miércoles, 15 de mayo de 2013

LA PERSISTENCIA DEL III REICH


La reciente reedición por parte de Círculo de Lectores del ensayo de Rosa Sala Rose Diccionario crítico de mitos y símbolos del nazismo nos ha permitido, desde una óptica seria y sin complejos, comprender la verdadera esencia de un movimiento político, el nacionalsocialismo, el cual teníamos como el producto de unas mentes desquiciadas, obtusas en su maldad, sedientas de sadismo y crueldad, pero que en realidad supuso la consagración de toda una serie de teorías y corrientes que venían de mucho más atrás y que triunfaron debido a un cúmulo de circunstancias históricas en el espacio y en el tiempo, haciéndolo prácticamente irrevocable: las graves consecuencias de la Gran Guerra, el fracaso de la República parlamentaria de Weimar, la humillación de Alemania ante los vencedores, la crisis económica, etc., auparon a los nazis al poder de una forma que podríamos denominar “natural”, ya que su retórica fácil, populista, fanática, alarmista, pseudocientífica, distorsionadora, etc., caló hondamente y sin esfuerzo en una población cansada de esperar unas soluciones que no llegaban. Y es que, ya se sabe, en épocas de dificultad la masa clama al que Joaquín Costa llamó “el cirujano de hierro”.

Se podría considerar al III Reich como una civilización aparte, con su propia idiosincrasia. Su política de odio, destructiva desde su génesis, aliada con la muerte como una herramienta institucional, le hacen aparecer como un paradigma histórico. Pocos Estados se han acercado a esta forma de desarrollar el miedo y el crimen hasta los extremos de los nazis (quizás con la excepción de la Europa de la Inquisición y los aztecas, aunque mencionar a éstos últimos no sea hoy en día políticamente correcto). Hay sin duda un antes y un después de Hitler: creó un modelo exportable en el espacio y en el tiempo.

 Con respecto al tema que nos ocupa en este número, hay un aspecto que cabría destacar: el racismo va indefectiblemente unido a la xenofobia, que en términos etimológicos se refiere el odio (phóbos), no sólo a lo extranjero, sino a todo lo ajeno, diferente o extraño (xénos), tomándolo como una amenaza hacia aquello que se considera como propio, no sólo personal, sino también como nexo de los valores de una comunidad. Normalmente el racismo y la xenofobia los consideramos comportamientos propios de humanos hacia otros seres humanos. Pero, ¿podría la humanidad en su conjunto disponerse como una piña para afrontar una amenaza que pusiese en peligro su hegemonía en este planeta?

Starship Troopers. Las brigadas del espacio (Starship Troopers, Paul Verhoeven, 1997) fue vista en su día por una parte de la crítica no muy espabilada como una película más de Hollywood, un producto más de consumo lleno de acción, efectos especiales, guapos adolescentes y molestos tintes militaristas, llegándose incluso a afirmar que no dejaba de ser un panfleto ultraderechista. Pero lejos de estas patéticas observaciones este filme se ha convertido en un claro ejemplo de que ciertas plumas críticas no saben trascender los argumentos, quedándose en la superficie al considerar como superfluo aquello que el autor esboza o utiliza como recurso simbólico. Ciencias como la filosofía, la antropología o el psicoanálisis nos ofrecen un mayor abanico de posibilidades a la hora de enfrentarnos a cualquier obra, sea cual sea su formato, enriqueciendo los mensajes a la hora de jugar con los elementos. Es la gran diferencia que existe entre el análisis (que maneja distintas ramas como herramientas para mostrar diferentes aspectos de la creatividad) y la crítica (más cerca de la moralidad: lo que está bien y lo que está mal bajo la subjetiva mirada de los gustos personales). El arte no es fruto de lo evidente.

“La fuerza es violencia, la suprema autoridad de la que procede cualquier otra autoridad”. Ésta contundente frase es una de las primeras que el profesor Rasczak (Michael Ironside [1]) pronuncia en la película, toda una declaración de principios de su personaje. Nos encontramos en un aula. El citado profesor camina entre sus alumnos, entablando con ellos un juego de preguntas y respuestas (a veces preguntas sin respuesta), encontrando en el socrático juego de la paradoja su más fiel arma retórica. Él ya está convencido del sistema y trata de persuadir a sus pupilos. Nosotros como espectadores asistimos ajenos, sin sentirnos aún identificados con nadie. Por eso nos quedamos perplejos ante la pregunta del profesor a Johnny Rico (Casper Van Dien): “¿Cuál es la diferencia moral entre civil y ciudadano?”. Dado que en nuestra sociedad ambos términos van unidos, la cuestión no deja de provocarnos extrañeza. “Los ciudadanos aceptan su responsabilidad en la protección del sistema político defendiéndolo con su vida, y los civiles no”. La confusión no se acaba de aclarar. Habrá que esperar más adelante.


