A ratos estremecedor, a ratos desasosegante, este
documental sobre la tragedia de Katrina recoge durante su primera parte el
testimonio en primera persona de una de las familias que tuvieron que aguantar
el embate del huracán en su mismo epicentro, teniendo que refugiarse en el
desván de su casa con la única compañía de sus mascotas, sus vecinos y la
videocámara con la cual pretendían testimoniar la inevitable y previsible pesadilla.
Relatos aterradores, como el de un hombre que fue rechazado, junto a otros
ciudadanos, a punta de bayoneta de unas instalaciones militares en las que
pretendían refugiarse, o como la de un ex presidiario, que narra el abandono
que de los presos hicieron las autoridades de la prisión, teniéndose que
alimentar con papel higiénico y dentífrico, hace poner en duda la filosofía de
la América profunda, ya que los afectados por el desastre no dejan en ningún
momento de vincular a la divinidad su buena o mala suerte, sin ver que son sus
demonios, esos que los Estados Unidos deberían exorcizar, los auténticos
culpables de la tragedia: la desatención y la hipocresía de las autoridades; la
segregación racial, social y económica; el sistema capitalista ultra liberal… y
por supuesto al indigesto George W. Bush, al cual lamentablemente tardaremos
tiempo en olvidar.
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