“El cine norteamericano valoriza las situaciones, el cine europeo hace hincapié en los personajes. De este modo un filme europeo es como un carromato subiendo por un camino abrupto, mientras que una película norteamericana es como un tren sobre rieles bien aceitados”. Con esta contundente frase establecía François Truffaut (1932-1984) las diferencias entre dos formas radicalmente opuestas de ver la vida a través de veinticuatro fotogramas por segundo. Sin embargo no nos queda muy claro lo que quiso decir, la finalidad de sus palabras, a sabiendas del gran entusiasmo que sobre el cine norteamericano desplegó el cineasta galo (sobre todo a través de la consabida “política de autor” y por su afinidad con la división de lo cinematográfico en géneros), ya que esta frase puede ser tomada con mucha ambigüedad: no siempre lo “bien aceitado” tiene por qué ser lo mejor, siendo en muchos casos lo más interesante enfrentarse a la tarea titánica de ese “camino abrupto”. Sea como sea, ya que las interpretaciones pueden ser tan personales como el punto de vista que se elija, lo que personalmente más me motiva de esta frase es la distinción entre “cine europeo” y “cine americano”, ya que al parecer no se está refiriendo el realizador a un cine hecho en Europa y a otro realizado en los Estados Unidos, sino que parece aludir a una cierta forma de hacer, a una maniera (término post-renacentista que dio origen al movimiento artístico del Manierismo) que se define más por las formas antes que por el origen, lo cual nos hace preguntarnos: ¿Qué es el cine europeo? ¿Qué es ser un cineasta europeo?
Sin duda alguna esta cuestión puede invitarnos a
realizar otras con las que completar el panorama de las definiciones y las
delimitaciones del hecho cinematográfico transnacional [1]. Por ejemplo: ¿Debe ser considerado como europeo todo aquel
director que haya nacido y se haya gestado dentro de su límite territorial? ¿Es
digno de ser llamado como tal todo aquel realizador que trabaje dentro de Europa?
¿Puede ser considerado como europeo un director que haya nacido, se haya
formado y trabaje fuera de las fronteras europeas? Si para aclarar estas dudas
las ponemos nombres y apellidos nos podría resultar algo así: ¿Pueden hoy en
día ser considerados como europeos realizadores como Paul Verhoeven, Wolfgang
Petersen o Milos Forman, nacidos en este continente, pero que realizan desde
hace varias décadas su labor en territorio norteamericano? Creo que
evidentemente no. Su estilo, su forma de realizar, el tipo y la complejidad de
sus producciones, etc., nos invitan a pensar que, a pesar de sus orígenes y de
que en ellos exista aún un poso de aquel espacio en donde se formaron y de
donde salieron, han asimilado perfectamente el cine norteamericano (su estilo y
sus pretensiones narrativas), o han sido fagocitados por él o, incluso mejor
dicho, su estilo y su forma de percibir el hecho cinematográfico se ha adaptado
a la perfección a lo americano por pura proximidad formal.
De la misma forma podemos preguntarnos y, al mismo
tiempo, respondernos: ¿es más digno de ser considerado como europeo, por su
estilo y sus consideraciones estético-formales-argumentales-narrativas, un
realizador de origen oriental como Tsai Ming-liang, antes que ciertos
directores que abordan sus proyectos en la misma Europa, pero que con estos
mismos parámetros ofrecen una serie de productos que más tienen que ver con un
público absorbido por gustos y criterios netamente norteamericanos, como Luc
Besson o Alejandro Amenábar? Yo diría que sin lugar a dudas, ya que lo dicho
anteriormente no puede más que condicionarnos tal respuesta. Estamos, pues,
estableciendo una división más allá de las fronteras (algo que cada vez en
mayor grado deja de tener sentido ante el imparable y abominable avance de la
globalización, fundamentalmente económica, pero también cultural) y que se
establece sobre la base de asumir los fondos y las formas de un modelo
“imperante” (aplicable este término únicamente en cuanto a su carácter
expansivo como producto de consumo).
Considerar que no todo aquel que hace cine en Europa
puede recoger la definición de “cineasta europeo” no es una cuestión de
segregación o elitismo, sino que es una cuestión que más tiene que ver con la
ética y con un cierto compromiso con lo que significa, hoy en día, “ser
ciudadano europeo” (tanto con sus pros
y como con sus contras, como la
siempre amenazante hipocresía, un término que cada vez con más triste asiduidad
se liga con este nuestro continente, embadurnado de ambigüedades y
contradicciones). El cine que se hace en Europa (no ahora, sino desde mediados
del siglo pasado, marcando su pistoletazo de salida en los consecutivos
movimientos cinematográficos iniciados por el neorrealismo como respuesta
comprometida a un determinado tipo de entender el cine) y que puede recibir la
etiqueta de ser tal, es aquel que se enfrenta con sus propias armas al fenómeno
de la invasión de un concepto ajeno a lo artístico y al compromiso político que
supone el espectáculo generado desde Hollywood y que ha calado hondo tanto en
una gran masa de espectadores como, por desgracia, en un buen número de
cineastas. Un medio caracterizado por su inmediatez, por su rapidez de consumo,
por su carácter fantasioso que aleja frívolamente al espectador de su nexo con
la realidad, formado por unos códigos alienadores que suplantan la personalidad
del testigo por la del superhéroe (estableciéndose en alguno de los casos sobre
la frustración de compararse con un modelo inalcanzable), son sólo algunas de
las características frente a las cuales se puede formar ese concepto de lo
europeo que en nuestro cine debiera ser la norma. Sólo así, desde la
confrontación con lo imperante, surge la idea de que este tipo de cine, del
cual muchos de nosotros nos sentimos deudores, es un cine de la periferia por
estar frente aquel que se gesta desde la misma capital del Imperio. Por ende,
habría que pensar que incluso dentro de este núcleo central de producción
también existe este concepto periférico a través de todas esas obras que se
encuadran dentro de lo que comúnmente se conoce como “cine independiente”, que
participa de la misma manera de esta forma de ver y entender lo circundante y
que lo une con aquellas cinematografías “pobres” (un concepto ligado únicamente
con los medios de producción y nunca con el dominio del propio lenguaje
cinematográfico).
