Exactamente los mismos errores que
destacábamos al principio del anterior artículo son aplicables a este producto.
Con una salvedad: que aquí los directores no son patrios. ¿Se habrán
contaminado al trabajar con un equipo casi enteramente español? Recursos
narrativos fáciles (no, perdón, facilones), diálogos novelescos (o
folletinescos, como se prefiera), situaciones dramáticas poco espontáneas,
dirección de actores pésima, un sonido directo de suicidio colectivo… Puede que
incluso lo peor sea ese espíritu episódico, donde las situaciones y peripecias
de los protagonistas casi siempre acaben por no encontrar continuidad en la
historia, rompiendo así la fluidez narrativa, por lo que el espectador acaba
por pedir que le libren de tanto esperpento. Incluso hay algo peor, y es ser un
espectador español que ha leído algún libro de Historia o ha visto algún
documental sobre los convulsos años 30 y 40, pues nuestra Guerra Civil y
nuestra postguerra están tan infantilmente mostrados (los anarquistas eran
todos muy buenos pero, por si nos tachan de maniqueos, ponemos a uno con
gabardina de cuero que va ejecutando aleatoriamente, a lo freelance; los fachas de bigotito son todos muy malos pero, por si
nos tildan de manipuladores, ponemos a un falangista «auténtico» con buen
corazón –aunque de “húmedas” intenciones, todo hay que decirlo-; etc.) que el
producto parece más un pastiche para convencidos que una aportación
constructiva para conocer nuestra Historia más dramática. Todo tan naif y tan arcádico para nuestras
conciencias como el cabecero de la cama de los protagonistas.
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