miércoles, 15 de febrero de 2017

UNA CÁRCEL AL AIRE LIBRE




Al observar cómo en el año 1982 el Festival de Cannes premiaba a dos películas como Desaparecido (Missing, Konstantin Costa-Gavras) y El camino (Yol, Yilmaz Güney), podemos tener la certeza de que el mundo por esa época estaba realmente jodido (ya no sabría decir si menos, tanto o más que ahora). El tono reivindicativo que siempre ha tenido el festival galo para denotar a través de sus Palmas de Oro la temperatura política del planeta hace que sus palmareses (aquí nunca mejor dicho) sean una guía para calibrar el impacto de los conflictos y problemas mundiales. Sin embargo, el paso del tiempo siempre es un filtro implacable, una criba que permite que lleguen hasta nosotros aquellas obras que, por su interés y por su calidad, perviven en las mentalidades colectivas y se aposentan en la Historia como ejemplos de una manera de entender épocas pretéritas, ya que al asomarnos hacia ellas aparece en nuestra mirada aquel velo tan propio del historiador o del antropólogo que nos permite realizar las correspondencias necesarias entre los fondos y sus formas más allá de los gustos coetáneos.

Lo dicho anteriormente nos permite así calibrar cómo es posible que dos obras equiparadas en su época con el mismo premio hayan corrido, con el paso del tiempo, destinos tan divergentes. Si al hablar de Desaparecido estamos nombrando un film que ha llegado hasta nosotros como un ejemplo de compromiso político y de cine de denuncia que prácticamente no ha perdido ni un ápice de su mala leche, que nos sigue emocionando sobremanera atrapándonos las vísceras hasta hacernos dolorosa nuestra situación de espectadores pasivos, El camino es, hoy en día, una película prácticamente desconocida. Quizás algo tenga que ver la actual situación de los países de origen de cada uno de los realizadores, ya que mientras la Grecia de Costa-Gavras es a día de hoy un país de pleno derecho de la UE, moderno y absolutamente democrático, su vecina y eterna litigante Turquía se configura como la eterna aspirante a pertenecer al selecto club europeo, planeando constantemente (y por desgracia) sobre este país un poderoso tufillo a dictadura encubierta, sistemática violación de los derechos humanos y persistente genocidio sobre el pueblo turco (del tema religioso que hablen los prejuiciosos). Así pues ambos países, partiendo de sendas dictaduras fascistas, han recorrido unos caminos tan divergentes como la repercusión de sus respectivas filmografías.


De Yilmaz Güney prácticamente no ha trascendido nada hasta nuestros días, exceptuando esta Palma de Oro y de un reconocimiento en forma de ciclo homenaje en la SEMINCI vallisoletana del año 1980. ¿Qué hay detrás, pues, de El camino? Es curioso que esta cinta compartiera edición en el festival de la Costa Azul con otro mito del cine de rodajes imposibles, la Fitzcarraldo de Werner Herzog, ya que la cinta turca parece que no le fue a la zaga, pues fue dirigida ni más ni menos que desde la cárcel a través de personas interpuestas(al igual que los dos anteriores filmes del mismo director, El rebaño y El enemigo), un hito que difícilmente tenga parangón en la Historia de la cinematografía. En efecto, Güney, condenado injustamente en aquel momento a dieciocho años de cárcel por participar en una pelea en la que resultó asesinado un juez fascista, no desfalleció en su ímpetu ni en su labor como realizador cinematográfico, sacando adelante un proyecto en el que lo autobiográfico planea sobre todo su metraje.

Más allá de la declaración de principios que aparece al principio de la película (“La tristeza tiene innumerables tonalidades, varias caras, como las flores, los pájaros, los vientos. Yo a través de ciertos amigos próximos, trataré de explicar la tristeza, el amor y la pena, aunque a algunos les resulte incomprensible e imposible”), toda una oda sobre lo que significa la privación de la libertad y la situación de miles de turcos (y concretamente kurdos, como era el caso del propio Güney), el filme es un duro retrato de una sociedad atascada en unas conductas sociales, políticas, culturales, religiosas y familiares que ahogan a cinco individuos de permiso penitenciario que, al salir de una prisión a cielo abierto, se encuentran en una gran cárcel al aire libre llamada Turquía, por lo que alguno de ellos toma la iniciativa de no apearse en la estación de tren que le llevará de vuelta a su celda comunitaria para evadirse y buscar suerte en un ansiado más allá, fuera de las fronteras de la represión (algo que ya hiciera el propio realizador, declarándose prófugo y apátrida, exiliándose en Francia efímeramente hasta su muerte un par de años más tarde). Es, pues, que El camino se configura como un testimonio perdurable en el espacio y el tiempo, un testamento inconcluso en el que millones de personas, pasado más de un cuarto de siglo, se siguen reflejando en su capacidad reivindicativa.

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