De esta “investigación” (llamémosla así,
aunque más parezca una improvisación de cuatro amigos que deciden pasar un fin
de semana de aventuras y recogerlo con su videocámara, pues la planificación y
los recursos brillan por su ausencia) sobre el exterminio institucional y
militar que sufrieron los indígenas argentinos tan sólo cabe destacar dos
cosas: que es asombroso que el comité de selección del festival no encontrara
algo mejor (y no debe ser barato para un festival traer a su realizador desde
su Argentina natal, cobijarlo en un buen hotel y devolverlo a su país de
origen, con el único fin de que presente durante unos escasos tres minutos su
chapuza) y que (sin el director proponérselo, me juego el cuello) hay unas
imágenes que ponen los pelos de punta, donde asistimos en la actualidad a un
baile ritual en mitad de la noche de los herederos de los masacrados, viendo en
sus rostros los mismos espectros de sus antepasados que se nos acaba de mostrar
en unas fotografías. Sobrecogedor… por pura chiripa.
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