domingo, 12 de febrero de 2017

SER Y ESTAR



Parece mentira que a estas alturas de la Historia tengamos que estar a vueltas con algo tan elemental como la libertad de expresión. Ésta, si algunos límites se le han de imponer, no deberían ser otros que el de la verdad. Y al hablar de “la verdad” me estoy refiriendo a esa verdad objetiva y objetivable. Por ejemplo, leo en el diario Público del pasado jueves 25 de septiembre de 2008, en su página 9, un artículo de Javier Vizcaíno en su sección La trama mediática, en la que bajo el epígrafe “Las ministras no lloran” hace un barrido crítico por los medios de comunicación más reaccionarios. En uno de ellos (concretamente en La Razón) encontró el siguiente pensamiento de Alfonso Usía: “Es decir, que Izquierda Unida no apoya a las Fuerzas de Seguridad del Estado en su lucha contra el terrorismo horas después de que la ETA asesine a un brigada del Ejército. Y recordé, una vez más, las palabras de Fernando Arrabal, que fue miembro del PCE y tiene memoria. El origen de la ETA no es el independentismo. Es el comunismo”. La afirmación parte, sin embargo y como denuncia el autor del artículo, de una falacia, ya que Alfonso Usía daba por sentado que la mencionada coalición política había votado en el Parlamento navarro en contra de la declaración de condena del último atentado mortal de ETA, cuando esto no era así. Es decir, que para volcar sus vómitos sobre una ideología que a él le parece repugnante (y es una tendencia que es respetable en términos de la libertad de expresión) lo hace desde la mentira, algo que ya no es tan respetable (más bien denunciable… y no sería la primera vez para tipos como Usía y su camarilla). He aquí un límite para la libertad de expresión: el embuste, la calumnia, el descrédito a través de la mentira. En este caso habría que decir: “La verdad tiene razones que La Razón no tiene”.

Otro de los límites que se suele imponer a la liberad de expresión es el de todo aquello que tenga que ver con el honor (término obsoleto que hoy en día más nos recuerda a Los duelistas o a Barry Lyndon) a través de la injuria y el insulto. De ultrajados están llenos los juzgados de Plaza de Castilla a diario. Alguien hace tiempo impuso esta moda (“Profe, profe, Fernandito me ha llamado cuatro-ojos”; muy triste). Y dado que antes aludíamos a lo objetivo y/u objetivable, mucho nos tememos que aquí nuestro sacrosanto, noble y muy católicamente laico Estado constitucional pueda empezar a mostrar ciertas grietas, ya que o se realiza un diccionario de insultos y desagravios o aquí cada cual puede (con mucho motivo) decidir qué es y qué no un desprecio. Como dijo nuestro premio Nobel Jacinto Benavente: “Yo no insulto; diagnostico”.

Por eso me resultan significativamente ridículas iniciativas como la que ciertos profesionales de la cinematografía (tanto desde dentro como desde fuera de la misma) tomaron el pasado día 13 de septiembre al mandar una carta al director del diario El País titulada “El País y el cine” para protestar contra su crítico de cabecera, Carlos Boyero. Supongo que en este punto cada uno de nosotros ha de posicionarse y dejar claras sus filias y sus fobias: entre mis filias están el cine de autor y los articulistas/ cronistas/ periodistas/ informadores rigurosos. Entre mis fobias, así en general, está Carlos Boyero. Es decir, que tanto el fondo como la forma de la carta firmada (en principio) por Arroba, Marías, Erice y Guerín están dentro de mi ideario, de lo que yo opino que debería ser el camino de la cinematografía (aquí y ahora). Y, sin embargo, ¿por qué al terminar de leerla me eché literalmente a temblar?

En una de sus muchas intervenciones en el programa radiofónico presentado por Gemma Nierga La ventana, el catedrático de Filosofía Contemporánea de la Universidad de Barcelona Manuel Cruz decía que una manifestación deja de tener sentido si su contramanifestación tampoco la tiene. Él ponía el ejemplo de una manifestación en contra del hambre, pues su contraria (otra a favor del hambre) no tendría razón de ser. De esta manera él decía cómo muchas veces se nos reconduce a los ciudadanos hacia terrenos de despiste, recanalizando nuestras protestas lejos del verdadero foco del problema (algo que Julio Anguita explicaba con el ejemplo de aquel que indicando con su dedo dice “Mira la luna” y el iluso mira al dedo).

