domingo, 12 de febrero de 2017

RETRATO A BOFETADAS




No es descabellado pensar que ciertos géneros cinematográficos sólo pueden nacer allí donde se gestan. Las condiciones sociales, políticas, económicas, culturales, etc., marcan una determinada manera de pensar y, por ende, de mirar. O mejor dicho, de transmitir la mirada, de particularizarla. Quizás el paso del tiempo, el cambio de la mirada, nos haga observar ciertas muestras de estos géneros como reliquias etnográficas, testimonios históricos de épocas pretéritas, haciéndonos ver lo que somos a través de aquello que fuimos.

No es por lo tanto menos descabellado pensar que sólo en Italia pudo nacer un género cómico tan idiosincrásico como el que apareció en los años 50, ni que un formato como el blanco y negro influyera tanto como para aportarle una dimensión simbólica tan potente, ya que la cinematografía italiana pasó en apenas una década (la que contuvo los últimos estertores del fascismo mussoliniano y la crisis existencial post-bélica) del llamado género de “teléfonos blancos” a la visión negra y pesimista del neorrealismo. De la mezcla de ambos “colores” no nació el gris (concepto cromático ligado indefectiblemente a la tristeza), sino uno nuevo que contenía a ambos a la vez (el blanco y el negro) a partes iguales, fusionándolos en un género que permitía a la vez el retrato social y la pulla descarada.


Durante los tres episodios de los que consta Señoras y señores (Signore e signori, Pietro Germi, 1965) aparece ante nuestros ojos todo un auténtico zoológico de especies cornudas (alguna de ellas plenamente consentidas) y nidos en pos de ser abandonados. Como decía al principio, el tramo temporal que nos separa de esta película y aquella sociedad nos permite distanciarnos lo suficiente como para que los comportamientos que aparecen en la cinta nos parezcan más hilarantes que escandalosos. Y no me refiero al comportamiento libertino de los miembros de esta dispar cuadrilla de amigos y amantes que aparece en pantalla. ¿Hoy en día nos podríamos reír sin prejuicios de esas escenas en las que un marido y su mujer se disputan la honestidad a puro golpe de bofetadas? No es la situación en sí (que desgraciadamente ha llegado hasta nuestros días de forma triste y dramáticamente letal) la que nos pueda mover a la risa, sino su enérgica puesta en escena, el “golpe” de efecto que supone la desaparición del diálogo y la aparición de la violencia física. Es la evolución natural de una sociedad que expresaba su repulsa sobre la imposición de un conservadurismo pacato a través de obras como Matrimonio a la italiana (Matrimonio all’italiana, Vittorio de Sica, 1963), continuación natural del género iniciado por el propio Germi en Divorcio a la italiana (Divorzio all’italiana, 1961), un derecho el del divorcio que los italianos no conseguirían hasta 1974. Por eso se ven en pantalla a toda una serie de matrimonios que conviven a la fuerza a pesar de sus profundas diferencias, de sus frustraciones y de sus consiguientes engaños maritales. Ninguno para expresarlo como el segundo capítulo, aquel en el que un sufrido padre de familia se enamora de una cajera y pretende escaparse con ella para vivir felizmente su libertad a la vista de todo el mundo (al contrario que todos sus amigos, que mantienen escondidas a sus respectivas amantes). Los carabinieri, el clero, la clase empresarial, la familia… todos ellos al servicio de la hipocresía y las “buenas costumbres” entran en juego para hacer volver al redil a la oveja descarriada. Las sonadas hostias con las que el matrimonio zanja sus diferencias son una muestra de la incapacidad de una sociedad para conciliar la vida social con el desarrollo de la individualidad, es decir, con la felicidad. La jocosa forma a la que ese pobre desgraciado acude para poder soportar la que se le viene encima (y que acaba por ser el plano final de la película, a modo de punto y aparte) resulta un perfecto retrato de la táctica del avestruz que todo un país ponía en práctica: taponarse los oídos y echar la vista hacia otro lado. Así, en el episodio final, un marido tiene que aguantar con entereza los cuernos que su mujer le acaba de poner con un labriego al que él y sus amigotes habían deshonrado aprovechándose físicamente (qué eufemismo para decir sexualmente) de su adolescente hija. Con su acción, la mujer les libra a todos de la cárcel y del escarnio público (memorable la secuencia en la que el redactor del diario local rectifica su información según recibe llamadas de altos mandatarios), y el pobre paleto y su hija son denunciados por calumnia. Es decir, que los ricos siempre tienen la misma manera de joder: ellos arriba y los pobres debajo.

(artículo aparecido en la revista digita de crítica cinematográfica Miradas de Cine, en un dossier dedicado a las palmas de oro del festival de Cannes, en abril de 2008)

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