miércoles, 15 de febrero de 2017

AL FINAL DE LA VIDA, de Carlos Benpar






Es inmoral criticar o juzgar las obras de amor. Ésta lo es, pues la cinta se convierte en un emotivo homenaje de un hijo hacia su madre, una forma de darle las gracias por el esfuerzo en su educación y por haberle inculcado su pasión cinéfila. Muchas veces uno se ve en la obligación de respetar obras hechas desde la devoción y el cariño (cosa que no suele abundar). Incluso me atrevería a expresar ciertos pensamientos mientras veía a esta venerable señora repasar aquellas películas clásicas de sesión doble y programa en cartulina, comparándolo con la cinefilia que ahora se estila, ya que entonces la memoria creaba un sagrado vínculo con el fotograma, y las circunstancias extra cinematográficas añadían un valor intrínseco a la experiencia sobre la butaca. Hoy en día nosotros, cinéfilos (cinéfagos) de Internet, poseedores de la «filmoteca ideal» en formato digital, estamos perdiendo esa memoria. “La cantidad modifica la calidad”, que decía Engels. Y eso es precisamente lo que a nosotros nos ocurre. Cada experiencia cinematográfica es realmente volátil y no dura en el recuerdo más que algunos breves años (cuando no menos tiempo), perdiendo su entrañable plusvalía sentimental, pues la saturación de material cinematográfico en nuestro recuerdo llega a ser tal que acaba por abrumarnos, haciéndonos perder referencias concretas y, de paso, la perspectiva. Así y todo, debido a la deficiente realización del mítico Carlos Benpar, hubiera bastado con que se hubiera tatuado un «Amor de madre».

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