Corre el año 2213. Unos adolescentes bellos y genéticamente perfectos deciden su futuro. La mayoría se alistarán en el Servicio Federal: la humanidad en su conjunto está en guerra contra una raza galáctica de arácnidos, los arkelianos, que amenazan nuestra especie. Poco a poco se nos va dando información sobre los comportamientos de esa sociedad futura. Una interactiva televisión (Federal Network) nos informa de los programas que se emiten: “Crimen y castigo” (ejecuciones en directo bajo el significativo título de la novela de Fyodor Dostoyevsky), “Un mundo que funciona” (unos soldados reparten armas y municiones entre los niños), etc. Comienza a ser machacante la visión del logotipo de la Federación: un águila. Su silueta ser repite en la televisión, sobre las paredes, en los uniformes… Su presencia nos resulta opresiva, dadas sus connotaciones represivas que para nosotros, los nacidos en el siglo XX, tiene de referencia a los grandes imperialismos impositivos: el III Reich, los Estados Unidos, el franquismo, etc. Bajo el paraguas de las alas de este ave se han amparado algunas de las mayores atrocidades contra la humanidad y los valores democráticos.

Pero si nos remontamos algo más en el tiempo encontraremos la verdadera clave para entender aquel primer galimatías que nos asaltó al escuchar como se disociaban términos como “civil” y “ciudadano”. Nos referimos a la República romana (ss. VI-I a.C.), donde el Estado, lejos de pertenecer a una sola persona, debía ser de todo el pueblo, aunque este orden debía ser liderado por los nobles (los patricios). Este sistema político se basaba en una marcada división social entre la gens (poseedores de todos los derechos, como la posesión de tierra, ganado, cargos administrativos y sacerdotales) y los plebeyos, que pese a ser mayoría no tenían derecho a ser ciudadanos. Es aquí donde encontramos la base social de la jerarquía retratada en Starship Troopers: sólo el ciudadano puede votar, sólo el ciudadano puede ejercer la política, sólo el ciudadano tiene derecho a una serie de privilegios (estudios  gratuitos, bajas por maternidad…), etc.


Al igual que hace dos mil años el águila romana llevaba el emblema del Senado (el famoso y encriptado SPQR: Senatus populusque romanus) más allá de sus fronteras naturales, conquistando pueblos bárbaros (“sin cultura”), aquí la Federación también pretende “romanizar” a los amenazantes insectos. Pero ya que lo realiza a través del exterminio, tenemos que dar un salto cuantitativo en el tiempo y situarnos en el ya mencionado III Reich, heredero formal de símbolos y procedimientos políticos del Imperio romano. Como es bien sabido, los nazis también recrearon un sistema político elitista, excluyente y, fundamentalmente, racista y xenófobo, basado en el darwinismo social (una prostitución ideológica que nada tenía que ver con Darwin, como también sucedió con Nietzsche). Los depositarios de la ira y la frustración de todo un pueblo fueron los judíos, a los que se les culpó de todos los males históricos de la humanidad. Tanto aquí (nuestra película) como allí (el III Reich) se utilizan los mismos argumentos, salvando las distancias [2]. Volvamos al principio, en la clase de disección, donde se oyen frases como “el arkeliano se reproduce en grandes cantidades, no se asusta, no sabe lo que es la muerte. El perfecto miembro desinteresado de una sociedad”, o “los arácnidos forman una sociedad sumamente evolucionada, aunque bajo el prisma humano son estúpidos” [3]. Todas estas afirmaciones se verán rebatidas al final de la película. Una de las protagonistas, Carmen Ibañez (Denise Richards), llega a afirmar “creíamos ser más listos que los bichos” ante la derrota que están sufriendo, evidenciando la presuntuosidad del ser humano. Entonces habría que preguntarse: ¿ya sabía la Federación que lo que se enseñaba a sus futuros militares/ ciudadanos era falso, y que lo único que se proponía era el de crear un caldo de cultivo de odio, de aversión hacia el enemigo, la institucionalización del racismo, de la xenofobia como medio de cohesión de una sociedad acrítica? Este espíritu de amenaza total está permanentemente acechando a la población, fundamentalmente desde el control que ofrece la TV [4], en una metodología política conocida como “la rana en la olla fría”: si se mete una rana en una olla con agua hirviendo, ésta morirá rápidamente, pero con un indescriptible dolor; pero, sin embargo, si se introduce en una olla con agua fría y, poco a poco, se sube la temperatura, acabará igualmente escaldada, pero sin haberse enterado. Algo de esto pasa hoy en día.

