Parece mentira que a
estas alturas de la Historia tengamos que estar a vueltas con algo tan
elemental como la libertad de expresión. Ésta, si algunos límites se le han de
imponer, no deberían ser otros que el de la verdad. Y al hablar de “la verdad”
me estoy refiriendo a esa verdad objetiva y objetivable. Por ejemplo, leo en el
diario Público del pasado jueves 25 de septiembre de 2008, en su página
9, un artículo de Javier Vizcaíno en su sección La trama mediática, en la
que bajo el epígrafe “Las ministras no lloran” hace un barrido crítico por los
medios de comunicación más reaccionarios. En uno de ellos (concretamente en La
Razón) encontró el siguiente pensamiento de Alfonso Usía: “Es decir, que
Izquierda Unida no apoya a las Fuerzas de Seguridad del Estado en su lucha
contra el terrorismo horas después de que la ETA asesine a un brigada del
Ejército. Y recordé, una vez más, las palabras de Fernando Arrabal, que fue
miembro del PCE y tiene memoria. El origen de la ETA no es el independentismo.
Es el comunismo”. La afirmación parte, sin embargo y como denuncia el autor del
artículo, de una falacia, ya que Alfonso Usía daba por sentado que la
mencionada coalición política había votado en el Parlamento navarro en contra
de la declaración de condena del último atentado mortal de ETA, cuando esto no
era así. Es decir, que para volcar sus vómitos sobre una ideología que a él le
parece repugnante (y es una tendencia que es respetable en términos de la
libertad de expresión) lo hace desde la mentira, algo que ya no es tan
respetable (más bien denunciable… y no sería la primera vez para tipos como
Usía y su camarilla). He aquí un límite para la libertad de expresión: el
embuste, la calumnia, el descrédito a través de la mentira. En este caso habría
que decir: “La verdad tiene razones que La Razón no tiene”.
Otro de los límites que
se suele imponer a la liberad de expresión es el de todo aquello que tenga que
ver con el honor (término obsoleto que hoy en día más nos recuerda a Los duelistas
o a Barry Lyndon) a través de la injuria y el insulto. De ultrajados
están llenos los juzgados de Plaza de Castilla a diario. Alguien hace tiempo
impuso esta moda (“Profe, profe, Fernandito me ha llamado cuatro-ojos”;
muy triste). Y dado que antes aludíamos a lo objetivo y/u objetivable, mucho
nos tememos que aquí nuestro sacrosanto, noble y muy católicamente laico Estado
constitucional pueda empezar a mostrar ciertas grietas, ya que o se realiza un
diccionario de insultos y desagravios o aquí cada cual puede (con mucho motivo)
decidir qué es y qué no un desprecio. Como dijo nuestro premio Nobel Jacinto
Benavente: “Yo no insulto; diagnostico”.
Por eso me resultan
significativamente ridículas iniciativas como la que ciertos profesionales de
la cinematografía (tanto desde dentro como desde fuera de la misma) tomaron el
pasado día 13 de septiembre al mandar una carta al director del diario El
País titulada “El País y el cine” para protestar contra su crítico
de cabecera, Carlos Boyero. Supongo que en este punto cada uno de nosotros ha
de posicionarse y dejar claras sus filias y sus fobias: entre mis filias están
el cine de autor y los articulistas/ cronistas/ periodistas/ informadores
rigurosos. Entre mis fobias, así en general, está Carlos Boyero. Es decir, que
tanto el fondo como la forma de la carta firmada (en principio) por Arroba,
Marías, Erice y Guerín están dentro de mi ideario, de lo que yo opino que
debería ser el camino de la cinematografía (aquí y ahora). Y, sin embargo, ¿por
qué al terminar de leerla me eché literalmente a temblar?
En una de sus muchas
intervenciones en el programa radiofónico presentado por Gemma Nierga La
ventana, el catedrático de Filosofía Contemporánea de la Universidad de
Barcelona Manuel Cruz decía que una manifestación deja de tener sentido si su
contramanifestación tampoco la tiene. Él ponía el ejemplo de una manifestación
en contra del hambre, pues su contraria (otra a favor del hambre) no tendría
razón de ser. De esta manera él decía cómo muchas veces se nos reconduce a los
ciudadanos hacia terrenos de despiste, recanalizando nuestras protestas lejos
del verdadero foco del problema (algo que Julio Anguita explicaba con el
ejemplo de aquel que indicando con su dedo dice “Mira la luna” y el iluso mira
al dedo).
