miércoles, 15 de mayo de 2013

LO VIEJO Y LO NUEVO

Sin faltar a la costumbre de enlazar el contenido de análisis antecedentes, hay en El temible burlón (The crimson pirate, 1952) algo del anterior filme estudiado, Mi tío de Jacques Tati: el enfrentamiento encarnizado entre tradición y modernidad, parafraseando en el título del artículo un filme de Eisenstein de 1929 que hablaba precisamente de esto mismo. Partiendo de los románticos convencionalismos tópicos de este subgénero derivado del de aventuras, esta película de piratas se nos presenta con numerosos elementos rompedores que no encontramos en otras obras con la misma temática.

Aquí encontramos dos mundos en disputa: los colonizadores españoles, representados por el barón José Gruda, y los colonizados de una pequeña isla que luchan por su independencia. En medio de ellos, los piratas capitaneados por Vallo, espíritus libres de la mar que se dedican al pillaje como forma de subsistencia, valiéndose para ello de todo un repertorio de astucias y trampas. De hecho es ya en la primera secuencia de la película cuando vemos cómo a través de una maniobra de engaño (simulan estar muertos) consiguen apoderarse del barco en que viaja Gruda, el emisario del rey de España. Y es que ésta será la tónica general de toda  la película, ya que veremos cómo hay una sucesión interminable de representaciones, disfraces y cambio de roles. Sin entrar a una exhaustiva enumeración de todas ellas, resaltaremos tres:

-      hay una sucesión de traiciones entre los personajes principales, a saber: Vallo engaña a los isleños para que le lleven ante El Libre, su líder; Vallo traiciona a Gruda para salvar a El Libre; Bellows, el segundo de a bordo de Vallo, traiciona a su capitán, aliándose con Gruda al poner en peligro su jefe la venta de armas y prisioneros; Gruda traiciona a Bellows para recuperar su barco y aplastar a los insurrectos de la isla;
-       la sucesión de disfraces a los que Vallo recurre culmina en un alarde de travestismo para presentarse ante el mismísimo barón Gruda sin ser reconocido y salvar a su amada Consuelo de una inminente boda con el anciano gobernador de la isla;
-      en las últimas imágenes del filme Ojo, el fiel y mudo compañero de Vallo, se dirige a cámara para, a través de su peculiar lenguaje gestual, cerciorar el romántico destino de su capitán y Consuelo. A través de esta mirada directa al espectador hace vívido el sentido de representación del cine y la máxima de “La vida es puro teatro”.

 
Pero hacíamos referencia en la introducción de esta película a ese enfrentamiento entre los antiguo y lo moderno que existe en su discurso. Existe ya ese conflicto en la forma de entender la vida pirata que hay entre Vallo, joven y arriesgado, y Bellows, un experimentado pirata de la vieja escuela, a la hora de decidir qué hacer con el botín obtenido: el capitán opta por el comercio mientras que el viejo bucanero recela de esta técnica por estar alejada de los principios del código de la piratería. Pero más evidente resulta a la hora de analizar ese mundo de los colonizadores, en el que existe  un sentido decadente de entender el Estado y las relaciones con el pueblo: la dictadura, la opresión, la imposición y el elitismo son sus señas de identidad. Sin embargo, en la otra parte, hay un mayor sentido de libertad (fundamentalmente a través del apodo de su revolucionario líder, no por casualidad llamado El Libre) y de la democracia, las nuevas fórmulas de gobierno derivados de los tratados humanísticos de la Ilustración. Es ejemplo de ello la reunión que los independentistas tienen en una bodega, con Vallo como testigo prisionero. A través de esta experiencia el pirata comprende que su mundo es igual que de los isleños, ya que previamente le habíamos visto la forma de liderazgo que desplegaba con su marinería, consultando con todos ellos las decisiones a tomar. Por eso hay una toma de conciencia en Vallo, adquiriendo los comportamientos propios del modelo clásico del héroe.


“Nuevos métodos de lucha para viejos enemigos”, anuncia a los habitantes de la isla para convencerles de sus posibilidades de éxito. Y lo hace como si de modernos mítines políticos se tratara, con imágenes que nos traen a la memoria otras de líderes revolucionarios del siglo XX, de Lenin a Fidel Castro, arengando a la población. De hecho, el término crimson (carmesí) del título original hace tanto referencia al color rojo de su fajín como a sus connotaciones políticas. Además, estas imágenes, por su montaje, nos recuerdan a fotogramas de Octubre de Eisenstein, un nexo más con el genial director soviético. Estos “nuevos métodos” que Vallo pregona no son otros que aquellos nuevos adelantos científicos que el profesor Prudente pone a su disposición: el submarino, la ametralladora, la nitroglicerina, el carro blindado, el globo aerostático, etc., aparecen como prototipos de los que hoy conocemos. Unos avances que la mentalidad tradicionalista de los opresores ha tratado históricamente de condenar para así guardar celosamente su orden y sus intereses, manteniendo al pueblo sometido a través del miedo y la opresión. Estos elementos son puestos ahora a su disposición para avanzar cualitativamente en una forma de autogobierno, sin las imposiciones de los intereses de las clases altas.


