Puede que Detour (Edgar G. Ulmer, Estados Unidos,
1945) sea para su director aquella obra que responde a eso que comúnmente se
suele llamar «declaración de principios», donde se reúne de forma explícita y
consciente todo un ideario y una serie de pulsiones argumentales y narrativas,
produciéndose al mismo tiempo una especie de conjunción astral que permite
exponer lo mejor de uno mismo de la mejor manera posible. Así (y sólo así)
nacen las obras de arte.
Hay ocasiones en las que es muy difícil (por no decir
imposible) realizar comentarios al respecto de una película sin aludir a la
filmografía general (lo anterior y lo posterior a dicha obra) de su autor. En
esta caso concreto no podemos dejar de mencionar la persistente coherencia que
Ulmer planteó a la mayor parte de su obra (sobre todo en una primera parte que
llegaría hasta finales de los años cuarenta), donde la recurrencia a un
personaje que recuerda un pasado más o menos reciente, sobre el cual se cierne
un pesado velo de fatalidad, llegó a ser una especie de «marca de fábrica», un
signo de identidad que ha llegado hasta nosotros y hasta nuestros días como
expresión de una época de augurios impropios para el optimismo [1].
Y es que, efectivamente, en Detour
existe permanentemente sobre el protagonista, Al Roberts (Tom Neal), la funesta
sensación de que jamás llegará a su destino: la felicidad. Talentoso músico de
un local de mala muerte, decide un buen día hacer un viaje sorpresa para
visitar a su novia, que decidió hace tiempo mudarse a Los Angeles en busca de
mejores oportunidades. Sus pocas posibilidades económicas le obligan a hacer el
viaje haciendo autostop, recogiéndole un individuo con una cicatriz en
la mano (dato que justifica el título en español) y un pasado reciente algo
conflictivo con una mujer. Pero lo que en principio parecía que podía ser el
comienzo de su recuperación vital, con un hombre que le invita a cenar y por el
que a cambio Al se presta a conducir de noche, se torna en el inicio de una
serie de calamidades encadenadas: el propietario del coche muere repentinamente
por causas naturales, a lo que el protagonista reacciona con miedo a que la
policía lo acuse de asesinato (parece ser que él mismo es consciente de su
predisposición para la desgracia), huyendo con el coche y la ropa del hombre
muerto, teniendo que adquirir incluso parte de su identidad para encubrir algo
que él no ha cometido pero que, a fuerza de sentirse culpable por ello, acaba
convenciéndose de que sí lo ha realizado.
Sobre todo es su encuentro con
Vera (Ann Savage) lo que termina por minar su confianza en que la fortuna toque
alguna vez en su puerta para favorecerle: ella resulta ser la mujer que causó
la cicatriz en la mano del hombre al que ahora Al ha tomado prestada la
presencia física. A pesar de que a través de ciertas sutilidades apreciamos que
incluso ella llega a enamorarse de Al, sus ansias por chantajearle y estrujarle
a nivel emocional precipitan el dramático final y su posterior huída a un bar
de carretera desde donde el protagonista de esta odisea fatalista nos cuenta su
peripecia, dirigiendo su voz interior hacia una humanidad que él entiende como
intransigente juez de sus actos.
El deambular por las
polvorientas, calurosas y desérticas tierras de Arizona bajo un sol de justicia
(paisaje fundamentalmente estéril) donde es recogido por el solitario coche
(como signo de esperanza) contrasta con esa otra escena nocturna en donde una
lluvia torrencial (elemento eminentemente ligado por la fertilidad) sirve como
telón de fondo a la muerte del conductor. Parece ser que para el bueno de Al no
hay otra solución que vivir siempre sus experiencias bajo ambientes hostiles
(extremada aridez o lluvia intensa) para no librarse nunca de su mal fario. Su
silueta cansada por la mala aventura, derrotada por la mala pata, cargada de
malos presagios, reposa sobre la banqueta del bar. Es un tipo que incluso en su
felicidad tiene un mirar colmado de aflicción, como si supiese que la felicidad
siempre fuese efímera, que jamás fuese a durar a su lado más que un breve
instante, siempre arisca y siempre infiel. Así, aunque se quiera, nadie puede
hacer planes de futuro, por muchos desvíos que para esquivar al infortunio se
quieran tomar.
_______________________
[1]
Recordar que Ulmer fue uno de tantos artistas que desde Centroeuropa (al igual
que otros ilustres vieneses, como Billy Wilder o Fritz Lang) tuvo que huir del
acoso de los nazis para refugiarse en los Estados Unidos, siendo desde allí
testigo del aciago discurrir de los acontecimientos de la Segunda Guerra
Mundial y sus consecuencias.
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