La cama es una evidente parte importante en la vida del ser
humano. Pasamos sobre ella un tercio de nuestra vida. En ella se nace y se
muere, se duerme, se sueña, se come y se ama. Pero también puede ser una
implacable prisión. Dado que este mes se estrena el último film de
Alejandro Amenábar Mar adentro (establecer la relación entre cama y
prisión creo que es más que obvia en este caso), aprovecharemos para discurrir
sobre este enfoque poco frecuente de la cama a través de uno de los más
peculiares y venerados filmes de la década de los 90: Atrapado en el tiempo,
de Harold Ramis. Puede ser que no haya otra película como ésta para describir
de una forma tan simbólica e imaginativa la desorientación del hombre moderno,
del urbanita de finales del siglo XX. Del mismo modo que La Divina Comedia
de Dante Aligheri, el filme se desarrolla en tres partes identificables con el
Purgatorio (la monotonía del periodista triunfador y endiosado), el Infierno
(la repetición incansable del mismo día) y el Paraíso (la redención a través
del amor altruista). Al igual que en el relato clásico, la parte del “infierno”
es la más atractiva y rica en matices.
Los títulos de crédito de la película se dibujan sobre un
fondo en el que aparecen nubes a ritmo acelerado que amenazan tormenta. Ya con
esta imagen el director nos está introduciendo elementos constantes durante
toda la cinta: el tiempo es cambiante, mutable, maleable… pero no por ello
manipulable, ya que tiene voluntad propia, y puede encerrar dentro de sus
fauces a aquellos que osan romper las normas de la convivencia. El tiempo es un
personaje más de la película, por no decir el principal. Está presente en todos
y cada uno de los planos. Pero, es más, es el elemento primordial, el soporte
básico del propio cine, referenciado en la premisa elemental “Cine= Imagen+
Movimiento”. Por ello, el filme se presenta como una gran metáfora del
“espectador cautivo”, de todos aquellos que nos sentimos arrebatados por la
imagen cinematográfica, por sus historias, y que acudimos una y otra vez a perder
la noción del tiempo, a ser despojados de nuestra percepción (como dijo
Einstein, el tiempo no es más que una percepción relativa, subjetiva, no tiene
consistencia más allá del conocimiento humano, de cada ser humano), incluso
viendo una y otra vez la misma película (es decir, viviendo una y otra vez las
mismas historias al lado de los mismos protagonistas), pero encontrando matices
en cada nuevo visionado. Lo mismo le ocurre al Phil Connors (Bill Murray), el
protagonista de Atrapado en el tiempo.
La primera secuencia de la película nos presenta a este
personaje: es el hombre del tiempo en la televisión. Pero aquí la palabra
“tiempo” es mucho más que aquello referido a la climatología. Enlazando con lo
que antes decíamos sobre la metáfora del cine, Phil se dispone sobre un croma,
sobre una pantalla azul en la que, mediante un montaje de edición, aparece una
imagen en la pantalla de televisión. Él, en su afán de espectáculo, hace que
con sus soplidos y sus gestos las nubes se muevan, desplazando anticiclones y
borrascas a su antojo, casi como su fuera un dios (término que
posteriormente se atribuirá). Sabe manipular esta técnica, no así su compañera
de trabajo Rita (Andie McDowell) que, al vestir un jersey azul (un color
vinculado tradicionalmente en muchas culturas a la sinceridad, a la verdad, y
que Rita vestirá durante gran parte de la película), se coloca delante de la
pantalla y aparecen en el monitor de televisión únicamente sus manos y su cara,
entre nubes, como si fuera un ángel. En ese momento, vemos el rostro de Phil,
absorto ante tal “aparición”. Se empieza a intuir cierto sentimiento de amor
hacia Rita.
En un siguiente juego de imágenes vemos en uno de los monitores una vista de pájaro de la ciudad. La cámara de acerca y pasamos a la misma imagen en vivo. Hay una verdadera intención de mostrar la representación, la fábula por parte del director. Ya en la furgoneta en la que se dirigen a Punxsutawney al Festival de la Marmota se nos sigue aportando datos sobre la personalidad del protagonista: es egocéntrico, despreciable, deja en evidencia a sus compañeros con burlas, encuentra miseria en cada ser humano.
Phil llega a un nivel de “nihilismo autodestructivo”, ya que
todo lo que le rodea le parece banal. Sin embargo, mantiene una posible tabla
de salvación en su amor por Rita, quien le da optimismo para seguir con la
búsqueda de su verdadero yo. Precisamente sobre una cama es donde se empieza a
forjar un nuevo Phil: le declara su amor, pero Rita, medio dormida, no le puede
oír. Ya no hay una intencionalidad premeditada. El pensamiento economicista
donde sólo se hacen las cosas si se obtiene algo a cambio le ha abandonado.
Nace jun hombre nuevo con un plan nuevo. Comienza a intentar agradar a la gente
que le rodea, a ayudar. Aunque no todo puede ser tan fácil: hay cosas que no se
pueden evitar, como la muerte del viejo vagabundo, lo que le hace entender que
verdaderamente no es un dios.
En este segmento vemos como nace un “superhombre”, un ser
con sentimientos y motivaciones ajenos a su persona, es decir, un ser
enteramente altruista, sin pretensiones personales, vacío de ego. Después de
ser comprado en una subasta por Rita van al parque. Allí Phil hace una
escultura de hielo. La retrata exactamente como ese primer momento en el
que la vio: como un ángel. Ya ha encontrado sentido a su vida en el amor. A la
mañana siguiente algo cambia: la cama sobre la que han dormido se ha convertido
en una especie de lecho de cenizas sobre el que ha resucitado nuestro “ave
fénix”. No ha habido sexo, ya que se ha eliminado el deseo de posesión por el
de entrega. Comienza a saber que hay más goce en el dar que el recibir. No es
un final de moralina obsoleta. No es un panfleto contra las relaciones
sexuales. Ni mucho menos. Es el viaje edificante de un ser que comienza como un
monstruo devorador de seres “inferiores” a él y que acaba como un ser humano
que complementa a otro ser humano. Hay otro cambio: él es ahora el que viste
con camisa azul, el que porta la sinceridad. Se vuelve hacia ella: “Hoy es
mañana. El final de un día muy largo”. El reloj marca las 6:01. Salen a un
exterior inmaculado por la nieve caída. La ciudad gris ha muerto. “Vivamos
aquí. Empezaremos alquilando”. Ha aprendido a valorar el ahora, el carpe
diem. Plano final de nubes sobre el cielo azul: se han abierto las puertas
del paraíso para él.
(artículo aparecido en el nº. 119 de Versión Original
—septiembre de 2004— dedicado a "Camas")
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