sábado, 18 de mayo de 2013

AGUAS SUCIAS, NEGOCIOS CORRUPTOS


1. Hace unos quince años, Manuel Vázquez Montalbán escribía en el diario El País que en el futuro las guerras serían por el control del agua. Pues bien, década y media después estamos viviendo un fraticida enfrentamiento entre comunidades autónomas de distinto signo político, donde se mezclan a partes iguales intereses generales y particulares a través de la defensa del patrimonio económico, cultural y ecológico y esas señas de identidad nacionalistas y/o regionalistas que actualmente definen ese extraño modelo político de la “monarquía federal”. Muchos nos preguntamos, ¿qué habrá detrás de todo esto?

2. En el año 2005 salió a la luz un documental que mostraba las miserias morales y materiales que tienen que soportar los habitantes de esa decadente superpotencia que son los Estados Unidos de América. La cinta en cuestión se titulaba Enron: los tipos que estafaron a América (Enron: the smartest guys in the room, Alex Gibney), y en ella se mostraba la impunidad con la que los poderes económicos llegan a aliarse con los políticos (en concreto, la deleznable familia Bush) para poder pillar tajada de unos indefensos y pasivos contribuyentes a base de generar demanda a través del control de un producto de consumo básico como es el de la energía eléctrica. Las conclusiones finales de la cinta son capaces de ponernos a todos los pelos de punta, interrogándonos de hasta qué punto los ciudadanos hemos perdido el control sobre nuestras vidas al delegar el poder en manos de unos tipos a los que interesamos una mierda, siendo todos nosotros las víctimas de una flagrante especulación sobre unos recursos que máxima necesidad, los cuales nos llegan en un pésimo estado mientras se nos intenta convencer de que el abuso es un chollo con el que ellos (no sé exactamente hacia quién o dónde apuntar el dedo) llegan incluso a perder dinero.

3. En el pasado mes de mayo de este mismo año se nos anunciaba a los españoles un incremento que podría ser de hasta el 20% en la tarifa eléctrica porque prácticamente se nos estaba regalando la electricidad, mientras teníamos aún reciente en la memoria el dato de que Manuel Pizarro se había embolsado cerca de 20 millones de euros por su gestión en la OPA de Endesa, siendo recompensado por su trabajo sucio en contra del tan cuestionado gobierno de Zapatero con su inclusión en las listas electorales del PP (un fichaje estrella que, por otra parte, pronto se convirtió en agua de borrajas: su careto, ciertamente, provoca más inquietud que sosiego). Si a esto añadimos los numerosos problemas generados meses atrás en Barcelona debido a la precariedad de su sistema eléctrico y los frecuentes cortes de energía por saturación que todos los años tienen que padecer los habitantes de las regiones más cálidas de la España meridional durante los meses de julio y agosto (algo que, sospechosamente, parece dar argumentos a los que anuncian este tipo de subidas en las tarifas),  ¿quiénes son “los tipos que estafan a España”? Parece que en todas partes cuecen habas.

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En 1974 Roman Polanski abordó de manera implacable el tema de la corrupción en su magistral Chinatown (id.). A través de la mirada de un detective privado (personaje que representa la quintaesencia del relato negro, pues es quien nos sirve de guía para decodificar un ambiente que nos es ajeno, pero del cual él posee los códigos para su interpretación) asistimos a un panorama dominado por la lucha sobre el control de un elemento tan primordial para la vida como es el agua. La acción transcurre en la California de los años 30, un paisaje dominado por el crecimiento urbanístico de unas grandes ciudades que succionan los recursos naturales a los grandes latifundios de frutales y los pastores, los cuales tratan de sobrevivir en medio del árido ecosistema que los circunda. Ante tales condiciones, ¿puede contenerse el desmedido apetito de los ambiciosos?


El investigador encarnado por Jack Nicholson es, desde la primera secuencia, una víctima más de un complot urdido desde los poderes ocultos en las sombras, estando curiosamente la acción ubicada en una de las regiones más soleadas de los Estados Unidos. Encontramos en este aspecto, por lo tanto, aquella pauta que marcará todo el metraje: detrás del brillo, del esplendor y de la abundancia (incluso se podría decir que de la opulencia) se esconden una serie de prácticas fraudulentas, mafiosas y corruptas, lo cual nos pone tras el pensamiento establecido a principios de siglo por Walter Benjamín, para el cual “los pilares de toda civilización se asientan sobre los cimientos de la barbarie”. O, como en este caso diría mi abuelo Hilario de forma más prosaica, “nadie se hace rico siendo honrado”, pues parece ser que en las bases del capitalismo está la máxima según la cual el beneficio de la comunidad está condicionado de manera irrevocable al enriquecimiento desmesurado de sus promotores. Así pues, en un sistema en el que decisiones de todo tipo se dejan en manos de la iniciativa privada, ¿alguien con los suficientes recursos económicos se molestaría en realizar la titánica tarea de abastecer de agua a una basta región en la que conviven personas de intereses enfrentados, como son los habitantes de la ciudad y los sacrificados agricultores? ¿Es, como muchas veces se nos quiere vender, el prestigio social el máximo de los acicates para acometer obras de este tipo?

