martes, 7 de febrero de 2017

EL TESTAMENTO DEL CORONEL KURTZ




Willard es transportado como un Cristo bajado de la cruz. No acepta los alimentos. Prefiere el estado de trance para entrar en contacto con el dios. Eleva los ojos y ve una clara calva, iluminada mesiánicamente por un rayo de luz. La visión le sobrecoge.

Fundidos encadenados sobre rostros pétreos de dioses. Kurtz caza una mosca e, inmediatamente, la libera. Tiene el don de poder dar y quitar la vida. Kurtz lee: “Somos los Hombres Huecos. Somos los Hombres Rellenos. Reclinados juntos. La almohada rellena de paja. Nuestras voces secas cuando susurramos son tranquilas y sin sentido, como el viento en la hierba seca o los pies de las ratas, bajo los cristales del sótano. Figura sin forma, tono sin color, fuerza paralizada, gesto sin movimiento. Cruzaron con ojos directos…”.

Willard le observa parapetado detrás de un muro. Le mira de medio lado. No se fía. Le respeta.


Duda de su misión. Toda misión es fría, calculada, objetivamente impersonal. Pero nace el contacto físico, visual. Duda. “Rompió con su familia y luego consigo mismo. Nunca he visto un hombre tan roto y hecho pedazos”.

Kurtz sale de las sombras: “He visto horrores. Horrores que usted ha visto. Pero no me llame asesino. Tiene derecho a matarme. Tiene derecho a hacer eso. Pero no tiene derecho a juzgarme. No existen palabras para describir lo que es necesario a aquellos que no saben qué es el horror. El horror… El horror tiene rostro”. Por el suyo cruza una sombra. “Tienes que hacerte amigo del horror. El horror y el terror moral son tus amigos. Si no lo son entonces son enemigos terribles. Auténticos enemigos. Cuando estaba en las Fuerzas Especiales… Parece que fue hace mil siglos… Fuimos a un pueblo a vacunar a los niños. Nos marchamos después de vacunarlos contra la polio. Un viejo vino corriendo detrás de nosotros. Venía llorando”. Su rostro se sumerge en la penumbra. “Regresamos al pueblo. Ellos habían venido y habían cortado todos los brazos vacunados”. Su rostro vuelve a la luz. “Estaban en un montón. Un montón de bracitos. Y recuerdo que lloré. Lloré como una abuela. Quería arrancarme los dientes. No sé qué quería”. El rostro de Willard tiene el mismo lado iluminado que el de Kurtz. Comienza a comprenderle, se está transformando en él. “Quiero recordarlo. No olvidarlo nunca, no quiero olvidar nunca. Y entonces comprendí. Como si me hubiesen disparado una bala de diamante en la frente. Y pensé: “Dios mío, eso es puro genio”. Es genial. La voluntad… para hacer eso. Perfecto, genuino, completo, cristalino, puro. Y entonces comprendí que ellos eran más fuertes que nosotros. No eran monstruos. Eran hombres. Tropas entrenadas. Hombres que luchaban con el corazón. Que tenían familia, hijos. Que estaban llenos de amor. Pero tenían la fuerza para hacer eso. Si tuviera diez divisiones de hombres así, nuestros problemas se acabarían en poco tiempo. Necesitas hombres que sean morales y que al mismo tiempo sean capaces de utilizar sus instintos primordiales para matar sin sentimiento, sin pasión, sin juzgar. Sin juzgar. Porque el juzgar es lo que nos derrota”. Ahora Willard tiene iluminado el otro lado del rostro, es su antónimo. “Me preocupa que mi hijo no entienda lo que he intentado ser. Y si me mataran, Willard”, mira sus manos, “quiero que alguien vaya a mi casa y le cuente todo a mi hijo”.


Kurtz aparece enmarcado por un dintel, esperando traspasar el umbral de la muerte, listo para el sacrificio. Su alma se convierte en una vaca sagrada, que baja las escaleras hacia el averno.

 “Todo lo que hice. Todo lo que usted vio. Porque no hay nada que deteste más que el hedor de la mentira. Y si usted me comprende, Willard, hará eso por mí”.

La res pasa solemne, tranquila, entre devotos en trance. La ira de la naturaleza desata fuerzas telúricas.  Destellos de relámpagos anuncian tormenta. Comienza a caer la lluvia vivificante. El semen de las nubes fertiliza el sacrificio. Por su parte, las llamas iluminan el acto en primer plano. Los cuatro elementos principales presentes: Aire… Agua… Tierra… Fuego. El sacrificio tiene ya su escenario.

