1. “El tema es, damas y
caballeros, que la codicia, por falta de una palabra mejor, es buena. La
codicia es correcta. La codicia funciona. La codicia aclara, se abre camino y
capta la esencia del espíritu de la evolución. La codicia por la vida, por el
dinero, por el amor, por el conocimiento ha marcado el avance de la humanidad.
Y la codicia, recuerden mis palabras, no sólo salvará a Teldar Paper, sino a
esa otra corporación que no funciona, los Estados Unidos” (Gordon Gekko
—Michael Douglas — ante la asamblea de accionistas de la compañía Teldar Paper,
1985).
Gordon Gekko fue el máximo
exponente del yuppie (acrónimo de young urban profesional), esa
clase social ambiciosa, ilimitada en sus ansias de amasar dinero y poder,
indisimulada en su ostentación. Gente joven, guapa, rica y de coca hasta las
cejas. Era la época de Ronald Reagan, al que algunos acusaron de ser un pésimo
actor pero que, en su afán por denigrarle en su antigua profesión, le
subestimaron en su capacidad de vender la moto a la clase media norteamericana:
desviar la atención con su feroz discurso anticomunista mientras trabajaba en
silencio en su afán de gusano que llega al corazón de la Gran Manzana: Wall
Street.
La película dirigida por Oliver
Stone en 1987 y que tomó el nombre del mercado de valores de Estados Unidos es
un espléndido ejemplo de aquellos tiempos. Y, lo que es más meritorio,
realizada en aquel preciso momento. Una época de apariencias, de cartón-piedra,
de apartamentos suntuosos empapelados con los dólares de la especulación. Unas
vidas de lo más falsas, que llegan a hacer traicionar las raíces de las
personas, volviendo la espalda incluso al propio padre, despreciando valores
como la experiencia y la honradez.
Y es que aquella década fue la
que domó ese espíritu libertario (e incluso libertino) que fueron los años 70,
época traumática de los USA en la que convivieron el movimiento hippie y
las montañas de jóvenes cadáveres que Vietnam les devolvía como un vómito
incesante. El golpe en la mesa dado por el reaganismo azuzó a una nación
que una vez soñó con una sociedad diferente y que terminó acostumbrándose a las
diferencias económicas que permitían aparcar grandes limusinas al lado de
mendigos sin que ello supusiera ningún trauma para la conciencia.
Bud Fox (Charlie Sheen), el
protagonista de esta cinta, vivirá atormentado durante todo el metraje del
film, basculando su filosofía vital entre la imagen de un padre, Carl (Martin
Sheen), que se ha partido el espinazo durante toda su vida para conseguir muy
poco, y la figura de un mefistofélico maestro que le libra de sus ataduras
morales para el enriquecimiento prematuro a cualquier precio. Las consecuencias
de sus actos recaerán directamente sobre el corazón de su progenitor y una
postrera actitud de integridad le hará redimirse, traicionando a Gekko para ser
leal a los suyos al darse cuenta de la trascendencia de una frase que le dijo
un veterano compañero de trabajo, Lou Mannheim (Hal Holbrook): “Lo principal
acerca del dinero, Bud... te hace hacer cosas que no quieres hacer”.
2. “Alguien me recordó recientemente
que una vez dije que la avaricia es buena. Ahora parece que es legal. […] La
madre de todos los males es la especulación. […] Pedir prestado es
nocivo para la salud. Y odio decirles esto, lo que también molesta: es un
modelo de negocio quebrado, que no funciona. Es sistémico, indignante, y
despreciable. Como el cáncer. Es una enfermedad, y debemos combatirla”
(Gordon Gekko —Michael Douglas— ante los asistentes a una conferencia en la que
se presenta su libro ¿Es buena la avaricia?, 2008).
Es sorprendente el poder de los
términos y los eufemismos, y cómo en distintas épocas su sentido tiende a
desplazar los problemas con un solo gesto. Si la palabra greed era
traducida en la película de los 80 como «codicia» (un término más ligado en el
inconsciente judeocristiano con los mandamientos de Moisés), en los nuevos
tiempos se transforma en «avaricia» (uno de los siete pecados capitales). Y si
pensamos en el resto de los personajes de Wall Street: el dinero nunca
duerme (Wall Street: Money Never Sleeps, Oliver Stone, 2010), que
son jóvenes con eso que se llama conciencia social, ecologistas y comprometidos
(vamos, los bobos, acrónimo de bohemian bourgeois, que ya hemos
comentado en alguna otra ocasión), nunca nos atreveríamos a aplicarles tales
epítetos, sino más bien el de «ambiciosos en el buen término», «ávidos de
prosperar» o cosas por el estilo, a pesar de que se lucran a través de sus
trabajos en compañías de hidrocarburos contaminantes mientras sueñan con un
mundo más verde, como el caso del joven protagonista, Jacob Moore (Shia
LaBoeuf).
Esta segunda parte de Wall
Street se convierte así en un certero (aunque ciertamente maniqueo, como el
original) análisis sobre la hipocresía de la sociedad actual, donde la cárcel
es antes un elemento punitivo que un método de reinserción donde personajes
como Gekko prefieren el encierro a la sombra durante unos pocos años para luego
disfrutar impunemente de sus dividendos delictivos que les llevaron a la trena.
O donde se prefiere el mismo mamoneo de antes, mientras no se haga con esa
insoportable ostentación de antaño —la desplegada por el implacable Bretton
James (Josh Brolin), quien en la impotencia de la derrota es capaz de machacar
la joya goyesca Saturno devorando a su hijo, un cuadro de indudable
dimensión alegórica en ambas cintas—.
La avaricia hoy en día no sólo es
legal, sino que se ha convertido en el primer mandamiento de un decálogo no
escrito, insertándose en una sociedad moralista e hiperviolenta que, sin
embargo, censura imágenes y conductas que considera inapropiadas desde el punto
de vista puritano. Gordon Gekko es el paradigma gatopardiano, para el
cual todo debe cambiar para que las cosas permanezcan igual. Por ello mismo no
es de extrañar que las grandes compañías continúen con sus desmedidos
beneficios a pesar (o incluso gracias a, habría que decir) esta maldita crisis,
mientras los mercados financieros y las agencias de calificación imponen sus
severas y drásticas medidas a gobiernos maleables y éstos a trabajadores
cabreados. Quizás habría que repensar si actitudes pasivas como soportar
porrazos en la espalda quedaron obsoletas hace muchos años, y si no sería mejor
dinamitar el sistema desde dentro, aprovechándose de su perversa avaricia para
reventar todo este tinglado a través de sus deficiencias y contradicciones
(como hacían los más jóvenes protagonistas de ambas películas). La máscara de
moda en los próximos carnavales podría ser la de V de Vendetta.
(artículo aparecido en el nº. 196
de Versión Original —septiembre de 2011— dedicado a "La
avaricia")
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