miércoles, 15 de febrero de 2017

ADORATION, de Atom Egoyan




Hay en este filme una reincidencia por parte del realizador de origen armenio en la contextualización de los niveles de representación (por la película desfilan todo tipo de imágenes captadas por aparatos con los que hemos aprendido a convivir: teléfonos móviles, ordenadores portátiles, etc.) que en principio (y sólo en principio) registran esa entelequia llamada «realidad», y que en principio (y sólo en principio) parecen configurar nuestra memoria presente. Y es que estamos ente una de las constantes de Egoyan a lo largo de su filmografía, que es la manera en la que los recuerdos (re)construyen nuestra percepción de pretéritas realidades, y la suma de esas “memorias” es la que otorgan el contexto propicio para evocar el pasado. Sin embargo, allí donde filósofos con Jacques Derrida proponían la suma de las partes para alcanzar un todo inaprensible, Egoyan parece querer decirnos que ni aun así, pues la polarización de la mirada (es sintomáticamente alegórica la imagen de decenas de cuadrículas en la pantalla del portátil, cada una de ellas como continente de un video-chateador que vierte su opinión sobre el tema a debate de la película) es la suma de células aisladas en el maremágnum de la cuestión. Es a través de la farsa, de la representación teatral, de la pantomima que cada uno de los personajes parecen encontrar su sitio, adquirir esa personalidad que no pueden alcanzar a través de su yo real, un cortafuegos en el dispositivo de las relaciones humanas. Es precisamente cuando las máscaras caen cuando cae la propia película, pues los últimos quince minutos se disuelven como un azucarillo ante el café caliente, remitiéndonos a unas conclusiones que, por su sentido positivo, se tornan en la mayor falsedad del filme.

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