Al hablar del documental de Sigfrid Monleónsobre Emilio Ruíz del Río destacábamos que hay colectivos en nuestra industria
lamentablemente olvidados. En este documental dirigido por el asturiano Alfonso
S. Suárez se presta atención a los actores de doblaje, no ya olvidados (más
bien habría que decir que el ejercicio de su profesión pasa muchas veces
desapercibida, salvo en contadas y mediáticas ocasiones), sino que han tenido
que soportar durante muchos años (un tiempo que llega hasta la actualidad) el
desprecio de sus compañeros de gremio, esos que con su presencia física llenan
el fotograma, pues a ellos se les considera una de las causas por las cuales el
cine extranjero (americano, hablemos claro) se lleva de calle a los
espectadores de nuestro país, pues se considera que facilitan su consumo. A
ellos se les ve indignados ante tales acusaciones; a mí simplemente me da
vergüenza ajena. El auge del espectador de cine en versión original puede que
se deba a un cierto espíritu elitista que entre críticos y cinéfilos hemos
establecido (como muchos de ellos testifican en el documental). O puede que tan
solo se deba a que hoy en día los espectadores nos hemos vuelto más
sofisticados. Sin embargo su labor no solo me parece encomiable, sino
simplemente necesaria, pues su arte participa igual que cualquier otra de la
intransferible capacidad de generar magia e ilusión inherente al formato
cinematográfico. Lo lamentable es que en las salas de exhibición no tengamos la
oportunidad de poder elegir.
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