con la Naturaleza.
Sus ciudades parecen ser la cima de una civilización elevada en términos
morales, con sus lujosos palacios de mármol y sus ambientes espaciosos creados
para disfrute de su pueblo.
Es, además, el lugar mágico y
misterioso por excelencia, donde afloran los bellos recuerdos de la infancia de
Padmé (por lo que este planeta está ligado con el concepto de lo femenino, de
la fecundidad, remarcado por el hecho de que su líder político siempre es una
reina), quien se casa allí en secreto con Anakin y donde conciben a sus hijos.
Es el eterno paraíso del amor que se pierde y anida para siempre en el
recuerdo, lugar donde nunca se marchitan aquellas cosas hermosas.
TATOOINE: SIEMPRE VERANO
Este planeta es de suma
importancia por ser la génesis de aquellos episodios que abren cada trilogía.
Tanto en Una nueva esperanza (Ep. IV) como en La amenaza fantasma (Ep.I)
los representantes del clan de los Skywalker son hallados allí casi por
accidente por dos distintos maestros jedi [3]. A raíz de estos
encuentros surge toda una sucesión de acontecimientos encadenados determinantes
para el futuro de la galaxia. Y esto no es gratuito, ya que la filosofía
desplegada en Star Wars se basa en la unión de conceptos aparentemente
contradictorios, aquí representados por la circunstancia de que en un paisaje
tan árido, agreste e inhóspito como es el desierto [4] tiene en su
interior la semilla que germina la esperanza para aquellos que la encuentran.
El hecho de elegir este panorama
para el origen de todo está también relacionado con el hecho de que el verano
se define fundamentalmente por la abundancia de la luz, y éste es uno de los
elementos que definen la dicotomía universal entre el bien y el mal (ya que
aquí el polo negativo está representado por Darth Vader, una figura dominada
por el color negro, es decir, por la negación de la luz, mientras que sus
antagonistas, los gemelos Luke y Leia, se definen por sus indumentarias
blancas, luminosas).
También este planeta determina
las uniones amistosas y sentimentales, como los respectivos encuentros entre
Padmé/ Amidala y Anakin y entre los tándem Luke/ Obi-Wan y Han Solo/ Chewaka.
Pero, como decíamos antes, en
Tatooine domina un ambiente seco y estéril, y esto también tiene su efecto en
lo que en él se genera. De la misma manera que Naboo [5] se relacionaba
con lo femenino a través de la infancia de Padmé, este planeta se relaciona
inevitablemente con lo masculino a través de la abrasadora presencia de sus dos
soles (que determinan su geografía y su ecosistema) y por su relación con
Anakin y su niñez, ya que al volver éste a su planeta de origen regresa a un
entorno de recuerdos y presentes dolorosos, teniendo que soportar la visión del
cuerpo agonizante de su madre, quien acabará muriendo en sus propios brazos,
comenzando así una personal sequía interior (al agotarse la fuente femenina que
para él representaba su progenitora) que le acabará llevando al Reverso
Tenebroso.
Por esta relación que acabamos de
plantear podríamos realizar más similitudes entre otros planetas, su aspecto
formal en cuanto a su morfología y su climatología, y su situación dentro del
argumento. Así, en los planetas de ambiente cálido, abrasador y de extrema
aridez, como son Geonosis y Mustafar, se gesta o se consuma el mal; en Kamino,
un planeta predominantemente acuático (algo ligado a la fertilidad), se crean
los clones (aunque también aquí retorna la paradoja: cuando todos creen que ese
ejército está al servicio de la República, en realidad es una estrategia para
que el Reverso Tenebroso precipite su golpe de Estado, algo que sólo parece
intuir Yoda, precisamente el máximo representante de eso que hemos venido en llamar
“las apariencias engañan”); en Endor, una luna de clamorosa exhuberancia
vegetal, se consuma el triunfo de los rebeldes; etc. O como la comparación que
surge entre dos “planetas” cuya presencia se determina por lo artificial y lo
manufacturado: Coruscant, cuya superficie se define por ser una gran y única
ciudad, omnipresente en los episodios I, II y III, y que representa el concepto
del bien (es sede del Consejo Jedi, del Senado Intergaláctico…); y la Estrella
de la Muerte, protagonista de la trilogía original, y que se convierte en el
reverso de aquel, siendo creada con la única pretensión de destruir e implantar
con ello el terror en toda la galaxia. Todo ello representa un gran despliegue
conceptual, una representación de valores que unas veces se corresponden con su
apariencia y otras están en permanente conflicto, algo que puede parecer una
contradicción, pero que expresa sin ningún género de dudas la extrema
complejidad de todo aquello que nos rodea.
(artículo aparecido en el nº. 141
de Versión Original —septiembre de 2006— dedicado a "Las
estaciones")
[1]
Como en la escena de El Imperio contraataca (The Empire strikes back,
Irwin Kerschner, 1980), donde el Halcón Milenario se oculta de sus
perseguidores en el interior de un meteorito, saliendo sus ocupantes de la nave
con la mencionada mascarilla cuando, evidentemente, no hay atmósfera y sus
cuerpos deberían haber sentido los efectos del vacío al poco tiempo de haber
penetrado en él (como en una de las escenas finales de Desafío total –Total
Recall, Paul Verhoeven, 1990-).
[2]
Esta forma de relatar los acontecimientos es en algunos casos más atractiva que
las formas narrativas convencionales si pensamos en ejemplos como Memento
(Memento, Christopher Nolan, 2000), donde la sucesión cronológica normal
(es decir, evolucionando los actos hacia el fututo, y no en el orden inverso
que aquí se ha elegido para contar la historia) no tendría sentido, perdiendo
toda su gracia.
[3]
Generándose la siguiente curiosa relación: Anakin es encontrado por Qui-Gon
Jinn, cuyo discípulo (o padowan) pasa a ser su maestro, al que matará
con el paso del tiempo, siendo éste (Obi-Wan Kenobi) vengado por Luke, el hijo
perdido de aquel, quien acabará precipitando la muerte de su propio padre
(Anakin convertido en Darth Vader, el señor del mal): todo un culebrón digno de
la más enrevesada epopeya griega.
[4]
Cuyo cielo es azul a pesar de no tener el planeta ninguna porción de mar.
[5]
Un planeta que parece ser su reverso total: aquí las condiciones de vida son
duras, hay esclavos, no existe vegetación, los gobernantes son unos criminales,
sus habitantes son granjeros y mineros acosados por los piratas tusken,
unos indígenas violentos y asesinos… lo que parece relacionarlo con el paisaje
fronterizo del western.
No hay comentarios:
Publicar un comentario