Sin faltar a la costumbre de
enlazar el contenido de análisis antecedentes, hay en El temible burlón
(The crimson
pirate, 1952) algo del anterior filme estudiado, Mi tío de Jacques
Tati: el enfrentamiento encarnizado entre tradición y modernidad, parafraseando
en el título del artículo un filme de Eisenstein de 1929 que hablaba
precisamente de esto mismo. Partiendo de los románticos convencionalismos
tópicos de este subgénero derivado del de aventuras, esta película de piratas
se nos presenta con numerosos elementos rompedores que no encontramos en otras
obras con la misma temática.
Aquí encontramos dos mundos en disputa: los
colonizadores españoles, representados por el barón José Gruda, y los
colonizados de una pequeña isla que luchan por su independencia. En medio de
ellos, los piratas capitaneados por Vallo, espíritus libres de la mar que se
dedican al pillaje como forma de subsistencia, valiéndose para ello de todo un
repertorio de astucias y trampas. De hecho es ya en la primera secuencia de la
película cuando vemos cómo a través de una maniobra de engaño (simulan estar
muertos) consiguen apoderarse del barco en que viaja Gruda, el emisario del rey
de España. Y es que ésta será la tónica general de toda la película, ya
que veremos cómo hay una sucesión interminable de representaciones, disfraces y
cambio de roles. Sin entrar a una exhaustiva enumeración de todas ellas,
resaltaremos tres:
- hay una sucesión de traiciones entre los personajes principales, a
saber: Vallo engaña a los isleños para que le lleven ante El Libre, su líder;
Vallo traiciona a Gruda para salvar a El Libre; Bellows, el segundo de a bordo
de Vallo, traiciona a su capitán, aliándose con Gruda al poner en peligro su
jefe la venta de armas y prisioneros; Gruda traiciona a Bellows para recuperar
su barco y aplastar a los insurrectos de la isla;
-
la sucesión de disfraces a los que Vallo recurre culmina en un alarde de
travestismo para presentarse ante el mismísimo barón Gruda sin ser reconocido y
salvar a su amada Consuelo de una inminente boda con el anciano gobernador de
la isla;
-
en las últimas imágenes del filme Ojo, el fiel y mudo compañero de
Vallo, se dirige a cámara para, a través de su peculiar lenguaje gestual,
cerciorar el romántico destino de su capitán y Consuelo. A través de esta
mirada directa al espectador hace vívido el sentido de representación del cine
y la máxima de “La vida es puro teatro”.
Pero hacíamos referencia en
la introducción de esta película a ese enfrentamiento entre los antiguo y lo
moderno que existe en su discurso. Existe ya ese conflicto en la forma de
entender la vida pirata que hay entre Vallo, joven y arriesgado, y Bellows, un
experimentado pirata de la vieja escuela, a la hora de decidir qué hacer con el
botín obtenido: el capitán opta por el comercio mientras que el viejo bucanero
recela de esta técnica por estar alejada de los principios del código de la
piratería. Pero más evidente resulta a la hora de analizar ese mundo de los
colonizadores, en el que existe un sentido decadente de entender el
Estado y las relaciones con el pueblo: la dictadura, la opresión, la imposición
y el elitismo son sus señas de identidad. Sin embargo, en la otra parte, hay un
mayor sentido de libertad (fundamentalmente a través del apodo de su
revolucionario líder, no por casualidad llamado El Libre) y de la democracia,
las nuevas fórmulas de gobierno derivados de los tratados humanísticos de la
Ilustración. Es ejemplo de ello la reunión que los independentistas tienen en
una bodega, con Vallo como testigo prisionero. A través de esta experiencia el
pirata comprende que su mundo es igual que de los isleños, ya que previamente
le habíamos visto la forma de liderazgo que desplegaba con su marinería,
consultando con todos ellos las decisiones a tomar. Por eso hay una toma de
conciencia en Vallo, adquiriendo los comportamientos propios del modelo clásico
del héroe.
“Nuevos métodos de lucha
para viejos enemigos”, anuncia a los habitantes de la isla para convencerles de
sus posibilidades de éxito. Y lo hace como si de modernos mítines políticos se
tratara, con imágenes que nos traen a la memoria otras de líderes
revolucionarios del siglo XX, de Lenin a Fidel Castro, arengando a la
población. De hecho, el término crimson (carmesí)
del título original hace tanto referencia al color rojo de su fajín como a sus
connotaciones políticas. Además, estas imágenes, por su montaje, nos recuerdan
a fotogramas de Octubre
de Eisenstein, un nexo más con el genial director soviético. Estos “nuevos
métodos” que Vallo pregona no son otros que aquellos nuevos adelantos
científicos que el profesor Prudente pone a su disposición: el submarino, la
ametralladora, la nitroglicerina, el carro blindado, el globo aerostático,
etc., aparecen como prototipos de los que hoy conocemos. Unos avances que la
mentalidad tradicionalista de los opresores ha tratado históricamente de
condenar para así guardar celosamente su orden y sus intereses, manteniendo al
pueblo sometido a través del miedo y la opresión. Estos elementos son puestos
ahora a su disposición para avanzar cualitativamente en una forma de
autogobierno, sin las imposiciones de los intereses de las clases altas.
