Mira lo que te digo, que
Kilgore será un facha hijoputa y todo lo que tú quieras, pero cuando pone a
Wagner a toda hostia… qué quieres que te diga, que me gustaría estar montado
también en ese helicóptero, con los cojones dentro del casco, mascando napalm
por la mañana y buscando la ola perfecta. Que sí, que estamos de acuerdo, que
ojalá los fachas hijoputas vivieran únicamente encerrados en un fotograma, que
no hubiera la más remota posibilidad de que nos les encontrásemos por la calle,
porque hay momentos en los que Kilgore sale del encuadre para hacer de las
suyas, para seguir maquinando más muerte y destrucción, y entonces a mí me
entra el acojone, le doy al stop y saco el disco del reproductor,
mirándole por sus dos caras. “¿Dónde se habrá metido este tío?”. De verdad te
digo que este fulano tiene mucho peligro, y hasta que no vuelvo a darle al play
y le localizo de nuevo no me quedo tranquilo.
Pero ¿sería mejor el
mundo sin Kilgore? ¿Sabes lo que te digo? Que ni de coña, que tú no serías tan
cojonudo si no existiesen bastardos de la categoría de Kilgore para que te
puedas comparar con ellos. Pero te digo más, porque la Primera División del
Noveno de Caballería me merece muchísimo más respeto que esas familias de
mono-parentales metiéndote arena en los ojos mientras se lanzan a la conquista
de su parcela de paraíso playero. Ellos te pillan de improviso, y no tienes
armas para defenderte de los balonazos que te dan en las pelotas ni de su olor
a fritanga. Tú querías leer un ratito tranquilo y en vez de escuchar la suave
cadencia de las olas te tienes que tragar el último hit del verano
taladrándote los tímpanos. Y entonces me dan ganas de llamar a Kilgore para que
limpie la playa y el paraíso se convierta en un infierno para ellos, para que
monte allí su chiringuito y mande a tomar por culo la Ley de Costas.
Sólo hay una playa que me
gusta, y esa es la de Kilgore. Allí la vida es vida y la muerte es muerte.
Nadie te va a engañar allí, nadie va a esconder sus cartucheras debajo de los
pareos ni sus barrigas cerveceras con el bañador subido hasta la sobaquera. Allí
el honor es mucho más que esa palabra que, de tanto usarla, la hemos acabado
desgastando: es Kilgore arrodillado dando de beber a un enemigo que tiene los
huevos de seguir luchando con las tripas fuera. Ponte en la situación de
cualquiera de los dos y dime si serías merecedor de una sola gota de esa agua.
Tú y yo seríamos más bien ese chaval que llora, que no quiere salir del
helicóptero porque sabe que va a morir. No tenemos ni la mitad de humanidad que
Kilgore, te lo aseguro, porque él santifica a sus víctimas, honra su memoria,
reconoce su valía.
Parece mentira que yo
esté defendiendo a un tipo como Kilgore. Nunca creí que un facha hijoputa me
pudiera caer tan bien. Pero es que odio las playas y la fauna que en ellas
habita. Creo que no puede haber nada tan parecido al averno. Los veraneantes
son mis charlies particulares. Cada vez que oigo el sonido de unas
chanclas me viene a la cabeza La Cabalgata de las Valkirias. Es que no lo puedo
evitar. Pero perdóname, de veras, porque esto debe ser culpa de este maldito
calor, la calentura del asfalto golpeándome en toda la jeta, sin una pizca de
brisa marina que me haga sentir tan bien como a ellos. Esto sí que es el
horror… el horror.
(artículo aparecido en la
revista digital de crítica de cine Miradas de Cine, en un dossier
dedicado a las playas, en julio de 2009)
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