jueves, 16 de mayo de 2013

ATRAPADO EN EL LECHO




La cama es una evidente parte importante en la vida del ser humano. Pasamos sobre ella un tercio de nuestra vida. En ella se nace y se muere, se duerme, se sueña, se come y se ama. Pero también puede ser una implacable prisión. Dado que  este mes se estrena el último film de Alejandro Amenábar Mar adentro (establecer la relación entre cama y prisión creo que es más que obvia en este caso), aprovecharemos para discurrir sobre este enfoque poco frecuente de la cama a través de uno de los más peculiares y venerados filmes de la década de los 90: Atrapado en el tiempo, de Harold Ramis. Puede ser que no haya otra película como ésta para describir de una forma tan simbólica e imaginativa la desorientación del hombre moderno, del urbanita de finales del siglo XX. Del mismo modo que La Divina Comedia de Dante Aligheri, el filme se desarrolla en tres partes identificables con el Purgatorio (la monotonía del periodista triunfador y endiosado), el Infierno (la repetición incansable del mismo día) y el Paraíso (la redención a través del amor altruista). Al igual que en el relato clásico, la parte del “infierno” es la más atractiva y rica en matices.

Los títulos de crédito de la película se dibujan sobre un fondo en el que aparecen nubes a ritmo acelerado que amenazan tormenta. Ya con esta imagen el director nos está introduciendo elementos constantes durante toda la cinta: el tiempo es cambiante, mutable, maleable… pero no por ello manipulable, ya que tiene voluntad propia, y puede encerrar dentro de sus fauces a aquellos que osan romper las normas de la convivencia. El tiempo es un personaje más de la película, por no decir el principal. Está presente en todos y cada uno de los planos. Pero, es más, es el elemento primordial, el soporte básico del propio cine, referenciado en la premisa elemental “Cine= Imagen+ Movimiento”. Por ello, el filme se presenta como una gran metáfora del “espectador cautivo”, de todos aquellos que nos sentimos arrebatados por la imagen cinematográfica, por sus historias, y que acudimos una y otra vez a perder la noción del tiempo, a ser despojados de nuestra percepción (como dijo Einstein, el tiempo no es más que una percepción relativa, subjetiva, no tiene consistencia más allá del conocimiento humano, de cada ser humano), incluso viendo una y otra vez la misma película (es decir, viviendo una y otra vez las mismas historias al lado de los mismos protagonistas), pero encontrando matices en cada nuevo visionado. Lo mismo le ocurre al Phil Connors (Bill Murray), el protagonista de Atrapado en el tiempo.

La primera secuencia de la película nos presenta a este personaje: es el hombre del tiempo en la televisión. Pero aquí la palabra “tiempo” es mucho más que aquello referido a la climatología. Enlazando con lo que antes decíamos sobre la metáfora del cine, Phil se dispone sobre un croma, sobre una pantalla azul en la que, mediante un montaje de edición, aparece una imagen en la pantalla de televisión. Él, en su afán de espectáculo, hace que con sus soplidos y sus gestos las nubes se muevan, desplazando anticiclones y borrascas a su antojo, casi como su fuera un dios (término que posteriormente se atribuirá). Sabe manipular esta técnica, no así su compañera de trabajo Rita (Andie McDowell) que, al vestir un jersey azul (un color vinculado tradicionalmente en muchas culturas a la sinceridad, a la verdad, y que Rita vestirá durante gran parte de la película), se coloca delante de la pantalla y aparecen en el monitor de televisión únicamente sus manos y su cara, entre nubes, como si fuera un ángel. En ese momento, vemos el rostro de Phil, absorto ante tal “aparición”. Se empieza a intuir cierto sentimiento de amor hacia Rita. 


En un siguiente juego de imágenes vemos en uno de los monitores una vista de pájaro de la ciudad. La cámara de acerca y pasamos a la misma imagen en vivo. Hay una verdadera intención de mostrar la representación, la fábula por parte del director. Ya en la furgoneta en la que se dirigen a Punxsutawney al Festival de la Marmota se nos sigue aportando datos sobre la personalidad del protagonista: es egocéntrico, despreciable, deja en evidencia a sus compañeros con burlas, encuentra miseria en cada ser humano.

Tras pasar un primer día en el que al final tienen que permanecer en este pueblo algo gris a causa de una fuerte nevada con ventisca, comienza aquella parte en la que la cama tiene una relevancia fundamental, donde se convierte en una matriz de renacimientos repetitivos que convierten la vida del protagonista en un calvario carcelario. Para muchos de nosotros quedará relacionado para siempre el tema de Sonny & Cher I got you, baby con la implacable imagen del reloj despertador de la mesita del hotel dando las seis en punto de la mañana. Al levantarse el segundo día, Phil empieza a descubrir que le suceden las mismas cosas. A partir de aquí hay detalles en los diálogos que nos permiten apreciar mensajes muy claros sobre el propósito de la película. Como, por ejemplo, cuando se encuentra con el vendedor de seguros y antiguo compañero de escuela. Al pisar Phil el charco, aquél le pone sobre aviso: “Debes tener cuidado con el primer paso. Es primordial”.

