Vivimos atormentados tratando
continuamente de establecer aquellos parámetros que justifiquen nuestros actos,
nuestras manías y nuestros gustos. Mucho más en esta profesión de críticos de
cine, pues nos vemos en la obligación de acudir a una serie de criterios que
desemboquen en lo universal, a modo de científicos que recurren a la disección
para tratar de demostrar la vida o la ausencia de ésta en el paciente. ¡Qué
gran pérdida de tiempo en muchas ocasiones! ¡Qué derroche de esfuerzo la
mayoría de las veces, cuando lo más sencillo sería el inapelable “me gusta” o
“no me gusta”! Claro que luego pienso que en “el país” tenemos ejemplos que nos
demuestran que se puede correr el riesgo de que se margine la parte inteligente
de la expresión “inteligencia emocional”. Y es que todo tiene sus límites.
Por eso, cuando nos enviaron la
propuesta para participar en este especial 200 de Versión Original y se nos
pidió que eligiéramos “la película de nuestra vida”, traté de no pensar
demasiado y preguntarme con qué peli me siento más identificado, con qué filme
me dejo mecer en los peores momentos, el que me enseñó a ser la persona que soy
ahora a pesar de haberlo visto hace ya muchos años y que, en definitiva, me
hace sentir vivo. Y creo que para mí pocas cintas como Querido diario (Caro
diario, Nanni Moretti, 1993).
Y es que esta película no sólo es
como el bocadillo de plátano con atún y mayonesa (lo que David de Jorge, alias
“Robin Food”, denomina como una guarrindongada), o como esos
calzoncillos con la cinturilla dada de sí y con los que tan a gusto estamos, o
como esa fotografía desenfocada pero que tan buenos recuerdos nos trae. Es
decir, esas cosas que nos gustan y que son incomprensibles para los demás. Es
que, además, Nanni Moretti nos enseña a amarlas aún más, a aceptarlas y
aceptarnos tal y como son y como somos, que nos definen sin pudor en nuestra
peculiaridad más allá de los criterios generales de la mayoría. En definitiva,
que el corazón tiene razones que la razón desconoce (Blas Pascal dixit).
Hay obras que nos marcan porque empatizamos
con ellas de tal manera que las hacemos nuestras, que son como parte de
nosotros o como si hubiesen nacido naturalmente de nosotros. No me importa que
en Caro diario comparta con su protagonista el entretenimiento de mirar
edificios, imaginando cómo sería mi vida en esos luminosos áticos tan
inalcanzables (en su altura y en su precio). O que me apasionen las canciones
de Leonard Cohen, las cuales me acompañan por la vida como una perpetua banda
sonora. O que quiera pero no pueda bailar. Tampoco me importa que él disfrute
en su Vespa y yo no haya montado en moto en mi vida. Lo importante más allá de
lo que compartimos y de lo que nos separa, de que tengamos más o menos filias y
fobias en común, es que logro entenderle y que, a pesar de que por unos
momentos me gusta ser como él y que me entusiasmen las mismas cosas, a partir
de él ya tengo suficiente material para entretenerme en aprender a ser yo
mismo, a aceptarme tal y como soy, llevando a cuestas mis rarezas, mis gustos y
mis manías. Y que, como a mí, a muchas otras personas les ha pasado lo mismo.
Porque el diario al que hace
referencia el título es el verdadero protagonista. Su carácter de obra personal
e intransferible es una apología de la minoría, de la individualidad. Pero no
entendida, como bien matiza Moretti en su conversación con el tipo del
descapotable en el semáforo, como un alejamiento del resto de la humanidad,
sino que la suma de peculiaridades da como resultado la diversidad y, por lo
tanto, el enriquecimiento que se deriva de la aceptación del otro. Todos somos
diferentes, pero no somos como esas islas que dan título al segundo capítulo de
la película, trozos de tierra disgregados e incomunicados que sólo producen
frustración y locura. No somos seres aislados, y en el momento del contacto y
la comunicación es cuando se produce la magia de la comprensión: algo más que
tolerancia, asumir la existencia ajena como un bien imprescindible.
No es, por lo tanto, nada
fortuito que esta película nazca en un marco como es la Italia a finales del
siglo XX, pues Nanni Moretti parece el guardián de esa tradición social de la
antigüedad basada en el tránsito marítimo del Mediterráneo y que produjo tantas
y tan grandes civilizaciones que compartieron espacio, cultura y necesidades
vitales. Claro, todo ello un año antes de la llegada de Berlusconi por primera
vez al poder y de que comenzaran sus coqueteos con una extrema derecha que
llegan hasta nuestros días. Italia cada vez es más isla y menos península, pero
todavía hay en su interior personas que levantan la voz para unirse con el
resto del continente en un ejercicio similar al que le sucede a su amigo, aquel
que ha permanecido 30 años sin ver la TV y que, de la noche a la mañana,
termina enganchado a un culebrón como Belleza y poder (The Bold and
the Beautiful, 1987-…). Y es que la capacidad de aislarse está más allá de
la voluntad del individuo en esta sociedad, donde la globalización cumple
funciones indeseables en cuanto al tránsito del capital, pero permite sin duda
que todos nos contaminemos afortunadamente con aquello que nos rodea, haciendo
que la intolerancia pierda el poco sentido que posee.
Hacia al final nos damos cuenta
de que todo ha sido un hermoso viaje en el que el destino era el conocimiento
del yo y su aceptación sin reservas. El último capítulo, el titulado “Médicos”,
tiene la gran virtud de enseñarnos que el diagnóstico más directo no es siempre
el que indican los síntomas, y que para saber esto debemos recorrer el duro
camino de los errores ajenos. El diario no deja de ser el testimonio del
triunfo de la vida sobre la muerte. Poder contarlo es, en la mayoría de los
casos, lo mejor de la vida. Caro diario es una apología de las cosas que
nos gustan y nos hacen ser diferentes, peculiares, mostrándolas sin vergüenza.
Sin embargo, a diferencia de Nanni Moretti, yo nunca escribiré en un diario mis
filias y mis fobias, porque prefiero que mueran conmigo. ¿A quién le importan
mis gustos, al fin y al cabo? Seguir escribiendo y seguir leyendo. Seguir
respirando y seguir riendo. La vida la gastamos mientras la disfrutamos.
(artículo aparecido en el nº. 200
de Versión Original —enero de 2012— dedicado a "Mi película")