domingo, 19 de mayo de 2013

¿SUEÑA ROBOCOP CON PIRATAS INFORMÁTICOS?


El pasado 19 de abril en el programa de Iker Jiménez Cuarto Milenio hablaron sobre robots y de cómo su actual uso por esos benefactores de la humanidad llamados militares (¿no hablamos ya de ellos algunos colaboradores de esta revista en el número dedicado a los «cobardes»?) ha mandado a la mierda las leyes impresas por Asimov sobre la robótica (al cual siempre me le he imaginado bajando de su particular montaña, cual Moisés, con sus mandamientos escritos en sendos portátiles debajo de cada brazo). En la noticia, un grupo de veintitantos talibanes fueron asesinados por la voluntad de un engendro militar con forma de gran pepino, con el cual Occidente sigue jodiendo al mundo islámico. El mundo futuro representado en Terminator (The Terminator, James Cameron, 1984) cada vez está más cerca.

En el cine y la literatura sci-fi hay, sin embargo, ejemplos en los que los robots muestran su previsible faceta benéfica, pues en su génesis está la función primordial de hacer al hombre (su creador) la vida más fácil. Pero incluso cuando su aparición en la pantalla está condicionada por el bien siempre suele haber otra manifestación homóloga que contrarresta esta tendencia positiva. Estoy pensando, sin ir más lejos, en la saga de Star Wars, donde a la presencia de C3PO y R2D2 siempre hay una contrarréplica imperial. Al fin y al cabo, los robots (casi siempre) responden a la voluntad de sus amos, de los cuales asumen su ética, mostrándose así como reflejo de nuestra dualidad moral.

Es por esa condición de servidumbre (devenida por la etimología del término eslavo robota) que estas máquinas pueden llegar a ser una herramienta perfecta para los intereses espurios al servicio del poder. Sobre ello reflexionaron los guionistas Edward Neumeier y Michael Miner al elaborar el argumento de RoboCop (Id., Paul Verhoeven, 1987). Y parece ser que todo partió de otro proyecto que, a la larga, se convertiría por derecho propio en uno de los mayores hitos del cine moderno: Blade Runner (Id., Ridley Scott, 1982). Su argumento pasó por las manos del propio Neumeier cuando, siendo un veinteañero, trabajaba como lector de guiones para la Warner Brothers: “Esta es una película [Blade Runner] sobre robots que quieren ser personas. ¿Pero qué ocurriría si todo estuviera planteado desde el punto de vista de un robot que, además, fuera un poli? Mi primera idea era que se tratara de un robot que se enfrentara contra toda la gente que intentara joderle (sic). Una pura inteligencia artificial contrapuesta a la inteligencia corrompida de los seres humanos” [1].


Más allá de su argumento y su sentido último, aquel que expone cómo un hombre literalmente «resucitado» expresa su deseo de encontrar sus raíces, su memoria, sus recuerdos, en definitiva, su humanidad perdida (perdida entre ese montón de circuitos y microchips que pueblan su regenerado cuerpo y su cerebro, y que remite más directa que indirectamente al mito de Frankenstein), hay un aspecto realmente interesante desde el punto de vista ideológico. A saber (y como apuntábamos al principio del párrafo) la propensión del sistema (ese concepto a veces tan denostado, pero que no por ello deja de rodearnos como una atmósfera intangible) a perpetuar su poder a través de aquellas herramientas que escapan al control del común de los mortales. Y es que la empresa que tiene bajo su dominio la gestión del cuerpo de policía de la futurible (por poco futurista) ciudad de Detroit (y que responde a la siglas OCP, configurando a través del juego de las letras que conforman la palabra cop su «reverso tenebroso», por aludir nuevamente a la fábula inserta en Star Wars) se transforma por sí misma en una denuncia ante la amenaza que ciertas políticas deslocalizadoras de la administración pública se producen con más frecuencia de la que a muchos nos gustaría, pues la privatización de ciertos servicios de interés general acaban degenerando en multitud de aspectos que, aunque convertidos en alegoría en el film de Verhoeven, resultan dramáticamente ciertos en nuestra vida cotidiana: los seres humanos nos convertimos en peones sustituibles, prescindibles, capaces (como los policías de ese Detroit saturado de delincuencia) de llegar al extremo de la huelga para reivindicar su dignidad (un derecho tan legítimo como molesto para el poder).

