La importancia del contexto y las
circunstancias: si no fuera por la presencia de Pau Gasol este cortometraje no
llamaría la atención; si no fuera porque es la SEMINCI (y se hubiera proyectado
en otro festival dedicado a los temas sociales y humanitarios) a la película no
se la criticaría en cuanto a su realización y sí en cuanto a su contenido; y si
no hubiese sido por el documental que le siguió no hubiera parecido un anuncio
de la Coca-Cola. Y, sin embargo, ahí puede radicar su esencia, ya que hay que
valorarlo más en términos publicitarios que cinematográficos, pues la clave del
cortometraje está en su finalidad, que es la de vender un producto, aunque éste
sea la ayuda humanitaria, por lo que sus atributos deben de ser la efectividad
y el didactismo. Por eso dentro del argumento están inscritas unas escenas en
las que un grupo de jóvenes hacen funciones para sus vecinos y amigos en los
que, en plan amateur, tratan de
explicar las conductas de riesgo para contraer el SIDA o la humillación que
significan los malos tratos. Es entonces cuando la cinta se convierte en un
altavoz de ese sentido, pues sus ecos reverberan en sus fotogramas, atrapando
los atributos de lo que significa la enseñanza de la realidad a través de la simple
representación, pues es de agradecer que el realizador se mantenga en un
segundo plano (no como en el documental argentino de El país del diablo) para dar preeminencia a una historia que solo
podía mostrarse en formato de cuento que acaba por terminar necesariamente
bien.
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