lunes, 20 de mayo de 2013

EL HECHO DE SENTIRSE VIVO


Vivimos atormentados tratando continuamente de establecer aquellos parámetros que justifiquen nuestros actos, nuestras manías y nuestros gustos. Mucho más en esta profesión de críticos de cine, pues nos vemos en la obligación de acudir a una serie de criterios que desemboquen en lo universal, a modo de científicos que recurren a la disección para tratar de demostrar la vida o la ausencia de ésta en el paciente. ¡Qué gran pérdida de tiempo en muchas ocasiones! ¡Qué derroche de esfuerzo la mayoría de las veces, cuando lo más sencillo sería el inapelable “me gusta” o “no me gusta”! Claro que luego pienso que en “el país” tenemos ejemplos que nos demuestran que se puede correr el riesgo de que se margine la parte inteligente de la expresión “inteligencia emocional”. Y es que todo tiene sus límites.

Por eso, cuando nos enviaron la propuesta para participar en este especial 200 de Versión Original y se nos pidió que eligiéramos “la película de nuestra vida”, traté de no pensar demasiado y preguntarme con qué peli me siento más identificado, con qué filme me dejo mecer en los peores momentos, el que me enseñó a ser la persona que soy ahora a pesar de haberlo visto hace ya muchos años y que, en definitiva, me hace sentir vivo. Y creo que para mí pocas cintas como Querido diario (Caro diario, Nanni Moretti, 1993).


Y es que esta película no sólo es como el bocadillo de plátano con atún y mayonesa (lo que David de Jorge, alias “Robin Food”, denomina como una guarrindongada), o como esos calzoncillos con la cinturilla dada de sí y con los que tan a gusto estamos, o como esa fotografía desenfocada pero que tan buenos recuerdos nos trae. Es decir, esas cosas que nos gustan y que son incomprensibles para los demás. Es que, además, Nanni Moretti nos enseña a amarlas aún más, a aceptarlas y aceptarnos tal y como son y como somos, que nos definen sin pudor en nuestra peculiaridad más allá de los criterios generales de la mayoría. En definitiva, que el corazón tiene razones que la razón desconoce (Blas Pascal dixit).

Hay obras que nos marcan porque empatizamos con ellas de tal manera que las hacemos nuestras, que son como parte de nosotros o como si hubiesen nacido naturalmente de nosotros. No me importa que en Caro diario comparta con su protagonista el entretenimiento de mirar edificios, imaginando cómo sería mi vida en esos luminosos áticos tan inalcanzables (en su altura y en su precio). O que me apasionen las canciones de Leonard Cohen, las cuales me acompañan por la vida como una perpetua banda sonora. O que quiera pero no pueda bailar. Tampoco me importa que él disfrute en su Vespa y yo no haya montado en moto en mi vida. Lo importante más allá de lo que compartimos y de lo que nos separa, de que tengamos más o menos filias y fobias en común, es que logro entenderle y que, a pesar de que por unos momentos me gusta ser como él y que me entusiasmen las mismas cosas, a partir de él ya tengo suficiente material para entretenerme en aprender a ser yo mismo, a aceptarme tal y como soy, llevando a cuestas mis rarezas, mis gustos y mis manías. Y que, como a mí, a muchas otras personas les ha pasado lo mismo.


Porque el diario al que hace referencia el título es el verdadero protagonista. Su carácter de obra personal e intransferible es una apología de la minoría, de la individualidad. Pero no entendida, como bien matiza Moretti en su conversación con el tipo del descapotable en el semáforo, como un alejamiento del resto de la humanidad, sino que la suma de peculiaridades da como resultado la diversidad y, por lo tanto, el enriquecimiento que se deriva de la aceptación del otro. Todos somos diferentes, pero no somos como esas islas que dan título al segundo capítulo de la película, trozos de tierra disgregados e incomunicados que sólo producen frustración y locura. No somos seres aislados, y en el momento del contacto y la comunicación es cuando se produce la magia de la comprensión: algo más que tolerancia, asumir la existencia ajena como un bien imprescindible.

No es, por lo tanto, nada fortuito que esta película nazca en un marco como es la Italia a finales del siglo XX, pues Nanni Moretti parece el guardián de esa tradición social de la antigüedad basada en el tránsito marítimo del Mediterráneo y que produjo tantas y tan grandes civilizaciones que compartieron espacio, cultura y necesidades vitales. Claro, todo ello un año antes de la llegada de Berlusconi por primera vez al poder y de que comenzaran sus coqueteos con una extrema derecha que llegan hasta nuestros días. Italia cada vez es más isla y menos península, pero todavía hay en su interior personas que levantan la voz para unirse con el resto del continente en un ejercicio similar al que le sucede a su amigo, aquel que ha permanecido 30 años sin ver la TV y que, de la noche a la mañana, termina enganchado a un culebrón como Belleza y poder (The Bold and the Beautiful, 1987-…). Y es que la capacidad de aislarse está más allá de la voluntad del individuo en esta sociedad, donde la globalización cumple funciones indeseables en cuanto al tránsito del capital, pero permite sin duda que todos nos contaminemos afortunadamente con aquello que nos rodea, haciendo que la intolerancia pierda el poco sentido que posee.


Hacia al final nos damos cuenta de que todo ha sido un hermoso viaje en el que el destino era el conocimiento del yo y su aceptación sin reservas. El último capítulo, el titulado “Médicos”, tiene la gran virtud de enseñarnos que el diagnóstico más directo no es siempre el que indican los síntomas, y que para saber esto debemos recorrer el duro camino de los errores ajenos. El diario no deja de ser el testimonio del triunfo de la vida sobre la muerte. Poder contarlo es, en la mayoría de los casos, lo mejor de la vida. Caro diario es una apología de las cosas que nos gustan y nos hacen ser diferentes, peculiares, mostrándolas sin vergüenza. Sin embargo, a diferencia de Nanni Moretti, yo nunca escribiré en un diario mis filias y mis fobias, porque prefiero que mueran conmigo. ¿A quién le importan mis gustos, al fin y al cabo? Seguir escribiendo y seguir leyendo. Seguir respirando y seguir riendo. La vida la gastamos mientras la disfrutamos.

(artículo aparecido en el nº. 200 de Versión Original —enero de 2012— dedicado a "Mi película")

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