Willard sabe que Kurtz le llama a que lo mate. Ser muerto por un soldado, cumplir el destino militar: el honor.

Cadena de nacimientos consecutivos:

1º. Willard asciende del agua. El líquido de la jungla es humeante, amniótico, placentario. Kurtz da media vuelta. Se encamina hacia la luz. El sacrificio de fondo. Nace el hijo.

2º. Willard esperando el momento, en las sombras, en posición fetal. Se pone en pie. Erguido, ya hecho hombre, con el torso descubierto, esgrime su machete. Su longitud y envergadura le hace poderoso ante su padre. Su nuevo poder es fálico, sexual. Lo remarca Jim Morrison de fondo. Nace Edipo.

3º. Entra en la casa del dios. Mata a uno de sus guardaespaldas/sacerdote, mancillándola. Kurtz graba de viva voz su testamento: “Entrenamos jóvenes para arrojar nápalm, pero sus jefes no les permiten escribir “joder” en sus aviones, porque ¡es obsceno!”. Mira a su hijo a la cara. El sacrificio se consuma en un arrebato matemático/musical, ordenado en su desorden, libre en su caos. Willard sale de las sombras y observa su obra. “El horror… El horror…”. Las palabras de su coronel-padre-dios retumban en su cabeza. La estruja con fuerza con ambas manos, tapándose los oídos. Pero la verdad está ahí, en la mano creadora inerte. Nace el superhombre, libre de juicio, libre de moral.

4º. Lee en sus papeles: “Tirad la bomba. Exterminadlos a todos”. Los nativos se humillan ante quien ha sido capaz de matar a su dios. Pero ahora tienen uno nuevo, más poderoso que el anterior. Willard está seducido por la idea. Oculta medio rostro. Ya en la lancha una voz le llama por radio: “Aquí Todopoderoso”. Él la apaga. Su rostro se funde con el de una talla en piedra de un dios. De fondo resuenan unas palabras: “El horror… El horror…”. Nace el mito.


Apocalypse Now podría tratar de un soldado con la misión de matar a un coronel rebelde, atrincherado en la selva. Podría tratar también de un Edipo que para reafirmarse termina por matar a su padre. O, a sí mismo, tratar del viaje de Ulises hasta llegar a la infiel Penélope, a la que termina matando loco de celos. Incluso podría tratar de aquel habitante de la caverna que relató Platón, que al salir de la gruta y ver su reflejo en el agua, al ver la luz y la naturaleza, vuelve para contárselo a los demás y nadie le cree. Todos estos mitos y argumentos están presentes, sí. Pero esta película trata de algo más. Incluso me atrevería a decir que su fin último es otro. Apocalypse Now habla de Marlon Brando, del dios, del mito, de su decadencia, de su compromiso con el ser humano mancillado, apartado, que lucha contra un imperio, habiendo sido una de sus cabezas más visibles. Y, después de él, el horror. Sí, encontrarse con la pujanza de la juventud, con unos modelos que no tienen que ver en nada con él y con su estilo, con sus tiempos, con su plenitud. El horror de quien ve terminada su carrera por su desavenencia con el sistema impuesto e impositivo, que quiere retirarse de la carrera y llama a que lo maten, a que lo inmolen, a que lo sacrifiquen. Pero que hablen a sus “hijos” de él con sinceridad, con comprensión, sin juzgar. Brando acabó él mismo con su propio mito, utilizando el medio como una manera de conseguir dinero fácil, protituyéndolo, convirtiéndose en su proxeneta. Eliminó la máscara que le habían puesto, endiosándolo. Y debajo de esta careta apareció un ser deforme en su enormidad y en su exceso, pero más limpio y puro que el galán que fue. Más libre. Más moral. Acabó como una caricatura de sí mismo. Él fue su propio asesino, porque así lo decidió. Pero las palabras de su último gran personaje resuenan todavía: “El horror... El horror”. Eso es juzgar: algo horrible.

Marlon Brando murió el jueves 1 de julio de 2004

1 comentario:

  1. Caminabas con un estilo verdaderamente distinguido ... hasta que has pisado la mierda: "Apocalypse Now habla de Marlon Brando, etc." ... Deseo que sepas y puedas desprenderte de tus mitomanías y hagas lamoportuna corrección ... Un cordial saludo.

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