Personajes estereotipados y situaciones
convencionales (y viceversa) son algunos de los males endémicos del cine
español. Y no sólo del actual, ya que la situación parece que viene de lejos.
Ello se encuentra en esta película de la directora Chus Gutiérrez, que acusa
también formar parte de ese grupo de películas de temática social y enfoque
comprometido, etiquetas que suelen camuflar la mediocridad cinematográfica y
que parecen impedir cualquier tipo de crítica, confundiendo el ataque a la
forma con la indiferencia a unos temas de los que habría que hablar más con
vísceras como el estómago antes de caer en la sensiblería más ramplona. Sin
embargo, en Retorno a Hansala también
hay bellos momentos que ennoblecen el cine, sobre todo desde la llegada de los
protagonistas a la aldea marroquí que da título a la película y de la que
proceden tanto Leila como ese hermano suyo que muere queriendo alcanzar las
costas de nuestro “paraíso”, esa tierra prometida que desde la lejanía parece
tan atractivo (desde luego por comparación lo es), y que regresa a su lugar de
origen en una hermética y fría caja de pino. Es allí donde, como decíamos
encontramos buen cine: el entierro, el consejo de ancianos, las mujeres en la
fuente… todos ellos momentos que parecen puro cine documental y que, por no
notarse la presencia de la realizadora detrás de la cámara, son los mejores.
A destacar otro aspecto: aquel que se refiere
al hacho de que los lugareños reconozcan las prendas de aquellos que han perecido
también en la travesía marítima a través del olfato, oliendo la ropa, donde
está impreso una especie de ADN familiar, reconocible, cercano, pues es así
como viven (o, mejor dicho, malviven) en sus lugares de origen. Es una forma
maravillosa de exaltar y celebrar lo que significa la familia… y no las
absurdas concentraciones de la Iglesia y el PP en la Puerta del Sol.
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