Sobre el caso en concreto
que genera este artículo, habría que decir que para un cinéfilo al que le guste
el cine de autor (como es mi caso) sería muy difícil en un principio no
sentirse arrebatado por la idea que parece mover la citada carta El País y
el cine. Sin embargo, uno tiene el vicio de considerarse un relativista, y
encuentra pocas ventajas en hacer pensar a los demás como a uno mismo a través
de la coacción, sino siempre a través de los argumentos. Por eso, a pesar de
estar de acuerdo con su sentido (lo volveré a repetir las veces que haga
falta), no encuentro mucho sentido en tratar de imponer que el cine de autor es
lo mejor, pues cada persona tendrá sus propias necesidades y gustos. Tampoco se
sostiene demasiado que aquello que es “innovador o arriesgado” deba ser un
atributo a priori portador de valores positivos (aunque para mí sí lo
sea), de la misma manera que no sé de ningún manual en el que se encuentre la
fórmula para decir cuáles son “las películas más interesantes que se vienen
haciendo entre nosotros”, pues el interés de las cosas no deja de ser
directamente proporcional a las inquietudes que cada cual contenga (además de
otros muchos factores: formación académica, expectativas vitales, motivaciones
culturales, etc.). Y alguien en este momento se podrá preguntar: ¿pará qué
sirve entonces un crítico de cine? Todo puede que pase por saber diferenciar la
trascendencia que existe entre los verbos ser y estar.
Muchas veces pienso que
no damos las suficientes veces las gracias por hablar un idioma tan rico como
el español. Sobre todo cuando pienso en la desgracia (entre otras muchas) que
tienen los anglosajones y su to be, siempre esclavo del contexto,
siempre teniéndose que completar con el sentido y el significado de la frase
que lo contiene. “¡Qué duro tiene que ser esa existencia, to be!”. “¡Qué
pena me das, to be!”. “¡No me gustaría estar nunca en tu pellejo, to
be!”. Sin embargo, resulta bochornoso lo tan a la ligera que algunos
utilizan el verbo ser. No comprenden su trascendencia ética, el compromiso
que necesita, la valentía a la que hay que aferrarse para no dejarse atrapar
por su encanto de permanencia. Pero claro, una vez que han sucumbido no hay
nada que hacer: ellos están en posesión de “la verdad”, pues sus criterios
están bañados en una reluciente pátina de ser. Y no se quedan ahí, pues
luego quieren más, y no contentos con decir lo que es, posteriormente
llegan a juzgar lo que no es. Es decir, que si al principio se les podía
tragar un poquito con que te restregaran por el careto sus “Fulanito de tal es
un genio” o “Tal película es una obra maestra”, resulta que
llegaron al grado superlativo de la injerencia intelectual al negar los
criterios ajenos para así salvaguardar las futuras dudas que les pudieran
acosar. Así que unos poquitos nos quedamos en ese estar que intenta no
molestar a nadie, que anticipa él mismo la subjetividad de aquello que contiene
y que marca una difusa frontera con los demás, permitiendo la coexistencia de
otros estar.
Así pues, me parece que
hay algunas personas que han perdido la perspectiva, pues (desgraciadamente)
nadie le ha dicho a Boyero que él tenga que informar, pues su labor (creo yo)
está en dar su opinión, siendo ésta absolutamente intransferible y respetable
en tanto en cuanto nadie le puede decir a nadie qué es lo que debe pensar.