Sobre el caso en concreto que genera este artículo, habría que decir que para un cinéfilo al que le guste el cine de autor (como es mi caso) sería muy difícil en un principio no sentirse arrebatado por la idea que parece mover la citada carta El País y el cine. Sin embargo, uno tiene el vicio de considerarse un relativista, y encuentra pocas ventajas en hacer pensar a los demás como a uno mismo a través de la coacción, sino siempre a través de los argumentos. Por eso, a pesar de estar de acuerdo con su sentido (lo volveré a repetir las veces que haga falta), no encuentro mucho sentido en tratar de imponer que el cine de autor es lo mejor, pues cada persona tendrá sus propias necesidades y gustos. Tampoco se sostiene demasiado que aquello que es “innovador o arriesgado” deba ser un atributo a priori portador de valores positivos (aunque para mí sí lo sea), de la misma manera que no sé de ningún manual en el que se encuentre la fórmula para decir cuáles son “las películas más interesantes que se vienen haciendo entre nosotros”, pues el interés de las cosas no deja de ser directamente proporcional a las inquietudes que cada cual contenga (además de otros muchos factores: formación académica, expectativas vitales, motivaciones culturales, etc.). Y alguien en este momento se podrá preguntar: ¿pará qué sirve entonces un crítico de cine? Todo puede que pase por saber diferenciar la trascendencia que existe entre los verbos ser y estar.

Muchas veces pienso que no damos las suficientes veces las gracias por hablar un idioma tan rico como el español. Sobre todo cuando pienso en la desgracia (entre otras muchas) que tienen los anglosajones y su to be, siempre esclavo del contexto, siempre teniéndose que completar con el sentido y el significado de la frase que lo contiene. “¡Qué duro tiene que ser esa existencia, to be!”. “¡Qué pena me das, to be!”. “¡No me gustaría estar nunca en tu pellejo, to be!”. Sin embargo, resulta bochornoso lo tan a la ligera que algunos utilizan el verbo ser. No comprenden su trascendencia ética, el compromiso que necesita, la valentía a la que hay que aferrarse para no dejarse atrapar por su encanto de permanencia. Pero claro, una vez que han sucumbido no hay nada que hacer: ellos están en posesión de “la verdad”, pues sus criterios están bañados en una reluciente pátina de ser. Y no se quedan ahí, pues luego quieren más, y no contentos con decir lo que es, posteriormente llegan a juzgar lo que no es. Es decir, que si al principio se les podía tragar un poquito con que te restregaran por el careto sus “Fulanito de tal es un genio” o “Tal película es una obra maestra”, resulta que llegaron al grado superlativo de la injerencia intelectual al negar los criterios ajenos para así salvaguardar las futuras dudas que les pudieran acosar. Así que unos poquitos nos quedamos en ese estar que intenta no molestar a nadie, que anticipa él mismo la subjetividad de aquello que contiene y que marca una difusa frontera con los demás, permitiendo la coexistencia de otros estar.