Al fin y al cabo, volviendo sobre lo escrito, el hecho de elegir el travestismo como un táctica para obtener la victoria puede leerse como un método más de supervivencia, de adaptación, de superar los viejos conceptos predeterminados por el tradicionalismo o los obsoletos códigos de la piratería, renunciando parcialmente a su propia identidad para llegar a la consecución de los objetivos marcados: el pirata ya no roba ni saquea, ni viola ni atropella. No es una imagen predeterminada ligada a una conducta amoral, sino que se revela como un ser humano, con sus pulsiones y sus pasiones: el beso final hace añicos un arquetipo condenado a desaparecer.

Para ahondar en este sentido de un mundo que tiende indefectiblemente a desvanecerse haremos también referencia a un cortometraje que supone un verdadero paradigma en lo que a la temática pirata se refiere. En 1983 Terry Gilliam rodó Seguros permanentes Crimson (The Crimson Permanent Assurance) como prólogo a El sentido de la vida, obra coral de los Monty Python. Lo primero que sorprende es la elección de la palabra “crimson” como nombre de la empresa de seguros, tomándose pues esta obra con respecto al clásico de Siodmak como una consecución transversal y como un espejo deformante.
 

En una vieja oficina unos administrativos de avanzada edad son tiranizados por unos jóvenes impecablemente trajeados de una empresa llamada The Very Big Corporation of America, nombre suficientemente significativo sobre sus “humildes” pretensiones. Se nos informa de la situación histórica: una languideciente Inglaterra “abatida por una ruinosa política monetaria”, es decir el thatcherismo, bestia de batalla del laborismo desde finales de la década de los setenta por su política económica ultraliberal. Mediante un montaje conceptual vemos a estos ancianos como remeros de galera, azotados por sus tiránicos jefes. En un determinado momento se sublevan, arrojando por la ventana a los pretenciosos yupies a la forma pirata, haciéndoles saltar desde una tabla calle abajo. Toman el edificio y sueltan las amarras de una lona que cubre la fachada, haciendo ésta el uso de gran vela, con lo que el edificio comienza a avanzar por la calle tras levar un enorme ancla enterrada en la acera (!). Su bandera, una calavera cruzada por tibias sobre una tabla estadística de dividendos que parece decir “¡Muerte a la economía de mercado, muerte al capitalismo!”. Buscan su presa: unos relucientes rascacielos, “un distrito financiero repleto de multinacionales, conglomerados e inflados bancos mercantiles”. En un alarde de nueva adaptación disponen los viejos archivadores como cañones. El vetusto edificio es mucho más sucio y pequeño que los potentes rascacielos, que se yerguen amenazadores, fagocitadotes, en una tópica imagen onírica de Gilliam. El propio Terry Gilliam aparece como operario limpiacristales sobre un andamio, no pudiendo dar crédito a su propia fantasía. Los ancianos comienzan el abordaje, asaltando un despacho de brokers trajeados (la Dirección General de sus antiguos amos, la VBCA), que están decidiendo sus operaciones sobre un mapamundi. Pero inesperadamente uno de los yupies saca de su maletín una espada y comienzan a plantarles cara. Tras su victoria e hipermotivados, los ancianos destruyen el centro financiero, todos los edificios. Reanudan su travesía, a la búsqueda de nuevos baluartes que conquistar, pero la voz en off anuncia como errónea la teoría moderna sobre la forma de la Tierra y el edificio-barco pirata cae al vacío del espacio por un precipicio que anuncia el final de la Tierra: se han cargado todo el mercado, autocondenándose en su ímpetu devorador. El romántico sueño de reconquista termina en el mismo borde del abismo de un planeta que, por unas locas teorías científicas, creíamos esférico. Una mirada cínica más de los Monty Python, haciendo suyo aquello que dijo Calderón de la Barca: “… que los sueños, sueños son”.

A Eduardo Haro Tecglen,
maestro de muchos
sin saber nuestros nombres.
¡Adiós, viejo pirata rojo!
(artículo aparecido en el nº. 132 de Versión Original —noviembre de 2005— dedicado a "Piratas")

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