Desde luego que me resulta molesto su tono burlón y despectivo, sus insultos y
sus maltratos hacia personas que, como yo mismo, gustan un determinado tipo de
cine. Pero si a alguien no le agrada y ve en ello lesionado su honor, ya sabe
por dónde se va a Plaza de Castilla (aunque de poco les va a servir: él no
insulta a nadie en concreto, al contrario que a los que estamos en esta orilla,
que sí nos gustaría decirle cuatro cosas bien dichas, cayendo en la trampa de
ser después denunciados por ello). Boyero hace tiempo que se instaló en ese estar
que yo antes mencionaba, en recomendar según unos gustos, los suyos, que además
están bien delimitados a través de la visceralidad que en ellos vuelca. A nadie
engaña más que a sí mismo, pues ya es presa de un personaje de comedieta del
que tienen que llevar permanentemente el disfraz puesto (mucha más pena me dan
esas personas, a las que considero inteligentes y muy capacitadas, que en Hoy
por hoy le ríen las gracias). Por cierto, si ya conocemos a Boyero desde
hace muchos años, ¿será la verdadera razón de todo este monumental enfado que
este año ha cambiado de medio de comunicación, fichando por el “temido y
temible” Grupo PRISA? Si todos los medios de comunicación de difusión nacional
y diaria maltratan al llamado “cine de autor” prácticamente en la misma medida,
¿por qué verter toda la crítica hacia uno de ellos en concreto? Puede que el
objetivo último de todo esto vaya en esta dirección…
No hay duda de que desde
la muerte de Jesús de Polanco prácticamente todo el Grupo PRISA, pero
especialmente el diario EL País, ha pegado un importante bandazo hacia
una derecha que no se corresponde con la deriva política que la sociedad parece
demandar a través de la orientación ideológica salida de las últimas elecciones
generales. Sin embargo, ahí cada uno de nosotros sólo puede actuar de una
manera si está en contra de ello: no comprando ni leyendo ese diario si así lo
cree cada uno conveniente, pues algunos parecen olvidar que éste es un medio de
comunicación privado, y su consejo editorial es el responsable último de
aquellos contenidos que aparezcan en su periódico. ¿A qué viene actuar como la
Santa Inquisición, obligando a posicionarse con respecto a tal o cual tema,
inmiscuyéndose en la autonomía que debe de gozar como medio de comunicación
privado? Sí, estoy de acuerdo con los firmantes con respecto a la gran
hipocresía que genera el hecho de que El País apoye a nuestra industria
y a nuestros creadores, mientras por otra parte presionan a sus críticos en una
determinada dirección al incluir al lado de sus textos anuncios a página
completa de la película sobre la que el crítico está tratando. De esta manera
siempre existirá la sospecha de hasta qué punto un periodista puede ser
independiente sobre aquellos poderosos anunciantes que están sufragando
indirectamente su salario.
Carlos Boyero es un
personaje indeseable e insoportable que hace un periodismo de alcantarilla.
Exactamente igual que el ya mencionado Alfonso Usía o el archiconocido
discípulo de Fu Manchú, Federico Jiménez Losantos. Sin embargo, para mí todos
ellos tienen derecho a ejercer su libertad de expresión de la manera que crean
conveniente, y el honor y la verdad se convierten en unos límites que, cada vez
que atraviesan de forma inconveniente, les deberían traer consecuencias
funestas (como así suele suceder). Sin embargo, si a través de esa carta al
director titulada El País y el cine se trata de luchar contra este tipo
de periodismo, mal vamos, pues uno de los firmantes afirmó desde esta misma
publicación (Miradas de cine, Nº 50, mayo de 2006) en una entrevista
realizada por Alejandro G. Calvo: “Hay críticos como Manuel Yáñez, Alejandro
Díaz o tú mismo que tenéis una línea mucho más definida, pero luego con otros
redactores prácticamente os contradecís. Hay miradas muy valiosas, pero que a
veces, no es que cada una mire en una dirección como el Dirigido por...,
porque eso es una barbaridad, pero sí que veo que se diversifica demasiado
todo, y teniendo en cuenta que hace falta una labor educativa bastante
importante en España para el espectador, en algunas ocasiones podéis llegar a
cierto grado de confusión”, o “Creo que en la prensa de cine está bien que haya
una democracia, pero ha de estar muy controlada. Porque ésta puede ser muy contradictoria.
Bastante democracia y libertad de expresión tenemos que aguantar en la prensa
cinematográfica española, en especial en algunos periódicos. Por culpa de esto,
yo creo que España es el único país en el que a cualquiera le dejan escribir
sobre cine”. ¡Toma ya! Con cosas como ésta le dan a uno ganas de salir por
patas.
(artículo a parecido en
la revista digital de crítica cinematográfica Miradas de Cine, en
octubre de 2008)
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