miércoles, 15 de febrero de 2017

RETORNO A HANSALA, de Chus Gutiérrez




Personajes estereotipados y situaciones convencionales (y viceversa) son algunos de los males endémicos del cine español. Y no sólo del actual, ya que la situación parece que viene de lejos. Ello se encuentra en esta película de la directora Chus Gutiérrez, que acusa también formar parte de ese grupo de películas de temática social y enfoque comprometido, etiquetas que suelen camuflar la mediocridad cinematográfica y que parecen impedir cualquier tipo de crítica, confundiendo el ataque a la forma con la indiferencia a unos temas de los que habría que hablar más con vísceras como el estómago antes de caer en la sensiblería más ramplona. Sin embargo, en Retorno a Hansala también hay bellos momentos que ennoblecen el cine, sobre todo desde la llegada de los protagonistas a la aldea marroquí que da título a la película y de la que proceden tanto Leila como ese hermano suyo que muere queriendo alcanzar las costas de nuestro “paraíso”, esa tierra prometida que desde la lejanía parece tan atractivo (desde luego por comparación lo es), y que regresa a su lugar de origen en una hermética y fría caja de pino. Es allí donde, como decíamos encontramos buen cine: el entierro, el consejo de ancianos, las mujeres en la fuente… todos ellos momentos que parecen puro cine documental y que, por no notarse la presencia de la realizadora detrás de la cámara, son los mejores.

A destacar otro aspecto: aquel que se refiere al hacho de que los lugareños reconozcan las prendas de aquellos que han perecido también en la travesía marítima a través del olfato, oliendo la ropa, donde está impreso una especie de ADN familiar, reconocible, cercano, pues es así como viven (o, mejor dicho, malviven) en sus lugares de origen. Es una forma maravillosa de exaltar y celebrar lo que significa la familia… y no las absurdas concentraciones de la Iglesia y el PP en la Puerta del Sol.

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