El periplo que inicia el investigador se va jalonando paulatinamente de sospechas y elementos extraños (ya que, como hemos dicho, nada es lo que parece, todos parecen fingir y, por lo tanto, nadie dice la verdad). Así, una mujer visita las oficinas del detective Jake Gittes para investigar las supuestas infidelidades de su marido, Holis Mulwray, el ingeniero jefe encargado de las aguas públicas del condado. Pero pronto se descubre que aquella mujer no era más que una falsificación, ya que la verdadera esposa se presenta ante el investigador para pedirle cuentas por el escándalo en el que ha sumergido a su marido. El orgullo personal de Gittes al haber sido engañado le llevan a bucear en las oscuras aguas que una mano aún más oscura parece querer que sean lo más turbias posibles para cegar del todo a aquel que quiera seguir su siniestro rastro. Los posteriores sucesos confirman la espiral de mentiras y prevaricaciones en las que está sumergida esa parte de la sociedad que parece haber recogido el testigo de los intereses públicos en nombre del bien de la comunidad: el suicidio del ingeniero no es tal, sino un asesinato; los agricultores no son la causa del mal, sino su víctima más débil; el venerable patriarca de la más influyente familia resulta ser un ambicioso “padrino” que manipula cargos y recursos a su antojo, reflejándose su corrupción social en la máxima expresión de la podredumbre moral: el incesto.


A través de los distintos diálogos podemos imaginar la vida pasada del detective: Jake Gittes creía haber dejado atrás sus tiempos de agente de policía destinado a Chinatown, allí donde la corrupción se explicita a la vista, a plena luz del día como desafío a la autoridad de un poder que allí parece no tener sentido. Aquel hombre de la ley salió de ese infierno, espantado por las dimensiones de un monstruo que salpicaba con su hedor al mismísimo cuerpo al que él pertenecía. El desencanto por una institución a la que él supuestamente debía considerar ejemplo de la rectitud y del honor parecía haberse desvanecido, y puede que fuera por esa causa que decidiera un buen día establecerse por su cuenta, ser su propio jefe, no tener que rendir cuentas a nadie más que él, ser él mismo su juez y, si fuese necesario, su verdugo. Al apartarse del estercolero, de esa fuente del mal, e irse a esa ciudad resplandeciente y limpia creía haberse desvinculado por completo de su pasado. Sin embargo, Chinatown surge en los compases finales del filme como un “retorno al pasado”, como aquello que una y otra vez vuelve como una pesadilla para espantarnos al recordarnos lo que hemos sido, lo que somos y lo que nunca podremos dejar de ser: personas sin control sobre nuestras vidas, víctimas de un aleatorio oleaje producido por una mano negra en unas aguas sucias. Nada de lo que suceda tiene importancia en unas calles en las que la ley y la justicia brillan por su ausencia, y a nadie importa si en medio de un tiroteo una mujer muere intentando salvar a su hija del monstruo que conoció en su propia cama. Todo acaba en la mirada perdida y derrotada al final de un callejón sin salida. Víctimas. Sólo víctimas.

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4 (y final). A pesar de que la película es de hace tres décadas y de que su argumento se establece en los años 30, parece que no hubiera grandes diferencias entre nuestro momento y aquéllos, pues los intereses particulares de unos pocos y los generales de la mayoría parecen ser los mismos ahora que antes: es decir, siempre antagónicos. Pues incluso cuando un político favorece con sus opiniones y argumentos a una determinada zona geográfica, siempre planea sobre nuestras conciencias si realmente no estará asegurándose la lealtad de su granero de votos. España se parece a la soleada California más de lo que pueda parecer: los regantes claman por una ración de agua que por derecho les pertenece, pero ellos no son el negocio. Un ambicioso proyecto formado por decenas de nuevos campos de golf y de macrourbanizaciones (con sus cientos de jardines, piscinas… y más campos de golf) hace tiempo que se instaló en el horizonte de nuestras comunidades levantinas. Si bien es lícito conformar como propias aquellas perspectivas de crecimiento que más convengan a cada cual, ¿es ético hacerlo por encima de los propios recursos disponibles? Valencianos y murcianos parecen estar viviendo en las entrañas de un monstruo que no se sacia de pedir más y más agua. Extiende todo un arsenal de tentáculos olisqueando cualquier indicio de humedad, depositando en aquellos lugares sus esperanzas, sus mejores expectativas de progreso (económico, por supuesto; “¿Es que hay otro?”, por allí se preguntan algunos). Y, mientras tanto, el monstruo busca culpables a su sed, apuntando sus ojos hacia fuera, sin darse cuenta de que el problema está dentro de sí. ¿Cuándo se dará cuenta el ser humano de que “el todo vale” a la larga “sale caro”? Incluso “El Innombrable” pareció darse cuenta de ello y un buen día le tomó desmesurada afición a inaugurar pantanos. “Contra Franco se vivía mejor”, que decía el profesor Aranguren. “Otro vendrá que bueno te hará”, que dice mi madre. Puede que el problema principal sea que cada político tiene su “chinatown” particular al cual no quiere regresar. Y, en medio, nosotros. Víctimas. Sólo víctimas.

A mis murcianos favoritos
Ramón Monedero y José Antonio Planes:
para que el agua sea tan abundante
como vuestro espíritu crítico

(artículo aparecido en el nº. 161 de Versión Original —junio de 2008— dedicado a "Corrupción")

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