Así pues, me parece que hay algunas personas que han perdido la perspectiva, pues (desgraciadamente) nadie le ha dicho a Boyero que él tenga que informar, pues su labor (creo yo) está en dar su opinión, siendo ésta absolutamente intransferible y respetable en tanto en cuanto nadie le puede decir a nadie qué es lo que debe pensar. Desde luego que me resulta molesto su tono burlón y despectivo, sus insultos y sus maltratos hacia personas que, como yo mismo, gustan un determinado tipo de cine. Pero si a alguien no le agrada y ve en ello lesionado su honor, ya sabe por dónde se va a Plaza de Castilla (aunque de poco les va a servir: él no insulta a nadie en concreto, al contrario que a los que estamos en esta orilla, que sí nos gustaría decirle cuatro cosas bien dichas, cayendo en la trampa de ser después denunciados por ello). Boyero hace tiempo que se instaló en ese estar que yo antes mencionaba, en recomendar según unos gustos, los suyos, que además están bien delimitados a través de la visceralidad que en ellos vuelca. A nadie engaña más que a sí mismo, pues ya es presa de un personaje de comedieta del que tienen que llevar permanentemente el disfraz puesto (mucha más pena me dan esas personas, a las que considero inteligentes y muy capacitadas, que en Hoy por hoy le ríen las gracias). Por cierto, si ya conocemos a Boyero desde hace muchos años, ¿será la verdadera razón de todo este monumental enfado que este año ha cambiado de medio de comunicación, fichando por el “temido y temible” Grupo PRISA? Si todos los medios de comunicación de difusión nacional y diaria maltratan al llamado “cine de autor” prácticamente en la misma medida, ¿por qué verter toda la crítica hacia uno de ellos en concreto? Puede que el objetivo último de todo esto vaya en esta dirección…

No hay duda de que desde la muerte de Jesús de Polanco prácticamente todo el Grupo PRISA, pero especialmente el diario EL País, ha pegado un importante bandazo hacia una derecha que no se corresponde con la deriva política que la sociedad parece demandar a través de la orientación ideológica salida de las últimas elecciones generales. Sin embargo, ahí cada uno de nosotros sólo puede actuar de una manera si está en contra de ello: no comprando ni leyendo ese diario si así lo cree cada uno conveniente, pues algunos parecen olvidar que éste es un medio de comunicación privado, y su consejo editorial es el responsable último de aquellos contenidos que aparezcan en su periódico. ¿A qué viene actuar como la Santa Inquisición, obligando a posicionarse con respecto a tal o cual tema, inmiscuyéndose en la autonomía que debe de gozar como medio de comunicación privado? Sí, estoy de acuerdo con los firmantes con respecto a la gran hipocresía que genera el hecho de que El País apoye a nuestra industria y a nuestros creadores, mientras por otra parte presionan a sus críticos en una determinada dirección al incluir al lado de sus textos anuncios a página completa de la película sobre la que el crítico está tratando. De esta manera siempre existirá la sospecha de hasta qué punto un periodista puede ser independiente sobre aquellos poderosos anunciantes que están sufragando indirectamente su salario.

Carlos Boyero es un personaje indeseable e insoportable que hace un periodismo de alcantarilla. Exactamente igual que el ya mencionado Alfonso Usía o el archiconocido discípulo de Fu Manchú, Federico Jiménez Losantos. Sin embargo, para mí todos ellos tienen derecho a ejercer su libertad de expresión de la manera que crean conveniente, y el honor y la verdad se convierten en unos límites que, cada vez que atraviesan de forma inconveniente, les deberían traer consecuencias funestas (como así suele suceder). Sin embargo, si a través de esa carta al director titulada El País y el cine se trata de luchar contra este tipo de periodismo, mal vamos, pues uno de los firmantes afirmó desde esta misma publicación (Miradas de cine, Nº 50, mayo de 2006) en una entrevista realizada por Alejandro G. Calvo: “Hay críticos como Manuel Yáñez, Alejandro Díaz o tú mismo que tenéis una línea mucho más definida, pero luego con otros redactores prácticamente os contradecís. Hay miradas muy valiosas, pero que a veces, no es que cada una mire en una dirección como el Dirigido por..., porque eso es una barbaridad, pero sí que veo que se diversifica demasiado todo, y teniendo en cuenta que hace falta una labor educativa bastante importante en España para el espectador, en algunas ocasiones podéis llegar a cierto grado de confusión”, o “Creo que en la prensa de cine está bien que haya una democracia, pero ha de estar muy controlada. Porque ésta puede ser muy contradictoria. Bastante democracia y libertad de expresión tenemos que aguantar en la prensa cinematográfica española, en especial en algunos periódicos. Por culpa de esto, yo creo que España es el único país en el que a cualquiera le dejan escribir sobre cine”. ¡Toma ya! Con cosas como ésta le dan a uno ganas de salir por patas.

(artículo a parecido en la revista digital de crítica cinematográfica Miradas de Cine, en octubre de 2008)

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