Starship Troopers se convierte en un espejo de nuestras sociedades modernas, reflejos a su vez del modelo norteamericano. Es un mundo lleno de hipocresías y eufemismos, donde la cruel guerra en la que mueren descuartizados sus bellos soldados se presenta en la Tierra como un “juego de niños”, donde acabar con el enemigo es tan fácil como pisar cucarachas; donde los juegos de palabras maquillan y encubren la realidad: su Servicio de Inteligencia se denomina “Juego y Teoría”, al azotamiento lo llaman “Castigo Administrativo”, etc. Todo está empañado por la visión militarista, que transforma los conceptos en prejuicios al manipular la realidad a su antojo, hasta el punto que los propios soldados tienen constancia del dramatismo de la guerra únicamente el llegar al campo de batalla, ya que anteriormente su instrucción se había basado en un mero entrenamiento físico, preparándose para encontrarse a un oponente inferior al que después se enfrentarán en un ambiente hostil por su aridez [5]. La guerra parece que no cambiará demasiado: primero el NAPALM, después la infantería; los soldados escalan de grado según mueren sus superiores; el héroe requiere de muestras evidentes de su valentía en combate (cicatrices, amputaciones), signos visibles de su sacrificio por las “castas inferiores”, los civiles; los generales se esconden bajo las mesas muertos de miedo, al encontrarse cara a cara con el horror que ellos mismos han creado; etc. Al final, con su estética fascio (camisetas negras y uniformes de cuero), recurren a esas armas que su profesor, portavoz del sistema, les enseñó: la violencia y el miedo, inodoras e incoloras, pero terriblemente eficaces. La victoria no consiste en defender el territorio propio, sino en la aniquilación del otro.

Como termina Rafael Argullol en la presentación del libro citado en la introducción: “Para no reincidir en la caída no basta con condenar. Lo valiente es comprender”.

(artículo aparecido en el nº. 134 de Versión Original —enero de 2006— dedicado a "Racismo")


[1] Curiosa la evolución de los personajes de este actor: del mítico Ham Tyler, resistente anti-alienígena en V (donde ambos bandos representaban los roles de Resistencia francesa y ocupantes nazis –no olvidar las similitudes entre los símbolos y la estética de los alienígenas con el III Reich-), pasando por el mercenario anti-mutantes al servicio del poder tiránico corrupto (Desafío Total, también a las órdenes de Verhoeven), llegando aquí a ser líder cruzado intergaláctico, ya con plenas connotaciones fascistas: la evolución en la asimilación de aquello contra lo que se lucha, la adquisición e incorporación de mitos, símbolos y actitudes. El ejemplo más evidente lo encontramos en los EE.UU., que pasaron de luchar contra el fascismo a incorporarlo como útil medio de control a través del macarthismo en la llamada “Caza de brujas”.

[2] Por mucho que los nazis aplicasen apelativos animalísticos a los judíos, como los de “rata”, “cerdo” o “insecto”, resulta insultante la evidencia de que en un caso hablamos de seres humanos y en el otro no.

[3] La elección de los insectos como adversarios de los humanos es la perfecta: puede que no haya unos seres tan separados de nosotros en el reino animal como los insectos, lo que nos provoca una innata aversión por estos “grandes” incomprendidos. Esta incomprensión es la que provoca el enorme rechazo visceral que vemos en la película, reflejo de nuestra propia esencia. Podríamos decir, por extensión del significado etimológico del término xenofobia, que por naturaleza somos unos xenófobos con los insectos.

[4] En este sentido nos podemos apoyar en lo expuesto por Michael Moore en Bowling for Columbine (2002) sobre el actual control ideológico de la televisión en Estados Unidos.

[5] Los paisajes se parecen en demasía a los que los marines norteamericanos se encontraron en la primera guerra de Irak seis años antes del estreno de la película, un profético guiño: una vez vencido el enemigo comunista, la “nueva amenaza” la han encontrado en la comunidad islámica.

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