La crítica se extrapola fácilmente, pues, al contexto en el que se produce la película: la política ultraconservadora de la administración Reagan, la imposición de la clase yuppie como nuevos administradores de los recursos comunes y la desarticulación de lo público a través de demostrar su supuesta ineficacia. En el film el poder trabaja en connivencia con unos criminales cuyas acciones son controladas para permitir el advenimiento de aquello que, durante el Regeneracionismo, Joaquín Costa tildó como el «cirujano de hierro». Y yo me pregunto, ¿cuánto tardará en verse algún robocop por la floreciente (y cada vez más privatizada) geografía de la Comunidad de Madrid? Y algo que nos afecta a todos como cinéfilos e internautas, ¿cuánto tiempo tardará el nuevo equipo del Ministerio de Cultura en aplicar la política del policía virtual para controlarnos a todos nosotros, potenciales delincuentes on-line? (NOTA BENE: delincuentes a través de nuestras descargas, a pesar de subsanar nuestros delitos para con nuestras víctimas a través de ese impuesto revolucionario llamado «canon digital», y a pesar de atribuirnos los delitos a priori, puesto que nadie puede asegurar que la totalidad de los productos digitales que se consumen y utilizan tengan una finalidad “delictiva”: alguien se perdió la clase en la que analizaron Minority Report Id., Steven Spielberg, 2002—).


Y es que, como decía Marcel Duchamp (uno de los padres del dadaísmo, el único movimiento artístico verdaderamente rupturista y revolucionario del siglo XX), “el sistema es capaz de fagocitar incluso aquello que lucha contra él”. Así, encontramos que en el film de Verhoeven “RoboCop no ha nacido de una intención beneficiosa para la humanidad, sino que en realidad es el resultado de una conspiración llevada a cabo en el seno de la OCP […] con vistas a convertirse en un instrumento de coacción al servicio de los poderosos”, a pesar de que ya en su final se atisbe una cierta nota de esperanza, pues “El resquicio de humanidad que todavía late en Murphy es lo que impide que RoboCop acabe siendo, tal y como hubiesen deseado sus creadores, esa perfecta máquina represora y parafascista con la que soñaban” [2].

Y, sin embargo, en un número dedicado a los «robots» aún no hemos hablado de ellos, ya que por un lado los citados R2D2 y C3PO no dejan de ser androides (pues su aspecto nos remite a las características morfológicas del ser humano) y por otro RoboCop pertenece al grupo de los cyborgs, seres que, aun conservando partes de tejido humano, están compuestos por piezas mecánicas y electrónicas. Y es en la propia Star Wars donde encontramos a uno de los más famosos cyborgs de la historia del cine, Darth Vader, quien comparte con el personaje llevado a la pantalla por Verhoeven varios aspectos visuales y circunstanciales la mar de interesantes. Por poner un par de ejemplos: ambos son manipulados por un poder siniestro que quiere hacerse con el poder absoluto; a ambos, antes de convertirse en ese híbrido entre ser humano y máquina, les amputan dramáticamente su mano derecha (algún aficionado al psicoanálisis lo ligaría con la superación de la fase onanística y la entrada en una edad madura condicionada por conocimientos de índole superior); y RoboCop, para certificar la búsqueda de su humanidad y librarse de su tormento identitario, se retira su casco, dejando al descubierto su rostro, de la misma manera que Darth Vader se quita el suyo (ese capuchón en forma de glande que remata su fálica presencia —siniestro cipote sideral revestido con una estética a medio camino entre lo queer y lo sado-nazi—), haciendo que “resucite” ese Anakin Skywalker que se creía irremediablemente perdido.


“Todo lo que no es copia es plagio”, decía irónicamente Eugenio d’Ors, trastabillando uno de los más famosos adagios gestados en la Real Academia de la Lengua Española (“Todo lo que no es copia es tradición”). Al final, todo está inventado. Y es curioso que los referentes de ambas películas los encontremos en otra magna obra del cine universal, aquella que se presupone como génesis del género futurista, pues Metrópolis (Metropolis, Fritz Lang, 1927) puede ser considerada, por méritos propios, como uno de los antecedentes de eso que, muy posteriormente, ha recibido el apelativo de cyber-punk: “El término, aplicado generalmente a la obra literaria de William Gibson o Bruce Sterling, a grandes rasgos designa aquellas ficciones que presentan la tecnología en todas sus variantes posibles no como algo maligno, sino que reflexionan sobre las cuestiones éticas y filosóficas que su aplicación plantea, el poder que genera su manipulación interesada por parte de políticos y grupos de poder, sobre la creación de una nueva “realidad”, sobre la inserción de la humanidad, de lo “humano”, en el seno de un mundo hipertecnificado” [3]. Curioso, además, no sólo por el hecho de que en sus fotogramas aparezca el androide precursor (en lo visual) del C3PO de George Lucas (hablamos de Maria II) o por la circunstancia de que el malo de la película,  el inventor Rotwang (precedente a su vez del estereotipado modelo del mad doctor tan profuso en la sci-fi), tenga una mano biónica (la derecha, para más inri), sino porque la guionista (y, a la sazón, esposa de Lang) Thea von Harbou se basó en dos obras de H.G. Wells para desarrollar su libreto, siendo una de ellas «Cuando el durmiente despierta» («When the Sleeper Awakes», 1897) (la otra sería «La máquina del tiempo» —«The Time Machine», 1895—), novela “en la que los descendientes de los capitalistas gozan en la superficie de una vida de lujo frente a la laboriosa y subterránea existencia de los trabajadores, que también son una especie de cyborgs [4]. Así, por lo tanto, es como nos encontramos con los verdaderos protagonistas del tema propuesto para este número por la redacción de Versión Original, pues al final los verdaderos robots, los únicos que pueden recibir para sí mismos este término con conocimiento de causa, no son nadie más que nosotros mismos.


