En un análisis
para el ciclo dedicado al director japonés Shohei Imamura proyectado por la
Filmoteca de Caja España en febrero de 1999, Luis Martín Arias avisaba sobre
los peligros de no saber diferenciar entre la ficción y el documental,
separando de manera tajante ambos formatos y denunciando que las herramientas
dialécticas del propio cine podían llevar al engaño de “lo realista” (en
estrecha comunión con “lo documental”) aquello que no es más que pura
representación. Hoy en día, casi diez años después, la teoría sigue siendo
cierta, aunque ha perdido validez. La incursión de distintos formatos
audiovisuales en nuestras vidas ha supuesto una verdadera crisis de identidad
que, a pesar de haber tenido sus claros precedentes, encuentra en este punto de
la Historia en el que nos encontramos una magnitud sin duda desconocida,
fundamentalmente por la brutal asimilación que tanto en los creadores como en
los consumidores se ha producido. El alto muro que separaba la visión
documental de la recreación ficcional se ha desplomado, desvaneciéndose los
códigos interpretativos a los que solíamos acudir para formular tal distinción.
Es, por lo tanto,
que una película como La balada de Narayama (Narayama Bushiko,
1982), a pesar de acudir a los códigos propios de la ficción, la aceptamos hoy
en día como un filme de clara tendencia documental, pues su sentido parece ser
ése. Y no hacemos tal formulación por la gran cantidad de imágenes extraídas
directamente de la realidad que puntúan su metraje (imágenes de la Naturaleza
sin que haya manipulación o preparación previa), sino porque la cámara (la
verdadera artífice de la fábula) se mantiene prudentemente distante, ajena a la
intromisión de lo captado, insistiendo en su carácter meramente divulgativo,
realizando un auténtico ensayo a través del arte ficcional.
Y es que esta
película del maestro Imamura supone un verdadero manual de antropología en
cuanto que su propósito fundamental se encuentra en la elaboración de un mapa
general sobre los usos y costumbres de una población humana. Y no de cualquier
manera. En casi toda su obra se puede observar cómo sus intereses se encuentran
en la exploración de su sociedad (la del pasado y la del presente), de aquellos
acontecimientos históricos que transformaron el devenir de su pueblo, pero
siempre a través de una óptica netamente marxista. Si Jean Renoir se propuso
mostrarnos la Revolución francesa a través de las peripecias de un grupo de
seres anónimos en La Marsellesa (La Marseillaise, 1938), Imamura
hizo lo propio con la historia reciente de Japón (desde la era Meiji hasta la
Segunda Guerra Mundial) en Eijanaika (id., 1981), estableciendo
un más que notable paralelismo con el director francés en su dimensión
ideológica.
Aquí, el
realizador japonés acude al materialismo para poder acercarnos a las peculiares
tradiciones culturales y sociales de un ámbito muy reducido (una pequeña aldea
montañosa interior). Sin intentar en ningún momento denigrar la importancia de
la religión (donde parece atender a la máxima filosófica “El hombre es un ser
religioso por naturaleza”), sí que parece observar que todas y cada una de las
acciones emprendidas por el ser humano, sea cual sea su situación y condición, se
encuentran determinadas por su dimensión materialista (cuando no netamente
economicista): el invierno, pese a su dureza, es tan imprescindible para el
equilibrio de la vida como el hecho de que una serpiente sirva de alimento a
las ratas mientras hiberna, ya que esos mismos roedores servirán de alimento al
reptil cuando llegue el momento del deshiele. Sólo así se explica que los
ancianos encuentren sentido al sacrificio voluntario su existencia, pues su
gesto da paso a la nueva vida, más joven, más vigorosa, más provechosa en un
ambiente tan hostil como sensible a los desequilibrios. Éste, y no otro, parece
ser al fin y al cabo el sentido de algo que, a primera vista y parapetado bajo
la máscara de la sensibilidad espiritual, se presenta en todas las culturas con
el término de “religión”.
(artículo aparecido en la revista digital de crítica cinematográfica Miradas de Cine, en un dossier especial dedicado a las palmas de oro del festival de Cannes, en abril de 2008)
(artículo aparecido en la revista digital de crítica cinematográfica Miradas de Cine, en un dossier especial dedicado a las palmas de oro del festival de Cannes, en abril de 2008)
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