“El ser está formado de ser y de no-ser. Cuanto
mayor sea el no-ser, mayor será el ser”. Con este trabalenguas lingüístico, que
se puede explicar con un sencillo ejemplo [2],
Lao Tsé nos invita a reflexionar sobre los contrarios y su complementariedad,
sobre aquellos preceptos que damos por supuestos y evidentes sin tener en
cuenta que, en la mayoría de las ocasiones, surgen como consecuencia de causas
de orden mayor. Así pues, el cine que tendemos a denominar como “europeo” surge
tanto de una necesidad intrínseca propia de cada autor para trascender la
realidad y mostrarla tal y como la percibe como del hecho de tener que combatir
contra un formulario impuesto de convencionalismos. No es un cine triunfante,
ya que su presencia suele estar abocada a festivales, salas pequeñas y
filmotecas [3]. Sin embargo sí que
su existencia ofrece una percepción de la realidad que conecta con un espíritu
hirviente que hace de nuestro entorno un conglomerado de visiones sobre aquellos
rincones olvidados, parcelas demasiado insignificantes para ocupar titulares en
los medios de comunicación de masas, obligándonos a observar las diferencias
más como una riqueza a mantener que como un foso que nos distancie.
Por eso, lejos de lo que se pueda pensar y
aprovechando para matizar cierto concepto de combativismo que se pueda desprender o interpretar de lo
expuesto anteriormente, “ser” y “no-ser” no son sólo contradictorios, sino que
además son complementarios. En efecto, desde estas páginas no se pretende
abogar por la extinción de los modelos ajenos a lo europeo, aquellos forjados
desde el núcleo político-económico dominante. Muy al contrario, su presencia
hace pervivir la base de un cine de respuesta (ligado intrínsecamente con lo
real y con los acuciantes problemas que acechan a nuestro mundo y a nuestras
sociedades) que nos pueda ofrecer un retrato de alto valor, no tanto por ser en
la mayoría de los casos certero, sino más bien por hacer de nosotros plenos
seres activos en la relación que establecemos con nuestro contexto, sea éste
tan distante como el del propio Imperio. La reseña más lamentable se encuentra
en el cada vez menor calado que estas propuestas encuentran entre un público
que, como en todas las épocas de crisis, prefiere mantener su ociosidad ocupada
en mínimas auto-escapadas que permitan tener un cierto grado de frivolidad
vital para mantenerse a flote y sobrevivir en un mundo cada vez más selvático
(aunque menos amazónico) en el que impera a grito de megáfono el “sálvese quien
pueda”.
El despotismo, el capitalismo, el fascismo… todos ellos
inventos forjados en Europa. Sin embargo hay alumnos que ensombrecen a sus
maestros: los Estados Unidos han conseguido hacer de lo peor del ser humano la
norma de este mundo en el que tenemos que soportar vivir. Su mensaje se
extiende como una gran pedrada en medio de una charca: del centro hacia la
periferia las ondas concéntricas pierden su fuerza, y Europa se está acercando
peligrosamente al núcleo del tsunami. Y no se conforman con la imposición, sino
que además hacen gala de ello: el bombardeo propagandístico al que tienen
sometido al resto del planeta debiera parecer un insulto a la inteligencia,
pero esos mensajes cargados de humo lo están también de fuegos artificiales que
saturan la mirada con bonitas figuras de luz y atruenan los oídos con
impactantes explosiones. Todos ciegos y sordos: ¿quién quedará para decir “yo
soy europeo”?
(artículo aparecido en la revista digital de
crítica cinematográfica Miradas de Cine,
dentro del dossier dedicado al cine europeo del siglo XXI, en mayo de 2007)
_______________________________________________
[1] Aprovechando la presencia de este
término, me gustaría ofrecer un pequeño inciso para matizar el sentido de las
votaciones dadas por mí en la primera parte de este dossier, donde no aparece
ningún director español ni ninguna película realizada en nuestro país, no por
no parecerme dignos de estar en tal lista, sino por considerar que en este tipo
de estudios de amplio carácter deben estar al margen cualquier tipo de
valoraciones locales, que suponen estudios en sí mismos con sus características
propias.
[2] Una casa está formada
por ser (paredes y techo) y por no-ser (el aire que contiene). Cuanto mayor sea
la cantidad de espacio que pueda contener, de mayor dimensión serán las paredes
y el techo que lo alojen, teniendo por ello la casa un mayor tamaño al crecer
de forma proporcional sus medidas.
[3] Hoy
los autores "a la europea" no son ya directores con buena inserción
comercial (como lo era Truffaut, y como también lo era Fellini o incluso
Antonioni), por eso la nostalgia frente a un cine no extinto pero sí encerrado
en la circulación restringida, tal vez de existencia fantasmal, pero una de clase
especial”. “Conexión París”, por Javier Porta Fouz (texto analítico con
respecto a la obra del cineasta taiwanés de origen malayo Tsai Ming-liang y sus
deudas con el cine europeo; disponible en Internet en http://209.85.135.104/search?q=cache:8PlSvxSvY4UJ:www.elamante.com/index2.php%3Foption%3Dcom_content%26do_pdf%3D1%26id%3D282+tsai+ming+liang&hl=es&gl=es&ct=clnk&cd=73&lr=lang_es:).
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