¿Pueden las cosas cambiar? ¿Hay motivos o argumentos para la esperanza? En una reciente entrevista aparecida en el diario Público [5], el irreverente, necesario y siempre polémico filósofo Alain  Badiou (uno de los popes del mayo del 68 parisino) decía lo siguiente: “Actualmente en Francia hay mucha tensión [alude al secuestro de empresarios en sus propias fábricas por parte de obreros encolerizados, acciones que incluso han sido aprobadas por la clase ejecutiva en algunos sondeos]. Y quizá estamos, y digo quizá, en una situación preAcontecimiento. El Acontecimiento es algo que no se puede prever. […] Tomemos el ejemplo de los obreros de origen extranjero perseguidos por los estados ricos de forma generalizada. Esos obreros se están organizando, y eso sí es un Acontecimiento. El sujeto fiel es el que contribuye de una forma u otra a su lucha. El sujeto reactivo es el que encontrará justificaciones para no incorporarse al movimiento. […] Los individuos sólo pueden superar su estado de dispersión y su egoísmo por mediación de la Idea, que hace que uno exceda a sí mismo. La Idea es la única manera de superar el estado normal del individuo, el de sobrevivir, aprovecharse de todo lo posible y servir sus intereses propios. El capitalismo y su orden, al fin y al cabo, están enteramente basados en el principio de que los individuos permanecen en el estado de individuos y se rigen por sus propios intereses. La Idea es absolutamente todo lo que permite conducir a otra Humanidad y a que los individuos se incorporen en algo más importante que los límites de su interés propio”. La Idea… el Acontecimiento… el Momento. ¿Cuál sería la receta para el “nuevo mundo”? “El amor es una insurrección que te arranca de tu condición de existencia ordinaria y te saca de la experiencia individual, porque ves el mundo a dos, en lugar de a uno. Es salir del individuo. Es el primer paso que un individuo puede hacer más allá del límite de su interés egoísta”, remataba el filósofo. ¿Era esto lo que Lang y Von Harbou nos proponían en el final de su película… o era más bien la asunción de la sumisión como herramienta para la tan ansiada «paz social»? Pues ahora que nuevamente estamos en época de «vacas flacas» y se nos dice que nos apretemos el cinturón, escandaliza el hecho de ver el inmoral reparto de beneficios de los grandes bancos o que éstos presten sin pudor cifras mareantes para promover los fichajes de futbolistas/modelos/hombres anuncio (léase Kaká y Cristiano Ronaldo, por citar los más sonados de este verano —al menos hasta la finalización de este artículo—) al mismo tiempo que niegan créditos a las familias trabajadoras. ¿Es así como se desea apaciguar a una población saturada de hartazgo en la perpetua espera de saber lo que significa verdaderamente participar de la riqueza de su propia fuerza de trabajo? ¿Será todo tan fácil como esperar a ese «mediador» que una en comunión las manos con el cerebro? ¿Seremos nosotros capaces de ser ad aeternum las manos sin cerebro y que los poderosos vivan cómodamente como cerebros sin manos? Sí, puede que estemos cerca de ver el Momento.

(artículo aparecido en el nº. 174 de Versión Original —septiembre de 2009— dedicado a "Robots")


[1] Citado por Rob van Scheers en Paul Verhoeven, Faber&Faber Limited, London-Boston, 1997, p. 186; citado a su vez en la obra de Tomás Fernández Valentí Paul Verhoeven. Sangre y carne, Ediciones Glénat, Barcelona, 2001, p. 176.

[2] Ambas frases sacadas de la op. cit. de Fernández Valentí (pp. 203 y 206, respectivamente).

[3] Antonio José Navarro en su artículo “RoboCop. El policía del futuro” aparecido en Imágenes de Actualidad, n.º 175 (noviembre 1998), sección “Cult Movie”, p. 50; citado por Valentí en la p.178 de su op. cit.

[4] Según se dice en el artículo de Javier Hernández Ruiz “Las escenografías de Lang en el cine alemán de entreguerras”, Dirigido por, nº. 367, mayo 2007, p. 70.

[5] En la sección “Culturas” del lunes 20 de abril de 2009.

No hay comentarios:

Publicar un comentario