Al fin y al cabo, volviendo
sobre lo escrito, el hecho de elegir el travestismo como un táctica para
obtener la victoria puede leerse como un método más de supervivencia, de
adaptación, de superar los viejos conceptos predeterminados por el
tradicionalismo o los obsoletos códigos de la piratería, renunciando
parcialmente a su propia identidad para llegar a la consecución de los
objetivos marcados: el pirata ya no roba ni saquea, ni viola ni atropella. No
es una imagen predeterminada ligada a una conducta amoral, sino que se revela
como un ser humano, con sus pulsiones y sus pasiones: el beso final hace añicos
un arquetipo condenado a desaparecer.
Para ahondar en este sentido
de un mundo que tiende indefectiblemente a desvanecerse haremos también
referencia a un cortometraje que supone un verdadero paradigma en lo que a la
temática pirata se refiere. En 1983 Terry Gilliam rodó Seguros permanentes
Crimson (The
Crimson Permanent Assurance) como prólogo a El sentido de la vida,
obra coral de los Monty Python. Lo primero que sorprende es la elección de la
palabra “crimson” como nombre de la empresa de seguros, tomándose pues esta
obra con respecto al clásico de Siodmak como una consecución transversal y como
un espejo deformante.
En una vieja oficina unos
administrativos de avanzada edad son tiranizados por unos jóvenes
impecablemente trajeados de una empresa llamada The Very Big
Corporation of America, nombre suficientemente significativo sobre sus
“humildes” pretensiones. Se nos informa de la situación histórica: una
languideciente Inglaterra “abatida por una
ruinosa política monetaria”, es decir el thatcherismo,
bestia de batalla del laborismo desde finales de la década de los setenta por
su política económica ultraliberal. Mediante un montaje conceptual vemos a
estos ancianos como remeros de galera, azotados por sus tiránicos jefes. En un
determinado momento se sublevan, arrojando por la ventana a los pretenciosos
yupies a la forma pirata, haciéndoles saltar desde una tabla calle abajo. Toman
el edificio y sueltan las amarras de una lona que cubre la fachada, haciendo
ésta el uso de gran vela, con lo que el edificio comienza a avanzar por la
calle tras levar un enorme ancla enterrada en la acera (!). Su bandera, una
calavera cruzada por tibias sobre una tabla estadística de dividendos que
parece decir “¡Muerte a la economía de mercado, muerte al capitalismo!”. Buscan
su presa: unos relucientes rascacielos, “un distrito
financiero repleto de multinacionales, conglomerados e inflados bancos
mercantiles”. En un alarde de nueva adaptación disponen los viejos
archivadores como cañones. El vetusto edificio es mucho más sucio y pequeño que
los potentes rascacielos, que se yerguen amenazadores, fagocitadotes, en una
tópica imagen onírica de Gilliam. El propio Terry Gilliam aparece como operario
limpiacristales sobre un andamio, no pudiendo dar crédito a su propia fantasía.
Los ancianos comienzan el abordaje, asaltando un despacho de brokers trajeados
(la Dirección General de sus antiguos amos, la VBCA), que están
decidiendo sus operaciones sobre un mapamundi. Pero inesperadamente uno de los
yupies saca de su maletín una espada y comienzan a plantarles cara. Tras su
victoria e hipermotivados, los ancianos destruyen el centro financiero, todos
los edificios. Reanudan su travesía, a la búsqueda de nuevos baluartes que
conquistar, pero la voz en off anuncia como errónea la teoría moderna sobre la
forma de la Tierra y el edificio-barco pirata cae al vacío del espacio por un
precipicio que anuncia el final de la Tierra: se han cargado todo el mercado,
autocondenándose en su ímpetu devorador. El romántico sueño de reconquista
termina en el mismo borde del abismo de un planeta que, por unas locas teorías
científicas, creíamos esférico. Una mirada cínica más de los Monty Python,
haciendo suyo aquello que dijo Calderón de la Barca: “… que los sueños, sueños
son”.
A Eduardo
Haro Tecglen,
maestro
de muchos
sin saber
nuestros nombres.
¡Adiós,
viejo pirata rojo!
(artículo aparecido en el
nº. 132 de Versión Original —noviembre de 2005— dedicado a
"Piratas")
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