Hay un interesante y divertido juego entre los nombres y lo que hacen tanto el protagonista como la marmota. Ambos se llaman Phil, ambos pronostican el tiempo y ambos lo hacen mirando su sombra. Estas peculiaridades le permiten al director y guionista hacer numerosos juegos, como cuando Phil está con Rita en la cafetería la primera vez. Sobre su cabeza penden en la pared una gran cantidad de relojes (lo que denota un detallado trabajo de dirección). Uno de los comensales le espeta al oír su nombre: “¿Phil? ¿Como la marmota? ¡Pues busque su sombra, amigo!”, en una clara alusión a que el protagonista es un hombre que está perdiendo su identidad, incluso su corporeidad.

En la bolera, con los mismos aldeanos de antes, Phil les pregunta: “¿Qué haríais si vuestra vida fuese todos los días igual?”, a lo que uno de ellos contesta: “Ese es el resumen de mi vida”. ¿No es acaso lo que nos puede pasar a la mayoría de las personas, que parece que nuestra vida es un eterno suceder de días casi iguales, de casa al trabajo, del trabajo a casa, y vuelta a empezar?

A partir de aquí se pueden establecer las “cinco etapas del morir” que definiera la psicóloga Elisabeth Kubler-Ross: el rechazo, el enfado, la depresión, el regateo y la aceptación. Phil pasa de alegrarse del nuevo día porque no hay consecuencias visibles de lo hecho el día anterior (se atiborra a comer pasteles, roba un furgón blindado, se acuesta con engaños con una mujer del pueblo, etc., en una clara “visión adolescente” que no le permite ver las secuelas de sus actos, por lo que nada tiene sentido y el futuro no existe, ya que nada de lo que haga cambiará nada), a una “depresión suicida”, en la que tampoco encuentra alivio, ya que cada mañana se despierta en esa cama que lo tiene preso, inmovilizado en ese mismo lugar y en ese mismo día, como una losa (la imagen del marcador del despertador cayendo pesadamente es bastante significativo).

Un día se propone una nueva meta: conquistar a Rita. Al principio es el mismo juego: memorizar todos sus datos biográficos, sus aficiones, sus gustos… incluso sus sentimientos. Pero ella se acaba dando cuenta de sus auténticas intenciones: no es amor verdadero, sino una presa más de su hambre devoradora para agrandar su ego. Es rechazado una y otra vez de la forma más sonora: bofetada tras bofetada es apartado de su lado, abandonando el lugar entre estatuas de hielo (una detalle más de la perspicacia del director: metáfora del hombre  de emociones congeladas). 
 


Phil llega a un nivel de “nihilismo autodestructivo”, ya que todo lo que le rodea le parece banal. Sin embargo, mantiene una posible tabla de salvación en su amor por Rita, quien le da optimismo para seguir con la búsqueda de su verdadero yo. Precisamente sobre una cama es donde se empieza a forjar un nuevo Phil: le declara su amor, pero Rita, medio dormida, no le puede oír. Ya no hay una intencionalidad premeditada. El pensamiento economicista donde sólo se hacen las cosas si se obtiene algo a cambio le ha abandonado. Nace jun hombre nuevo con un plan nuevo. Comienza a intentar agradar a la gente que le rodea, a ayudar. Aunque no todo puede ser tan fácil: hay cosas que no se pueden evitar, como la muerte del viejo vagabundo, lo que le hace entender que verdaderamente no es un dios.

En este segmento vemos como nace un “superhombre”, un ser con sentimientos y motivaciones ajenos a su persona, es decir, un ser enteramente altruista, sin pretensiones personales, vacío de ego. Después de ser comprado en una subasta por Rita van al parque. Allí Phil hace una escultura de hielo. La  retrata exactamente como ese primer momento en el que la vio: como un ángel. Ya ha encontrado sentido a su vida en el amor. A la mañana siguiente algo cambia: la cama sobre la que han dormido se ha convertido en una especie de lecho de cenizas sobre el que ha resucitado nuestro “ave fénix”. No ha habido sexo, ya que se ha eliminado el deseo de posesión por el de entrega. Comienza a saber que hay más goce en el dar que el recibir. No es un final de moralina obsoleta. No es un panfleto contra las relaciones sexuales. Ni mucho menos. Es el viaje edificante de un ser que comienza como un monstruo devorador de seres “inferiores” a él y que acaba como un ser humano que complementa a otro ser humano. Hay otro cambio: él es ahora el que viste con camisa azul, el que porta la sinceridad. Se vuelve hacia ella: “Hoy es mañana. El final de un día muy largo”. El reloj marca las 6:01. Salen a un exterior inmaculado por la nieve caída. La ciudad gris ha muerto. “Vivamos aquí. Empezaremos alquilando”. Ha aprendido a valorar el ahora, el carpe diem. Plano final de nubes sobre el cielo azul: se han abierto las puertas del paraíso para él.
  
(artículo aparecido en el nº. 119 de Versión Original —septiembre de 2004— dedicado a "Camas")

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